lunes, 22 de septiembre de 2014

LO QUE CUENTA YE LA NÓMINA

Los malos tiempos que corren

Pues claro que sí, sobre todo en los tiempos que corren en los que, abultada o no, el simple hecho de tenerla ya es toda una suerte que cada vez tienen menos personas. Uno de cada tres parados europeos es español. Ahí es nada. No hace muchos días un empresario me confesaba que su gran suerte era ser propietario de los inmuebles donde radican sus negocios, de no ser así estaría abocado al cierre porque “o pagas rentas y alquileres o pagas los sueldos de tus empelados; todo ello es imposible”, me aseguraba. De tal forma que quienes tienen trabajo y pueden contar con un dinero fijo a fin de mes ya se cuidan muy mucho de estirarlo en prevención de lo que está por venir, como si fueran tiempos de hambruna. Que lo son. Hasta el punto de que quien necesita cambio de coche, porque vive de él y el que tiene le ha cascado, se compra uno de segunda mano, y quien necesita lavadora o frigorífico nuevo acude a los cada vez más abundantes mercados de electrodomésticos con taras. Y así con todo, las vacaciones, la ropa de temporada, el calzado…, y lo que ya es más grave, la alimentación. En lugar de solomillo o chuleta de ternera, la pechuga, los muslos y alas de pollo están que te mueres. Lo mismo pasa con los pescados, las frutas, las bebidas… Pero, ¿qué voy a contarles que no sepan ustedes ya?, incluidos los pensionistas que hasta no hace mucho daban por ciertas y seguras sus percepciones y ahora, con ellas congeladas, empiezan a dudar del futuro más próximo y a estirarlas como si de chicle se tratara.

Los que están al otro lado, quienes no tienen trabajo, se buscan la vida como buenamente pueden. Como simples comisionistas en contratos mercantiles que en gran parte de los casos resultan leoninos o en la que ha dado en llamarse la economía sumergida que, esa sí, cada día tiene más adeptos y accionistas. Los chollistas. El pintor, el albañil o el fontanero que han quedado al paro, porque en el paro está la construcción, y hacen sus pinitos a un tercio del precio habitual para poder llevarse a casa unos mortadelos que compren el pollo y la parrocha de los que antes hablaba.

Y como hay que comer, algunos que no tienen ni lo uno ni lo otro, que carecen de sueldo y de ingresos eventuales, y también de prejuicios asaltan a quienes sí lo tienen. Cada vez proliferan más los rateros y ladronzuelos de supermercado. Esos pequeños hurtos que, siendo eso, suponen un quebranto importante en la cuenta de las empresas del ramo. Y también los robos en almacenes, naves o domicilios particulares. Sin ir más allá, ayer entraba a tomar un café en un bar y, a mitad de conversación, escuché a un hombre cómo explicaba a la parroquia que le habían entrado a robar en su casa del pueblo y que, habiéndose dado cuenta de ello, avisó a la policía que se presentó rauda en el lugar deteniendo a un joven. El caso es que, afirmó, marchó de allí antes que los agentes porque, según decían, no había por donde pillarle. Les da lo mismo, concluía enfadado, “lo que cuenta ye la nómina”. Si te grapan a ti o a mí en una de esas prepárate que te cae el pelo. Desde luego este pensamiento no contiene mensaje subliminal, todo lo contrario. La pena es que cada vez queden menos con un libramiento a fin de mes.

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