viernes, 28 de agosto de 2015

UN MUNDO EN COMA



La crisis china



Después de más de ocho años de crisis global provocada por la quiebra de Lheman Brothers y el desmoronamiento de las economías occidentales, quien creció hasta convertirse en la segunda economía mundial ha entrado en recesión hasta el punto de haber devaluado su moneda en tres ocasiones en este último mes. China, el gigante asiático, tiene al mundo entero en un suspiro permanente al ver disminuidas sensiblemente sus exportaciones que constituyen una parte importante de su PIB, de manera que reduciendo el valor de su moneda, el yuan, puedan equilibrar su balanza y atemperar su incipiente crisis. Si ello supone que tendrán que pagar más por sus importaciones, es evidente que estas habrán de verse reducidas de igual modo, sobre todo en lo que a materias primas se refiere. De manera que quienes les suministran aquellos bienes y productos de los que ellos carecen se ven afectados en sus respectivas exportaciones con todas las consecuencias que ello acarrea. Alemania la primera, y tras ella toda la UE, incluido nuestro país que, según los que mandan en él (no sabemos por cuánto tiempo más) estaba saliendo del pozo y era el que más crecía dentro de la Unión. Miedo nos da, más bien pánico.
En una Europa convulsa por el complicado y casi inabordable problema migratorio, cuando Italia y Grecia se ven desbordadas por la multitud de refugiados y emigrantes que, tras haber logrado salvarse de las fauces del Mediterráneo, se apiñan en las fronteras y ante la entrada del Eurotúnel en Calais, esta cierta amenaza de una nueva crisis económica nos sitúa ante los prolegómenos de algo ya conocido pero no por ello menos grave y peligroso. Máxime si hemos de tener en cuenta que la nueva enfermedad ataca a un enfermo en fase de rehabilitación. Si en estos últimos años la consigna fue salvar a los irlandeses, lusos, españoles y griegos -que aún no están salvados, y mucho me temo que jamás lo llegarán a estar-, ahora se trata de echar un cable a los asiáticos. Porque a las economías occidentales no les conviene, ni les  interesa que China se venga abajo. El actual equilibrio de civilizaciones se haría añicos y tal vez nos situaríamos en el mismo lugar donde ya estuvimos durante la guerra fría. O peor, si aún cabe. Y esto ya no es moco de pavo. Las bolsas se desploman y el mundo entra en coma.

martes, 25 de agosto de 2015

ESTOS CHINOS



La pujanza comercial asiática 



Ahora los guajes compren les coses por internet. Camisetes, playeros, pantalones y, yo diría que, hasta conguitos. Paguen con la tarjeta esa que ya tienen desde que hacen la primera comunión y que yos regaló el padrín y, al final, llega un paquete a casa que trae la moza de correos, eches una firma con un cosu que no escribe en un parato muy raru, y ya ta. Luego tú mires el paquete y no entiendes na, vien to escrito en chino, taiwanés o farfullo, no se. Algo así como: “ç#ïç¡ç?º…$”, y tal. La cartera tampoco lo entiende, pero dizme ella que reparte a diario la dios de paquetes a la misma cantidá de neños y neñes. Lo único que se entiende ye la dirección, pero ye un poco rara. Acabo de recibir uno p’al mi sobrín que no taba en casa y pon: “Mr. Luisinacio Calzón Quitáo. Pintarrueques Street, number five, third floor. Sama de Langreo-Asturias-Spain”. ¿Ye rara o no? Lo de Street entiéndese bien por aquello famoso de les calles de San Francisco que, como sabéis, tan toes empinaes p’arriba, y también p’abajo. Pero lo de floor, ¿qué ye, una rosa o un clavel? No, debe ser el pisu. El terceru, en cocreto. “The Third”. Lo de Spain también lo entiendo por culpa del Festival de Eurovisión: “Spain two points, L’Espagne de puá”, refiérese a nosotros, los d’aquí. ¿Vistéis?, ya se yo más inglés que Sir Paul McCarney.
Pero de lo del chino no me entero, !cagondiez! Voy tener que hacer un curso aceleráu de cantonés o mandarín por correspondencia o, si no, ir  a clases particulares aquí al lao, a una tienda d’eses que te venden de to, barato, barato, que cuando a los dos días deja de funcionar o s’estropia vas p’allá, reclames y mándente al carajo diciéndote que “peldone, pol ese plecio no va a quelel qu’el apalato funcione”. Y tienen razón, ¡gonmimacho! Porque ye que cuando necesitamos algo y vamos a compralo a la tienda de la esquina y pon que vale 30 euros, damos la vuelta y vamos pa los chinos, que allí cuesta 5, o menos. Y aunque sepamos que no va a funcionar hacémoslo igual. Somos así de gilipollas. Volviendo a lo del paquete del mi sobrín, luego de la clase de inglés de la dirección, toquelu, apretelu y palpelu y pareciome que debién ser unos pantalones y seguro que, además, de marca, porque estos chinos fusílenlo to. El cocodrilo, el jugador de polo, el reló esi de la corona y lo que se yos ponga por delante.

miércoles, 19 de agosto de 2015

EL DON DEL CONSTUMBRISMO

RICARDO VAZQUEZ MONTOTO


Prólogo de mi libro, "YO ESTUVE ALLÍ"




En tiempos de globalización, cuando las calles se parecen, los escaparates exhiben lo mismo, las construcciones son similares, las vestimentas ya no anuncian la procedencia del individuo y el mundo entero se comunica mediante el nuevo esperanto –un inglés macarrónico que igual vale para entenderse con un chino que con un ruso o un yemení-, se echan de menos los olores, sabores y colores autóctonos, los sonidos, las expresiones y los acentos de la tierra más próxima, los cuadros y fotografías que representan lo cercano y conocido, lo nuestro.
Leo a Marcelino y me transporto a Langreo, a las calles de Lada, a un chigre de Tuilla, a un parque de Sama. Y pongo cara a sus personajes, al grupo que echa horas alrededor de la mesa de un bar, al policía local que vigila que los canes respeten las ordenanzas, a los ancianos que conversan sentados en un banco. Porque Marcelino hace del costumbrismo virtud, impregnando sus escritos de ese toque melancólico tan nuestro, vistiéndolos con el elegante velo de la nostalgia poética y perfumándolos con el picantín de la retranca y la socarronería que, para ser comprendidas, necesariamente tienen que haber sido vividas. Las columnas de Marcelino son fieles retratos, crónicas de pasado y presente, en sepia o alta definición, escritos que evidencian estanterías cargadas de literatura, cientos de horas de cine y amor por el trabajo bien hecho. Porque las columnas de Marcelino están trabajadas con esmero, documentadas, pulidas, cuidadas al detalle, como hermosas piezas de colección.
Pero todo ello esconde un secreto: Duke.
“Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro”. Esta frase lapidaria se adjudica a Diógenes de Sínope, el filósofo griego que llevó hasta tal extremo los ideales de privación e independencia de las necesidades materiales que, tiempo después de hacer pública tan afortunada sentencia, al buen hombre se le fue la pinza, para acabar patrocinando un síndrome de lo más desagradable.
Si tras todo gran hombre hay siempre una gran mujer, tras un gran perro no siempre hay un gran escritor. Por suerte, junto a Duke está Marcelino, que tiene la rara capacidad de traducir al lenguaje humano los pensamientos de un perro formidable.
Durante años, Antonio Gala mantuvo interesantísimas conversaciones con Troilo, un teckel fascinante. Truman Capote se carteaba con Charlie cada vez que salía de viaje. Pinka guió la pluma de Virginia Woolf. Como hizo Boatswain con Lord Byron.
Todos los que tenemos o hemos tenido la fortuna de compartir la vida con un buen perro, sabemos de su sabiduría y templanza. Y la experiencia nos recomienda escucharlo con atención y hacer todo lo posible por entenderlo y seguir sus consejos.
De los componentes del reducido grupo de aguerridos columnistas de La Nueva España de las Cuencas, Marcelino es el único que charla habitualmente con su perro, Duke, convertido en toda una institución en nuestro ámbito de influencia. Y columna tras columna demuestra una sobresaliente habilidad para interpretar sus pensamientos. Duke es un ser reflexivo, de orden, con los conceptos claros y las patas firmes sobre el terreno que pisa. Y Marcelino lleva al papel con mimo lo que le cuenta su compañero, cuidando las palabras para que transmitan fielmente sus ideas, evitando la exageración, la ampulosidad, lo innecesario, de modo que la columna resultante sea siempre magra, sin desperdicios. Duke le sugiere que hay que querer la tierra que a uno lo ve nacer y lo acoge. Y Marcelino trata y relata la suya con delicadeza y respeto, acariciándola como se hace con el laceo cabello gris de una abuela, dando una tenue luz a los recuerdos, divulgando pueblos y pueblinos, pregonando lo que merece ser pregonado, haciendo crónica de su calle, su plaza, sus gentes, pintando un cuadro en el que nos podemos reconocer. Y aunque el escrito verse sobre la actualidad internacional, las finanzas o sucesos allende las fronteras, casi siempre hay un momento para lo de casa, la referencia a algo de Langreo, pasando con absoluta naturalidad del castellano al asturiano y viceversa, de la frase formal al chascarrillo de aldea, de lo global a lo vecinal.
Según vaya avanzando por las páginas de este libro, el lector descubrirá la profundidad del pensamiento de Duke y la maestría de su inseparable compañero al darle forma de escritura humana.
Porque Marcelino es fiable, como no puede ser de otro modo. Un tipo que charla con su perro es de plena garantía.

Ricardo V. Montoto

martes, 18 de agosto de 2015

GRUÑÓN



Repartir las culpas


Mi amigo Luisinacio tiene la firme convicción de que la culpa de todos sus males es del Gobierno, o para ser más exacto de la Administración, que al fin y al cabo es lo mismo. Da lo mismo que sea un gobierno o una administración socialista, que popular, que del FLPT. La culpa es de ellos. De los dos, porque Luisinacio cree que son dos cosas distintas. Y a lo mejor tiene razón. Mi amigo adjudica culpas dependiendo de la gravedad e intensidad de sus numerosos problemas. Hace dos años tuvieron que operarle de la vesícula, y le cargó el muerto a Ana Mato. Cuando estaba a punto del alta hospitalaria se le infectó no se qué, tuvo que permanecer ingresado una semana más y puso al SESPA a chupa de domine. Cuando tenía el alta y su maleta en las manos, llamó a un taxi para irse a casa y, cuando aún no habían pasado quince minutos desde la llamada, despotricó contra el Ayuntamiento por la tardanza. La verdad es que no se muy bien por qué esta culpa se la adjudicó a Jesús que viene en bicicleta.
Tardó en recuperarse y aseguraba que aquello era debido a la contaminación que imperaba en Langreo. Si hubiera menos coches, menos chimeneas y menos fumadores, otro gallo me cantaría, me dijo en una de mis visitas. Ese mismo día me habló de la subida de la tarifa eléctrica, y su culpable Soria. También dijo que esto del paro -aunque a él no le importa (pero tiene que meterse en todo)- lo arreglaba rápidamente “poniéndolos a todos a trabayar” porque la gente piensa que “esto ye como el maná, que vién del cielo”; y lo de la crisis ésa, según él, es todo mentira, la culpa tiénenla los bancos que cada vez quién ganar más y dar menos. Por eso, me confiesa, “yo tengo les perres en el armario de la cocina, dentro de la Magefesa”. “Ye donde mejor están, a la vista, donde yo les controle”. Joder amigu, no sé por qué vengo a vete. Siempre que estoy contigo marcho deprimíu, le dije en esta última ocasión. Bueno, y cambiando de tema, ¿la tu mujer y la neña tan bien? Mira, eso ye lo peor de tó. Maripuri dizme que soy un llorón, un hiponcondríacu y que no hago más que amargayos la vida, y la mí fía ya ni me habla porque diz que soy un gruñón y un repunante. Así que desde que salí del hospital yes el primeru con el que mantengo una conversación seria. La culpa tienla Rajoy. Si mandasen los míos ya te diría yo. Iben a estar dereches como blimes.

lunes, 17 de agosto de 2015

UN CARADURA



La picaresca de algunos


En el parque de Sama, a la altura del monumento erigido a Dorado, hay cuatro bancos dispuestos en forma de “U” donde suelen sentarse miembros de una tertulia de hombres mayores, casi todos con boina y bastón. Son bancos novelescos, al igual que aquel del parque de La Alameda en Santiago de Compostela donde son famosas “As duas Marías” y también la eterna sentada de Don Ramón del Valle Inclán en un banco como los nuestros, pero de forja. Volviendo a lo doméstico, hace unos días cinco o seis ancianos de los habituales estaban reunidos en el lugar platicando de sus cosas cuando un hombre de unos cuarenta años llegó sujetando con una correa a un “canis vulgaris”, esto es a un perro de los que ahora llaman “mil pichas”. Le pidió al anciano que permanecía de pie que le hiciera el favor de sujetar al chucho mientras él iba a los cercanos aseos. Lo hacía ostensiblemente apurado, sujetándose la entrepierna. El hombre cogió la correa del perro y el otro se fue corriendo a los servicios. Al menos ese fue el ademán que hizo porque al llegar a la puerta, miró hacia atrás y al ver que no le miraban, se dirigió a una cafetería cercana. Mientras tanto el anciano nervioso sujetaba celosamente al can que, también inquieto y enhiestas sus orejas, miraba en la dirección por donde se había ido su irresponsable dueño.
De pronto pasó una perrita y el cánido se puso como loco a intentar percibir el aroma que desprendía la dama. Para ello iba de un lado a otro enrollando la correa en las piernas del anciano, y éste girando torpemente sobre sí mismo para desenrollar la puñetera cuerda hasta estar a punto de dar con sus viejos huesos en el suelo. Cuando dos de sus compañeros se levantaron para ayudarle el can comenzó a ladrarles desaforadamente, pensando que querían quitarle su ligue. Y en esto, después de quince minutos, llegó el amo, con un breve gesto dio gracias, y se iba a marchar como si tal cosa cuando tres de los ancianos le rodearon diciéndole que ellos mismos, prostáticos todos, nunca tardaban tanto en echar una meada. ¡Cara dura!, remataron. ¡Sivergüenza!, concluyeron. Y el otro se fue de allí a buscar a alguien que le cuidara a Toby mientras se tomaba otro vino. O medio litro. Duke lo vio desde enfrente, sentado en el cesto de La Carbonera. El monumento erigido a don Luis Adaro. Su sitial predilecto.