Siempre pensé que no votar te priva del derecho a la protesta, a la reivindicación o a cagarte en todo lo que se menea. Salvo que seas menor de edad, claro está. Digo esto porque, a pocos días de las municipales y autonómicas, es habitual escuchar en charlas de calle y de café aquello de “estoy hasta los mismos de todos ellos”, “son todos iguales”, “lo mismo da verdes, rojos que azules, cada uno va a lo de él, a la mordida, y el que venga detrás que arrée”, y cosas por el estilo. Puede que no les falte razón a quienes piensan así, sin embargo estamos convencidos de que algo queda de limpio y puro en la política, de que aún quedan personas que deciden meterse en esto para servir a la sociedad y no a sí mismos y su progenie. Cuando estamos más que acostumbrados a ver que una gran mayoría de estos “rollerplayings”, que llamaba el otro día, se metan en el tinglado para hacer de lo público un modo de vida y observamos que aquellos que están verdaderamente preparados para ello se niegan en redondo a entrar en el juego para que no les metan en el mismo saco que a los simples y a los aprovechados con carnet de…, cuando vemos que estas consideraciones se agudizan más y toman más arraigo en la conciencia social, es bueno pensar en que quedan reductos sanos, tal como René Goscinny imaginó de aquella aldea gala de Asterix, rebelde a los romanos e inasequible al desaliento.
La tarea del ciudadano de infantería es la de escudriñar dentro de la casi infinita oferta que ponen ante nosotros en cada cita electoral, y en ese examen intentar descubrir dónde está la sinceridad, dónde las buenas intenciones, dónde la capacidad de gestión y dónde la ausencia de intereses espúrios. Posiblemente eso no vayamos a desentrañarlo en campaña electoral porque al fin y al cabo, si lo analizan y a poco que sigan las crónicas, todos dicen y prometen lo mismo: creación de empleo, avances sociales, desarrollo económico y la biblia en verso y, por el contrario, también todos intentan desacreditar a sus rivales afirmando que acabarán con todo lo bueno que se ha conseguido hasta la fecha y que, sin duda, ellos mejorarán: las listas de espera en la sanidad, la gratuidad sanitaria y educativa, las pensiones y la música en Pravia. O algo parecido. ¿O no? Al menos lo intentaremos.
Pensarán ustedes que deliramos al pensar que quedan personas honradas en esto de la cosa pública. Y acertarán. O no. De todas formas acordarán con nosotros que vale la pena intentarlo porque de nuestro acierto depende la suerte de los próximos cuatro años. Apuntarse a la abstención es tanto como pensar que no podemos hacer nada para que nuestro futuro sea mejor, tanto como dejar en manos de aquellos a quienes tildamos de deshonestos, o sospechosos habituales, las llaves de nuestra casa y el futuro de los nuestros. Si así lo hacemos después no valdrán los llantos, no podremos denunciar que nos han robado. Aunque nos equivoquemos valdrá la pena acudir a las urnas. Tomen la decisión, aún quedan unos días para ello. Aunque es previsible un alto porcentaje de abstención, olvídense de las encuestas, vayan a votar y que gane la democracia.
Imágenes de Google
La tarea del ciudadano de infantería es la de escudriñar dentro de la casi infinita oferta que ponen ante nosotros en cada cita electoral, y en ese examen intentar descubrir dónde está la sinceridad, dónde las buenas intenciones, dónde la capacidad de gestión y dónde la ausencia de intereses espúrios. Posiblemente eso no vayamos a desentrañarlo en campaña electoral porque al fin y al cabo, si lo analizan y a poco que sigan las crónicas, todos dicen y prometen lo mismo: creación de empleo, avances sociales, desarrollo económico y la biblia en verso y, por el contrario, también todos intentan desacreditar a sus rivales afirmando que acabarán con todo lo bueno que se ha conseguido hasta la fecha y que, sin duda, ellos mejorarán: las listas de espera en la sanidad, la gratuidad sanitaria y educativa, las pensiones y la música en Pravia. O algo parecido. ¿O no? Al menos lo intentaremos.
Pensarán ustedes que deliramos al pensar que quedan personas honradas en esto de la cosa pública. Y acertarán. O no. De todas formas acordarán con nosotros que vale la pena intentarlo porque de nuestro acierto depende la suerte de los próximos cuatro años. Apuntarse a la abstención es tanto como pensar que no podemos hacer nada para que nuestro futuro sea mejor, tanto como dejar en manos de aquellos a quienes tildamos de deshonestos, o sospechosos habituales, las llaves de nuestra casa y el futuro de los nuestros. Si así lo hacemos después no valdrán los llantos, no podremos denunciar que nos han robado. Aunque nos equivoquemos valdrá la pena acudir a las urnas. Tomen la decisión, aún quedan unos días para ello. Aunque es previsible un alto porcentaje de abstención, olvídense de las encuestas, vayan a votar y que gane la democracia.
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