Furtivamente te has ido para siempre. Fuiste la persona que lo sabías todo de mí y, a pesar de ello, me querías. Jamás pasó por mi imaginación el tener que hacer esto desde esta tribuna, sin embargo la emoción, el dolor, y también tu recuerdo, me impelen a hacerlo. Y lo hago para recordar tu figura y rememorar nuestra vieja amistad.
Quisiera huir de los lugares comunes, los tópicos de siempre, pero seguro que aún así no podré evitarlo, aunque tú sabrás comprenderme. Siempre lo has hecho. Hoy, más que nunca, mi alma proclama a los cuatro vientos nuestra amistad, y no me avergüenzo por ello porque estoy orgulloso de haber compartido todo contigo. Decía Aristóteles que “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que mora en dos almas” y, en nosotros, eso fue verdad durante nuestra juventud. ¿Recuerdas?, no hacía falta más que una mirada para que ambos supiéramos qué es lo que pensábamos. Solo una palabra de uno, y el otro podía completar la frase sin desviarse lo mas mínimo. Me enamoré de la que hoy es mi esposa, y tú también lo hiciste un poco. Ella te aceptó y te quiso como lo que eras, mi mejor amigo. Pasó poco mas de un año y, después de nuestra mili, ocurrió lo mismo: te enamoraste donde la flor de azahar, y fuimos cuatro amigos que hace muchos años partíamos de Sama rumbo a Valencia, yo a mi luna de miel, tú a tu devoción y a tu trabajo. Después el vertiginoso tiempo sucedió para los dos en matrimonio, hijos y distancia. Sin darnos cuenta, nos fuimos dedicando a lo nuestro hasta casi perder el contacto y la relación. Pasaron años con tan solo alguna conversación telefónica y un verano recuperamos en tres días lo perdido en más de una década. Nada había cambiado. Tan solo apuntábamos canas y a nuestros chicos les comenzaba a salir la barba y nuestras niñas se convertían en mujeres.... Ya sabes. Pero todo era igual, tú mas levantino y yo mas calvo. Aquellos extraordinarios y maravillosos días, breves en el tiempo y eternos en la memoria, fueron los últimos que compartimos. Nos fuimos a ver en uno de los lugares que más recuerdos inspiraban a los dos. Aquel día de agosto conocí a tus dos hijos y tú a los míos. Disfrutamos todos juntos del día siguiente y salimos a cenar y a tomar unas copas, y al siguiente pasamos la tarde en Soto de Agues, tomamos sidra en Sama y, cerca de tu casa, nos despedimos. Fue nuestro último abrazo. ¿Quién nos lo iba a decir? Sin embargo nunca dejé de saber de ti porque tus padres y tu hermano, siempre cercanos, me mantuvieron informado. Era de la familia y, de alguna manera, aquella sensación permanece en mi corazón. Me enteré de tu huída por el amigo común que podrás imaginarte, y hoy que faltas desde hace tres años pienso que ambos hemos sido tremendamente despreocupados, que hemos dejado al tiempo pasar sin vernos, sin llamarnos... Dicen que la distancia es el olvido, y quizás estén en lo cierto, pero también decía Tagore que “La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece cuando todo se ha oscurecido”.
Estoy plenamente convencido de que tú, que siempre fuiste alegre y animoso, no desearías para estos momentos lágrimas ni epílogos, sino la reclamación de Asturias clavada en tu corazón y, con ella, a sus gentes y a tus amigos de aquí, aunque haya alguien que piense lo contrario. Has sido vital, vehemente y generoso. A nadie que te haya conocido le habrás pasado inadvertido, porque fuiste un hombre de impronta y dejaste huella allá por donde pasaste. Cuídate, ahora que tu recorrido ya es eterno, y no te olvides nunca de que aquí queda un amigo que jamás te borrará de la memoria. En ella vivirás por siempre.
“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd” (Alphonse de Lamartine).
Quisiera huir de los lugares comunes, los tópicos de siempre, pero seguro que aún así no podré evitarlo, aunque tú sabrás comprenderme. Siempre lo has hecho. Hoy, más que nunca, mi alma proclama a los cuatro vientos nuestra amistad, y no me avergüenzo por ello porque estoy orgulloso de haber compartido todo contigo. Decía Aristóteles que “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que mora en dos almas” y, en nosotros, eso fue verdad durante nuestra juventud. ¿Recuerdas?, no hacía falta más que una mirada para que ambos supiéramos qué es lo que pensábamos. Solo una palabra de uno, y el otro podía completar la frase sin desviarse lo mas mínimo. Me enamoré de la que hoy es mi esposa, y tú también lo hiciste un poco. Ella te aceptó y te quiso como lo que eras, mi mejor amigo. Pasó poco mas de un año y, después de nuestra mili, ocurrió lo mismo: te enamoraste donde la flor de azahar, y fuimos cuatro amigos que hace muchos años partíamos de Sama rumbo a Valencia, yo a mi luna de miel, tú a tu devoción y a tu trabajo. Después el vertiginoso tiempo sucedió para los dos en matrimonio, hijos y distancia. Sin darnos cuenta, nos fuimos dedicando a lo nuestro hasta casi perder el contacto y la relación. Pasaron años con tan solo alguna conversación telefónica y un verano recuperamos en tres días lo perdido en más de una década. Nada había cambiado. Tan solo apuntábamos canas y a nuestros chicos les comenzaba a salir la barba y nuestras niñas se convertían en mujeres.... Ya sabes. Pero todo era igual, tú mas levantino y yo mas calvo. Aquellos extraordinarios y maravillosos días, breves en el tiempo y eternos en la memoria, fueron los últimos que compartimos. Nos fuimos a ver en uno de los lugares que más recuerdos inspiraban a los dos. Aquel día de agosto conocí a tus dos hijos y tú a los míos. Disfrutamos todos juntos del día siguiente y salimos a cenar y a tomar unas copas, y al siguiente pasamos la tarde en Soto de Agues, tomamos sidra en Sama y, cerca de tu casa, nos despedimos. Fue nuestro último abrazo. ¿Quién nos lo iba a decir? Sin embargo nunca dejé de saber de ti porque tus padres y tu hermano, siempre cercanos, me mantuvieron informado. Era de la familia y, de alguna manera, aquella sensación permanece en mi corazón. Me enteré de tu huída por el amigo común que podrás imaginarte, y hoy que faltas desde hace tres años pienso que ambos hemos sido tremendamente despreocupados, que hemos dejado al tiempo pasar sin vernos, sin llamarnos... Dicen que la distancia es el olvido, y quizás estén en lo cierto, pero también decía Tagore que “La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece cuando todo se ha oscurecido”.
Estoy plenamente convencido de que tú, que siempre fuiste alegre y animoso, no desearías para estos momentos lágrimas ni epílogos, sino la reclamación de Asturias clavada en tu corazón y, con ella, a sus gentes y a tus amigos de aquí, aunque haya alguien que piense lo contrario. Has sido vital, vehemente y generoso. A nadie que te haya conocido le habrás pasado inadvertido, porque fuiste un hombre de impronta y dejaste huella allá por donde pasaste. Cuídate, ahora que tu recorrido ya es eterno, y no te olvides nunca de que aquí queda un amigo que jamás te borrará de la memoria. En ella vivirás por siempre.
“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd” (Alphonse de Lamartine).
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