jueves, 25 de septiembre de 2014

CHUZOS



Cada uno se atecha como puede

Fíjate tú si llovía que los patos andaban por el parque a sus anchas. Lo del río y los estanques ya era demasiado para ellos. Estuvieron a punto de entrar en La Montera, pero el que iba delante movió el pescuezu y, con lacónico “cuac”, dijo a los del resto de la fila que para entrar allí había que llevar carné y ellos sólo disponían de fuá y magré. Muchos samenses fueron testigos de ello, incluído Duke que, dicho sea de paso, también parecía un pato. Fue algo parecido a lo del pasado dos de agosto, sábado, pero a lo bestia y mucho más duradero. Las compuertas del cielo se abrieron y durante la tarde y casi toda la noche dejaron vacíos los embalses celestiales. Y allí, en aquel pueblín perdíu n’el monte, taba Corsino -el muy gilipollas- cortejando a Marujina bajo la atenta mirada de su padre, Ferino, qu’era más burru que un aráu. Cuando empezó a caer la noche y viendo que aquello no tenía traces de parar, la moza fue a hablar con el padre y le dijo, “Mira pa, ya ves que esto non para y pensé que, como Corsino vive p’al otru lao del monte y ta muy lejos, podía quedase aquí a dormir y mañana temprano, si escampa, ya marcha pa su casa…”. ¿Esi cabrón durmiendo en mi casa?, ni hablar. Fue la única respuesta de Ferinón. La neña insistió: que si va a cae-í un rayu encima, que si pilla una pulmonía, que si no va poder cruzar el arroyu…, en fin que Marujina consiguió convencer a su padre, que consintió: “Bueno, vale. Pero va a dormir a la tená”. Y así fue, cenaron, cada uno se fue a su dormitorio y Corsino p’al payar. O eso pareció.

Poco después de la medianoche Ferino, que taba muy preocupáu con la situación y no podía conciliar el sueñu, levantose de la cama y marchó pa la tená pa comprobar qu’el otru taba allí formal. Pero no. Corsino non taba allí. Y el paisano pilló un rebote de la virgen. Despertó hast’al gatu y empezó a revolver la casa, desaforáu, dando voces y cagándose en la madre que parió a la tormenta y al su futuru yernu. Y la fía llorando desconsolá, asegurando-í al padre que no lu había visto desde la cena y que no habíen hecho na malo. Ni bueno. Ya taba Ferinón aparejando la burra pa ir a buscalu al monte, cuando apareció Corsino tiritando y caláu hasta la muela del pocu juiciu que tenía pa, después de recuperar el resuellu, decir ufanu: “Hola, buenes. Que en mi casa ya tan tranquilos. Fui a avisalos de que hoy no iba a dormir”.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

ROSAURA

Para tu cumpleaños

Una amiga “enorme” que a las noches visita mis ventanas no ha mucho me contó una maravillosa historia tan real como la vida misma, tan cierta como la propia muerte. Es la historia de Rosaura, su bisabuela. Vivía en Veneros, un pueblo con apenas cuatro casas cerca de Les Bories. Era una mujer especial porque se pasaba el tiempo libre leyendo, habida cuenta de que vivía en una aldea casi perdida, en tiempos casi también perdidos, allá por 1.890, en un lugar donde no había libros. Rosaura bajaba una vez por semana a La Felguera, cargada de hortalizas, mantequillas y huevos que medio regalaba a la esposa de un ingeniero de minas, a cambio de llevarse prestados decenas de libros  que devoraba sentada en su balancín en el porche de su casa. Tenía 54 años cuando murió de una insuficiencia cardiaca. Otras mujeres de su familia también la tuvieron, y fueron longevas. Rosaura, sin embargo, no tuvo esa suerte. Y pasado un siglo su biznieta -mi amiga enorme- la recordó para la posteridad con el siguiente poema: Los dientes de Rosaura/eran blancos,/ y los ojos,/ miel de espliego./El pelo/ largo y claro/ como el maíz en julio./ Las manos, morenas./ Una tarde, Rosaura/ se sentó a leer/ en su balancín/ con tachuelas de goma,/ y murió…/ La encontraron descalza/ vestida de percal,/ con una lágrima/ prendida en las pestañas,/ y el libro abierto/ en la penúltima página.
Élla siguió los pasos de su antepasada y entre poema y poema y los cuidados que dispensa a sus mayores con alzheimer, entre música, lectura, bondad y cariño, agotada de su trabajo y con serios problemas familiares se va a la capital y me dice: “Te contaré lo que vi en la feria del libro. Compraré libros y caminaré entre las casetas. El Retiro es mi barrio. Escribe sobre tu amiga, la que siempre piensa que mañana será un día mejor..., la que dice “poquín”, la que siempre te cuenta cosas, la que no le importa cumplir años, pero se cuida como una adolescente. Puede que escribiendo me entiendas un poco mejor.” Eso es lo que hago, escribir sobre mi amiga, grande y sensible, de una belleza incomparable. Y lo hago porque, como bien dice, al hacerlo examino su figura y la conozco un poco más. También para rendir un pequeño homenaje a aquellas mujeres sensibles como su bisabuela. Como ella misma.
Y además, hoy 24 de setiembre, aprovecho para recordarla después de mucho tiempo (de tantos días) y, a la vez que rememoro aquel pasado de Veneros, donde ya no queda nada en pié, felicitarla de todo corazón por su cumpleaños y por seguir los sabios dictados de su bisabuela: “Libros”, sin olvidar la música y la mar. ¡FELICIDADES, AMIGA!

martes, 23 de septiembre de 2014

OTRO GALLO



Todos somos políticos en ciernes

En cada uno de nosotros vive un político. Y hasta un banquero, si me apuran. Todos llevamos dentro un concejal, un alcalde, un ministro o un presidente. No hay más que observar las tertulias de los parques, los bares y cafés o las mismas peluquerías de damas y caballeros, los salones de belleza que llaman ahora, para ellos y para ellas. Todo consiste en ponerse siempre en el lugar de la oposición y anotar detalladamente todas y cada una de las cosas que a su juicio hacen mal quienes gobiernan que, en definitiva, no es más que el manejo y la administración de la viruta. Sin ir más lejos, fijándonos solamente en lo acontecido en este Valle a lo largo, digamos que, de esta última década y en las obras públicas acometidas y sin terminar o suspendidas sine die con unos presupuestos que meten miedo, que en muchos casos han sido o serán ampliados -para no variar- y en otros quedarán gastados y sepultados eternamente. No creemos necesario hacer especial mención de ninguna en especial. Están en la mente de todos. Obras faraónicas en muchos casos que ahora ponemos en tela de juicio. A ver, ¿para qué necesitábamos aquí soterrar las vías del tren, y para qué unos campos de minigolf, y para qué otra autovía por Bimenes, y para qué…?, y así pueden seguir absolutamente con casi todas las obras emprendidas a lo largo de los últimos años. Por supuesto las ya terminadas están mal hechas, mal trazadas o se ha gastado en ellas lo que no está en los escritos. Claro está siempre desde el punto de vista de quienes no han intervenido en su diseño y ejecución, y aún más claro para aquellos que no han intervenido ni en su discusión parlamentaria o consistorial. En definitiva para la mayoría silenciosa que es a quienes me refiero, para los tertulianos que nunca ven las cosas bien, porque si ellos mismos fueran concejales, alcaldes o presidentes otro gallo cantaría a concejos, regiones y al propio país.

Hace un par de días asistí como observador a un debate entre cinco o seis parroquianos donde se habló de todo esto. Y de aún más. De las hipotecas y desahucios, de las preferentes, de la soberanía de Escocia y Cataluña, de la familia Pujol Ferrusola y de la Biblia en verso, y ¡qué cosa! ninguno de los intervinientes estaba de acuerdo con el resto, cada uno tenía su propia receta que proclamaba a voces ante el resto, como si llevara razón. Visto lo cual me fui de allí y lo cuento aquí.

lunes, 22 de septiembre de 2014

LO QUE CUENTA YE LA NÓMINA

Los malos tiempos que corren

Pues claro que sí, sobre todo en los tiempos que corren en los que, abultada o no, el simple hecho de tenerla ya es toda una suerte que cada vez tienen menos personas. Uno de cada tres parados europeos es español. Ahí es nada. No hace muchos días un empresario me confesaba que su gran suerte era ser propietario de los inmuebles donde radican sus negocios, de no ser así estaría abocado al cierre porque “o pagas rentas y alquileres o pagas los sueldos de tus empelados; todo ello es imposible”, me aseguraba. De tal forma que quienes tienen trabajo y pueden contar con un dinero fijo a fin de mes ya se cuidan muy mucho de estirarlo en prevención de lo que está por venir, como si fueran tiempos de hambruna. Que lo son. Hasta el punto de que quien necesita cambio de coche, porque vive de él y el que tiene le ha cascado, se compra uno de segunda mano, y quien necesita lavadora o frigorífico nuevo acude a los cada vez más abundantes mercados de electrodomésticos con taras. Y así con todo, las vacaciones, la ropa de temporada, el calzado…, y lo que ya es más grave, la alimentación. En lugar de solomillo o chuleta de ternera, la pechuga, los muslos y alas de pollo están que te mueres. Lo mismo pasa con los pescados, las frutas, las bebidas… Pero, ¿qué voy a contarles que no sepan ustedes ya?, incluidos los pensionistas que hasta no hace mucho daban por ciertas y seguras sus percepciones y ahora, con ellas congeladas, empiezan a dudar del futuro más próximo y a estirarlas como si de chicle se tratara.

Los que están al otro lado, quienes no tienen trabajo, se buscan la vida como buenamente pueden. Como simples comisionistas en contratos mercantiles que en gran parte de los casos resultan leoninos o en la que ha dado en llamarse la economía sumergida que, esa sí, cada día tiene más adeptos y accionistas. Los chollistas. El pintor, el albañil o el fontanero que han quedado al paro, porque en el paro está la construcción, y hacen sus pinitos a un tercio del precio habitual para poder llevarse a casa unos mortadelos que compren el pollo y la parrocha de los que antes hablaba.

Y como hay que comer, algunos que no tienen ni lo uno ni lo otro, que carecen de sueldo y de ingresos eventuales, y también de prejuicios asaltan a quienes sí lo tienen. Cada vez proliferan más los rateros y ladronzuelos de supermercado. Esos pequeños hurtos que, siendo eso, suponen un quebranto importante en la cuenta de las empresas del ramo. Y también los robos en almacenes, naves o domicilios particulares. Sin ir más allá, ayer entraba a tomar un café en un bar y, a mitad de conversación, escuché a un hombre cómo explicaba a la parroquia que le habían entrado a robar en su casa del pueblo y que, habiéndose dado cuenta de ello, avisó a la policía que se presentó rauda en el lugar deteniendo a un joven. El caso es que, afirmó, marchó de allí antes que los agentes porque, según decían, no había por donde pillarle. Les da lo mismo, concluía enfadado, “lo que cuenta ye la nómina”. Si te grapan a ti o a mí en una de esas prepárate que te cae el pelo. Desde luego este pensamiento no contiene mensaje subliminal, todo lo contrario. La pena es que cada vez queden menos con un libramiento a fin de mes.

viernes, 19 de septiembre de 2014

DOS GÜEVOS, UN CHORIZU Y...

Raras costumbres

Hay veces que uno ve cosas tan insospechadas, tan raras y asombrosas que ya, por mucho que le cuenten, lo cree todo por exagerado que pueda parecer. Verán, hace unos días tomaba unos culetes en una terraza en compañía de mi tertulia sidril, cuando dos hombretones, como de cien kilos y 1,90, toman asiento en una mesa de al lado y solicitan su consumición. Hasta ahí no doy más importancia a la escena y continúo a lo mío hasta que me percato que están comiendo sendos platos de ensalada y, sobre la mesa, hay una botella de sidra, dos cocacolas y dos cafés. Insólito. Desde ese momento no puedo evitar tener mi vista fijada, casi de forma permanente, en ambos comensales. No comen, devoran con avidez y apenas hablan uno con el otro. De vez en cuando, y entre bocado y tragado, toman un sorbo del refresco o del café. Y en esto, aparece de nuevo la camarera que deposita encima de la mesa dos copas de lo que parece ser brandy. Uno de ellos echa un buen chorro en su café, mientras el otro sigue comiendo a sus anchas. Llamo la atención de mis compañeros de mesa que, sorprendidos, siguen la aventura gastronómica tanto o más alucinados que yo mismo. Dan buena cuenta de la ensalada y fuman un cigarrillo, cuando llega el segundo plato, una enorme fuente de escalopines con patatas fritas. Un buen trago de coñac y a la faena. A mitad de ella piden un culete y mientras la camarera lo escancia uno de ellos le hace una foto con su móvil. Evidentemente estos individuos no son de aquí, ni con toda seguridad lo son de Pola del Tordillo. Al final me entero que son de más allá de los Pirineos, de un lugar donde aún no conocen qué bebidas deben de acompañar a cada plato y en qué momento.
Y es que hay gente pa tó, oigan. Fíjense si esto es cierto que un chef nipón, de 22 añitos nada más, anunció en una red social la degustación de sus propios órganos genitales cocinados por él mismo y acompañados de una guarnición de hongos y perejil italiano. El picoteo costó la módica suma de mil euros para cada uno de los cinco comensales que se apuntaron al sarao. Se dijo que al tal Sugiyama -que así se llama el cocinitas- no le gusta la carne ni el pescado, que es asexual vamos, y entonces se hizo una cirugía emasculatoria (no podía llamarse de otra manera) y le amputaron pene, escroto y testículos. Tó de una tayá. ¡Hay que ver! Pues dice Duke que el festín genitálico que se pegaron los cinco kamikazes no debió de ser muy opíparo que digamos, porque como no lo hayan acompañáo de un balagar de patates frites no creo yo que dos güevos y un chorizu den pa mucho, a no ser que el japo los tuviera como el caballo de Epartero, claro está. Seguro que quedaron con fame.
Lo que no dice la crónica caníbal es qué bebida pidieron para acompañar tan suculento manjar, si lo hicieron con sake, con coñac como nuestros fortachones transpirenáicos, quizás con algún flujo corporal emanado del propio body del anfitrión. ¡Menuda guarrada!

domingo, 7 de septiembre de 2014

CUANDO LOS MARIDOS IBAN A LA GUERRA

Cualquier tiempo pasado fue mejor

En la baja edad media no había seguridad social, ni planes de jubilación y pensiones, ni tampoco paro. Quienes no disponían de una pequeña parcela para el cultivo y alguna cabeza de ganado que permitieran alimentar a su prole, tenían que cultivar las tierras del noble de la comarca y cuidar su ganado por unos mendrugos de pan o sumarse a sus huestes armadas para guerrear contra las del noble de al lado en disputa por el territorio o por alguna doncella de buen ver. Era la principal ocupación de los varones de entonces, servir a los otros barones, condes, duques y marqueses. En el campo o en la batalla. Duke también estuvo allí y, de aquella experiencia en tiempos tan lejanos, me contó que las cosas eran casi igual que lo son ahora, solo que sin fútbol ni Belén Esteban. Una gozada fueron aquellos tiempos. Los machos a trabajar dedicándose al degüello, el destripe y la rapiña, y las hembras en casa a cuidar la prole y a esperar el regreso de su paladín que era el poseedor de la llave que abría el cinturón que guardaba la flor de su secreto. Y entre campaña y campaña fabricaban un soldadito más, o una damisela que pronto heredaría el famoso cinturón, si antes no sucumbían ante alguna epidemia de las de entonces, la peste, el tifus o la madre que los parió. En aquellos tiempos no había gripe ni sarampión, y si los había aún no lo habían descubierto. Inocentes.
El caso es que cuando el marido volvía de la guerra debía de rendir cuentas a la mandakari, como ahora. Entregarle hasta el último vellón de su soldada y contarle con pelos y señales a quiénes y cuántos de sus enemigos había mandado al otro mundo o había dejado mancos, cojos o ciegos. Otra cosa era lo obtenido como producto del saqueo, y la enumeración de las doncellas violadas en tal menester. Eso eran los chollos que, como ahora, se guardaba para su peculio particular, sustrayéndolo así del férreo control de su santa que, sabedora de ello, otorgaba generosamente para que el guerrero tuviese sus pequeños caprichos, y caprichas. Lo que se dio en llamar “el descanso del guerrero”.
Por eso, lo que Duke decía, las cosas nos han cambiado en gran medida. Lo que pasa es que en los tiempos que corren ya hay cinco millones de guerreros -y más que habrá- que no matan ni hieren. No pueden, pero ganas no les faltan. Y cada vez hay más que, a falta de batallas, se dedican a esos chollos y, en su caso, al saqueo y la rapiña, como hace mil años. Son soldados que prematuramente han pasado a la reserva, sin la más mínima esperanza de volver a entrar en liza, de ser llamados al destripe y al despanzurre. Son soldados sin escudo y sin espada, pero soldados al fin y al cabo. Ahora ya no hay descanso para el guerrero, y ellas, que se han sumado a las batallas no hace mucho, están en las mismas. Ya no son necesarias las trincheras, tenemos socavones. Hoy día las batallas las libran otros, lejos de estas tierras. Allende los mares.