martes, 31 de mayo de 2011

OCHO DÍAS DE MAYO


El destino depara extraños compañeros de viaje. A lo largo de nuestra efímera existencia uno siempre ignora con quién se encontrará en los recodos de la vida y en los descansos de nuestro caminar hacia no se sabe dónde y hasta cuándo. Por eso creemos que en ese sorpresivo e incierto itinerario, ligeros de equipaje que diría el poeta, debemos de ir provistos cuanto menos de amor, comprensión y generosidad hacia nuestros prójimos. Y también nuestras prójimas, aunque ellas resulten, al fin y al cabo, las que nos hagan pensar y concluir ciertas filosofías existenciales. Para quien alguna vez haya pensado y extraído conclusiones. Nos ponemos trascendentales porque en estos días que hemos estado ausentes de estas páginas hemos conocido a muchas buenas gentes que nos han dado ese amor comprensivo y generoso del que antes hablaba. Este es uno de los episodios de la breve historia de ocho días de mayo.

Una mañana de frío invierno, con las manos en los bolsillos, subidos los cuellos de su gabán, aterida caminaba dando vueltas a su frenético cerebro acerca de cuál sería su próxima empresa solidaria. Examinaba minuciosamente las posibilidades de contar con la presencia de
un célebre humorista en el siguiente acto de su grupo de altruistas. Entró en un bar y pidió un café mediano y un mojí. Todos los presentes la saludaron. ¿Qué tal “A”?, ¿cómo está tu marido? Era muy conocida en los confines de nuestro universo naloniano. Y en otros. Alegre, saludó a todos y agradeció el interés que los parroquianos mostraban por M.A., su esposo. Cuando se disponía a tomar su tentempié observó sorprendida que tenía sus manos moradas. Pensando que era debido al frío no le dio mayor importancia, terminó su refrigerio y, rauda –como ella es: rauda, rápida… Puro nervio- se fue del lugar saludando a todos al marchar: “no salgáis a la calle que haz un frío que pela”, dijo. Cuando llegó a casa y se despojó de su ropa de abrigo vio que sus manos estaban aún más moradas. Casi azules. Y comenzó a preocuparse: con su marido hospitalizado no era de extrañar que hubiera cogido cualquier virus de esos raros que te joden la existencia. No estaba para esas eventualidades, volvió a ponerse el abrigo y se fue corriendo –rauda otra vez, para no perder la costumbre- hacia el dispensario. Mire doctor, desde que salí esta mañana de casa se me están poniendo las manos así (se las mostró), como si estuvieran gangrenadas, le dijo al galeno. El médico le tomó la temperatura, la tensión, los pulsos y le hizo sacar la lengua valiéndose del palo de un polo. Diga “A”. A, dijo obediente. Pues yo no le veo nada, váyase a casa, mantenga reposo y si la cosa persiste vaya por urgencias. Para reposo estoy yo, dijo para sí, y se fue al hospital a cuidar a su patrón. Cuando entró se administró una dosis de ese líquido desinfectante que pusieron desde lo de la Gripe A y, perpleja, vio como aquel morado desparecía de sus manos. Entró a ver a su esposo y le besó, al tiempo que esté le susurraba: “Tienes los tejanos desteñidos. Por los bolsillos”. Por solo un segundo, aliviada, se dejó caer sobre el Divatto que le servía de cama para sus noches de vela.

Siendo de ese equipo al que se le caen las copas, no es de extrañar el despiste de mi reciente y querida “A”. Por eso, siendo Duke culé, hablaba al principio de los extraños compañeros de viaje. Cuidaos amigos. Os deseamos lo mejor.

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domingo, 22 de mayo de 2011

A QUIEN DIOS SE LA DE...


Las movilizaciones denominadas “indignación” o “del 15-M” que desde esa fecha del presente mes vienen sucediéndose en varias ciudades españolas, entre ellas Oviedo y Gijón, nos suenan a algo. Recuerdan a las habidas desde principios de año en el norte del continente africano y en algunos países de Oriente Medio como Siria, Barheim y Yemen. Aunque nada tiene que ver lo uno con lo otro. Nada lo ibérico con lo musulmán, ni lo democrático con lo autocrático. Pero se asemejan en lo espontáneo y en lo multitudinario. También en el cabreo de la tropa. Aunque, cuando le doy a la tecla aún no ha habido manifiesto alguno de reivindicación, en nuestro caso ese cabreo proviene, según parece, de la actitud de los grandes partidos y de la banca en tiempos de crisis como los que vivimos hace ya tres años. Al paro cifrado entorno al 20 % y sobre todo al de los jóvenes que ronda el 50. Son motivos más que suficientes para que el personal eche humo y, por fin, haya explotado. Después de una legislatura hosca y beligerante, con los dos grandes partidos tirándose los trastos, la crisis, el paro, las presuntas negociaciones con los terroristas, la corrupción, con la tibieza de los sindicatos en lo concerniente a los recortes sociales y nuestro reiterado y ya cansino fracaso en Eurovisión, era de extrañar que esto no hubiera ocurrido primero. Hace uno o dos años. Desde estas líneas venimos diciéndolo durante ese periodo y, en multitud de columnas, hemos mostrado nuestra indignación por la forma en que se han llevado las cosas.

Mayor motivo de indignación es, si cabe, que desde la derecha (Espe dixit) se culpe a la izquierda de instigar estas movilizaciones, y desde la izquierda se le cuelgue el marrón a la derecha. Ambos no hacen más que repetir lo de Ben Alí, Mubarak y Gadafi, mientras los ciudadanos de infantería claman y sufren las consecuencias de su dejadez, su incapacidad y su corrupción. Hasta hoy solo hemos oído unas palabras sensatas: “Yo sí les escucho y, aunque hay aspectos en que no llevan razón, debemos de atenderles. No está el mañana en el ayer escrito”, ha dicho Carme Chacón el pasado miércoles parafraseando a Machado. Y eso es lo que deben de hacer desde ambas partes, escuchar la voz del pueblo, no solo en las urnas.

Hoy, día 22, cuando tienen a la vista nuestra humilde opinión, es el momento en que sabremos si esas movilizaciones son compartidas desde los hogares españoles. Más allá de los resultados, de que Fernández, Espinosa o Cascos se alcen con el triunfo lectoral –saben ustedes que, al final, nadie pierde-, debe quedar un aprendizaje y una moraleja de toda esta movida y es que no por el hecho de verse apoyados en las urnas pueden hacer lo que les venga en gana, que las promesas tienen que sustanciarse en los hechos. Que la calle no está solo para salir a ella en campaña electoral. De todas formas esas protestas ciudadanas deben de hacerse también en los colegios electorales, lo hemos dicho hace dos días. En cualquier caso nos unimos a ellas, como no podría ser de otra forma, pero, aunque indignados, iremos a votar, y a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga.

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viernes, 20 de mayo de 2011

APUNTARSE A LA ABSTENCIÓN



Siempre pensé que no votar te priva del derecho a la protesta, a la reivindicación o a cagarte en todo lo que se menea. Salvo que seas menor de edad, claro está. Digo esto porque, a pocos días de las municipales y autonómicas, es habitual escuchar en charlas de calle y de café aquello de “estoy hasta los mismos de todos ellos”, “son todos iguales”, “lo mismo da verdes, rojos que azules, cada uno va a lo de él, a la mordida, y el que venga detrás que arrée”, y cosas por el estilo. Puede que no les falte razón a quienes piensan así, sin embargo estamos convencidos de que algo queda de limpio y puro en la política, de que aún quedan personas que deciden meterse en esto para servir a la sociedad y no a sí mismos y su progenie. Cuando estamos más que acostumbrados a ver que una gran mayoría de estos “rollerplayings”, que llamaba el otro día, se metan en el tinglado para hacer de lo público un modo de vida y observamos que aquellos que están verdaderamente preparados para ello se niegan en redondo a entrar en el juego para que no les metan en el mismo saco que a los simples y a los aprovechados con carnet de…, cuando vemos que estas consideraciones se agudizan más y toman más arraigo en la conciencia social, es bueno pensar en que quedan reductos sanos, tal como René Goscinny imaginó de aquella aldea gala de Asterix, rebelde a los romanos e inasequible al desaliento.

La tarea del ciudadano de infantería es la de escudriñar dentro de la casi infinita oferta que ponen ante nosotros en cada cita electoral, y en ese examen intentar descubrir dónde está la sinceridad, dónde las buenas intenciones, dónde la capacidad de gestión y dónde la ausencia de intereses espúrios. Posiblemente eso no vayamos a desentrañarlo en campaña electoral porque al fin y al cabo, si lo analizan y a poco que sigan las crónicas, todos dicen y prometen lo mismo: creación de empleo, avances sociales, desarrollo económico y la biblia en verso y, por el contrario, también todos intentan desacreditar a sus rivales afirmando que acabarán con todo lo bueno que se ha conseguido hasta la fecha y que, sin duda, ellos mejorarán: las listas de espera en la sanidad, la gratuidad sanitaria y educativa, las pensiones y la música en Pravia. O algo parecido. ¿O no? Al menos lo intentaremos.

Pensarán ustedes que deliramos al pensar que quedan personas honradas en esto de la cosa pública. Y acertarán. O no. De todas formas acordarán con nosotros que vale la pena intentarlo porque de nuestro acierto depende la suerte de los próximos cuatro años. Apuntarse a la abstención es tanto como pensar que no podemos hacer nada para que nuestro futuro sea mejor, tanto como dejar en manos de aquellos a quienes tildamos de deshonestos, o sospechosos habituales, las llaves de nuestra casa y el futuro de los nuestros. Si así lo hacemos después no valdrán los llantos, no podremos denunciar que nos han robado. Aunque nos equivoquemos valdrá la pena acudir a las urnas. Tomen la decisión, aún quedan unos días para ello. Aunque es previsible un alto porcentaje de abstención, olvídense de las encuestas, vayan a votar y que gane la democracia.

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lunes, 16 de mayo de 2011

ROLE PLAYING


El Teatro de ventas es un sistema inventado por el marketing moderno que consiste en una simulación de las acciones intervinientes en la compra-venta como forma de desinhibir al personal. Esto sería más o menos lo que en un equipo comercial, tutelado por un monitor, supondría que un miembro de ese equipo hiciera el papel de vendedor y otro el de comprador, ante la presencia del resto que, al final, opina sobre los papeles interpretados por los protas. Lo que hacíamos cuando éramos pequeños y montábamos un minitenderete en la calle para vender a nuestros colegas las canicas o los cocinetes que nos habían dejado el año anterior por reyes. Por supuesto esto era más serio, porque de lo que se trata en el primero de los casos es de vender contra viento y marea; da igual que afirmes que el juego de ollas que tratas de vender tiene dirección asistida o que no necesita aceite, ni gasolina. Todo consiste en engatusar al presunto comprador hasta que, rendido ante la evidencia y con el boli en su mano, firme el contrato sin percatarse de que no necesitaba una olla sino un juego de cuchillos.

Es lo mismo. El role playing llevado a la política es un mítin en el que los “vendedores” y “vendedoras” de turno y turna, presumen de los buenos y guapos que son, de lo feos y perversos que son sus adversarios; prometen cosas inconcebibles y, como en lo mercantil, llegan a asegurar que devolverán “su dinero” si sus clientes no quedan satisfechos con el producto. Y, menos esto último, se lo creen todo. ¿Devolver el voto?... Ni fartucos de sidra: “Lo que se da no se quita”, que dice el refrán. Así es que, diecisiete días antes de unas elecciones, una pléyade de “rolesplayings” de estos salen a las calles de nuestros pueblos y ciudades imbuidos de convicciones más que dudosas y animados por himnos al efecto que para sí hubieran querido Hitler o Alejandro. Salen a vender y a venderse, a chinchar a sus contrarios todo lo que puedan (si pueden joderles, mejor) y a decir que ellos mismos también tienen dirección asistida, airbags laterales, suspensión inteligente y lo que haga falta. Sin ponerse colorados y coloradas. Y luego vamos los de los medios y lo contamos, con imágenes, música épica y la madre que lo parió. Además gratis, porque lo dice no se qué ley.

Y uno mismo que ya, desde allá por el mes de junio de 1977 d.C., está hasta las cañerías de este teatro y de los cómicos que lo representan, piensa que, también en virtud de alguna ley, a los políticos debería de serles implantado un chiip en el que, por un simple escaneado, pudiera saberse todo su curriculum, si son de donde dicen ser o del enemigo, si verdes, rojos, azules o mediopensionistas, si estudian o trabajan y, en definitiva, donde quedara constancia del programa con el que se han metido en la historia para que luego no nos engañen y nos digan aquello de “donde dije digo, digo Diego”.
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