lunes, 24 de abril de 2017

PERDIDO EN MADRID



Un experto en llegar.



Cinco temas para desarrollar por escrito durante un máximo de dos horas en aquel miércoles santo de hace cuarenta años. Derecho Romano, el Pretor, su espada y armario, las acciones y su catálogo, según el genial y excelente profesor, Gerardo Turiel, ya desaparecido. Un camión cargado de mueble esperando a llevarme para montarlo en Alcobendas. Pasada la una de la tarde emprendimos viaje a Madrid y, en vísperas de Semana Santa, allí empezó mi calvario. “Sama-París”, rezaba el toldo del trasporte, el conductor tartamudo y yo cansado de intentar colocar latinajos, sin lograrlo. La duración del viaje por entonces estaba prevista en unas siete horas, sin paradas, y a la altura de Mieres escuché los primeros compases del “Poromponpero”, y luego “Mi carro”, y después “Anita”, y más tarde… En León tenía a Manolo Escobar clavado en el oído y la quijotera, pero el pavo ni se inmutaba, seguía erre que erre con aquellas malditas casettes. ¡Madrecita, María del Carmen…!
Por entonces yo aún no conocía el lugar de destino, de manera que aterrizamos en Madrid por puerta de Hierro y me extrañó que el chofer no utilizara la M-30 para tomar el desvío, así es que le pregunté si sabía por dónde ir. “Cla…, claro, estoy acos… tumbrado a andar por Paris y Bruselas (todo en tartaja), me contestó. Sonaba “Que viva España”, cuando el tío apagó el dichoso aparato, con evidentes signos de confusión. Se había perdido y no tenía ni pajolera idea de en qué lugar estábamos. Y nos dieron las nueve y las diez, y las once…, y nos paramos varias veces a preguntar, hasta que un guardia nos dijo que estábamos al sur de la capital y debíamos de ir hacia el norte. “Tomen la M-30, por allí”, nos indicó. Y tras media hora vimos el indicador de la ciudad: ALCOBENDAS (así de grande), ante cuya visión, en una gran recta de entrada, el hombre exclamó sorprendido: “Meca, aquí pusiéronme una multa el añu pasáu” (en tartaja). Por poco me tiro a su yugular. Por fin llegamos, nos ayudaron a descargar el mueble y el conductor tomó el camino de vuelta. Seguro que acabó en Logroño.


martes, 11 de abril de 2017

CHAMUSQUINA



Antichinos.



Tras la guerra de Secesión americana un grupo de xenófobos racistas de extrema derecha crearon el Ku Klux Klan (KKK), que sembró el terror en las comunidades afroamericanas durante muchos años y aún está activo. Organizaciones como el Klan siempre existieron, más o menos legalizadas, en todo el mundo, dado que siempre se trató de perseguir y aniquilar a sociedades emergentes que podrían adquirir mucho poder en el futuro, o que ya eran tenedores de él. No olvidemos la persecución de los cristianos en la era romana, la Inquisición de la Edad Media o el problema palestino en la actualidad. Creo que todos estaremos de acuerdo en que el odio y la discriminación contra todo aquel que no es o piensa como tú estuvo globalizado desde el albor de los tiempos y persiste después de la actual globalización. De manera que tenemos la impresión de que a nadie se le escapa la fatal coincidencia de cuatro incendios en bazares y almacenes de ciudadanos chinos en lo que va de año.
Demasiada casualidad que, primero en Sotrondio y luego en Oviedo y Gijón, y ahora en Pola de Lena, ardan como yesca sendos establecimientos regentados por chinos. Son cuatro coincidencias que, pese a que las investigaciones policiales no se hayan manifestado al respecto, nos huelen a chamusquina, y nunca mejor dicho. Pero los autores, de haberlos, no dejan rastro alguno que sepamos, como hacían los miembros del Klan dejando en el lugar una cruz ardiendo. Tenemos la sensación de que, de no tratarse de incendios accidentales o provocados por averías eléctricas, hay un grupo organizado de incendiarios que han fijado su mirada y sus actos criminales en la etnia oriental que prolifera aquí y en casi todo el mundo occidental. Algo similar a lo que ocurre con los incendios forestales cada verano, y ya también en otras estaciones. Algo difícil de combatir, pero que debe de hacerse sin escatimar medios. Los beneficios que da la administración para que estos inmigrantes instalen sus negocios es harina de otro costal. 


martes, 4 de abril de 2017

BUSCANDO UNA CARICIA



Lo que hay que contar.



Hoy decidí escribir mi columna sentado en un banco del parque. Nunca lo había hecho, de manera que cogí mi portátil y, aunque la temperatura no daba mucho ánimo para ello, acompañado de mi musa me fui hacia nuestro lugar predilecto, el banco de pensar. Llevaba la clara intención de escribir sobre lo que iba a observar desde ese rincón. Cualquier cosa que me resultara curiosa o llamativa. Llevaba media hora allí sentado con el ordenador sobre mis piernas, sin escribir una sola palabra y Duke a mi lado mirándome sin pestañear, como preguntando qué es lo que ocurre que estamos parados, cuando me dí cuenta de mi fracaso, de que todo lo que veía lo había contado en estas páginas en alguna ocasión. Y, de pronto, supe que había algo que no había relatado aquí. Que un domingo a una hora tan propicia para el paseo y solaz, para los juegos infantiles y las mamás de tertulia, mis ojos sólo pudieron percibir la tristeza de Sama. Un parque casi vacío, sin niños, sin madres… Un parque donde pasean ancianos en grupos de dos o tres, o solos. Donde alguno no puede ni siquiera pasear y se sienta en un banco cualquiera acompañado tan solo de su bastón y sus recuerdos. O donde una mujer empuja una silla de ruedas con un señor que mira al frente con la vista perdida a lo lejos.
En ocasiones tengo veleidades un tanto raras, y en ésta se me ocurrió contar sillas de ruedas, bastones y muletas, balones y bicicletas. Tres, veintiocho y diez, uno y ninguna, respectivamente. Y cuando, apesadumbrado, me olvidé de mi decisión inicial y opté por volver a casa y tratar sobre algo distinto, se nos acercó un señor desconocido que, dirigiéndose a Duke, preguntó: “¿Qué toca hoy, Duke? Mi amigo le miró con la cabeza entornada y tiesas sus orejas, y se acercó a él buscando una caricia que el hombre le dio cariñoso. Yo le contesté que estábamos en ello, nos dimos los buenos días y se alejó. Visto lo cual iniciamos un largo paseo, como en otros tiempos hacíamos con mi añorado Dimas Quirós, y una vez en casa me puse a contarlo tal cual.


sábado, 1 de abril de 2017

LA BELTER



La vieja librería.
Paco, en la librería ya cerrada. (Foto de La Nueva España)

Con este emblemático inmueble se va una gran parte de la historia cultural de Sama. Su “alma mater”, Paco, se jubiló en 2004 y con él se cerraron las puertas de una señera librería que, a través de los años, sirvió a estudiantes y lectores de toda ideología y condición. Y digo “sirvió” porque Paco mimaba a sus clientes, fueran estos infantes o caballeros, ya no hablo de las damas porque con ellas había una atención cuasireligiosa, de una caballerosidad inigualable y sin excesos. A día de hoy aún practica la reverencia y el besamanos, como dije en estas páginas en alguna ocasión y pueden corroborar casi todas las mujeres salmeronas. Porque este hombre conoce y es conocido por Sama entera, y parte del extranjero. La librería de Belarmino y Teresa fue su escuela. Allí se cultivó leyendo todo lo que por allí pasaba y caía en sus manos, y allí nunca le faltaba un detalle con sus clientes una goma, un etaja, un lápiz. “Toma, guapa, eto regálotelo yo”, les decía. Lo hizo en más de una ocasión conmigo mismo y con mis hijos.
Por todas esas razones y muchas más que todos conocen “La Belter”, era Paco, su amabilidad, su generosidad y su cortesía. Y hoy, cuando le doy a la tecla, yace bajo los escombros una vez retirados parte de los frescos que Eduardo Úrculo había estampado en sus pareces cuando aún era un joven aprendiz de pintor, algo que muy pocas veces fue apreciado por los que allí entraban, pero que desde que se cerró el establecimiento y falleció su autor adquirió la relevancia que en poco tiempo se podrá contemplar previsiblemente en la Pinacoteca que lleva su nombre. Duke cree que lo mismo que se extrajo esa obra, podrían hacerse las gestiones oportunas para hacer lo propio con otras que Eduardo dejó por aquellos tiempos en un edificio de la calle Alonso Nart, muy cercano a la librería, que es el cubil de parte de esos asociales de los que les hablé hace unos días.
Cuando pasen los años, muchos dirán a las generaciones venideras: “Mira, aquí estuvo la universidad de Sama, de la que Paco fue rector durante medio siglo”. “Sí, ése. Paco el de La Belter”.