El caso Barberá
A estas horas estoy seguro que quien acabe por dar las
primeras declaraciones de la desaparecida matriarca valenciana será premio de
periodismo nacional. La paloma voló, como el AVE en que iba hacia Madrid a una
sesión del Senado. Y le dijeron desde Génova: “date la vuelta, Rita”, y Rita se
volvió a Valencia con el pretexto del olvido de los donuts, para dos días
después abandonar su carnet número tres del partido cuando en realidad lo que
debería de haber hecho era dejar todos sus cargos orgánicos, incluido el que tiene en el Senado. De forma que,
poniéndolo por pasiva, se aferra al escaño -que, dicho sea de paso, sí es suyo
y no del partido-, pero sigue sin ir por allí y sin ocuparlo hasta el punto de
que desde otros foros ya piden que se le prive de sus emolumentos casi
duplicados en virtud de su sitial en el grupo mixto. Rita no está, ni se la
espera, que diría el recordado Conde de Latores.
Lo cierto es que la cuestión se vuelve cruda para la ex
alcaldesa ché, decana de los alcaldes que en España han sido. Los socialistas
piden al Supremo ejercer la acusación particular y el resto de los partidos, el
popular entre ellos, piden a gritos que abandone su escaño y que deje de estar
aforada (que parece que es lo que a ella le importa) para que el asunto pase a
ser competencia de los tribunales valencianos. Pero élla no quería, oiga. De
manera que presentimos que acabará teniendo tanta presión por todos lados que
no le quedará otro remedio que dimitir más pronto que tarde o,
alternativamente, seguir escondida y no atender a sus obligaciones en la Alta
Cámara, cuando a no tardar le toca ser portavoz de su grupo y, en consecuencia,
zurrarle la badana a Mariano, su amigo del alma, que estará pensando en lo que
estarán metidos sus otros amigos íntimos, porque es que no acierta con uno.
Primero Bárcenas, luego Barberá… Y lo que venga.