Dicen por estos lares que el primer día de agosto es el
primer día de invierno, pero ye mentira. Eso lo dirán los que estuvieron de
vacaciones en el mes de julio. Además, antes del invierno, tenemos una estación
de por medio con parada obligatoria y no discrecional. Lo que pasa es que
después del 15 de agosto, de que en Gijón hayan quemáo un montón de perres y no
de pólvora como estaba previsto y de que la gente empiece a volver con la
frente marchita, se acaben los JJ.OO. (ahí sí se vio la pólvora) y empiece eso
del fútbol, con septiembre a tiro de piedra ya nos vamos dando cuenta de que se
acabó lo que se daba, que hay que comprar los libros pa los guajes y la ropa
del cole, que queden muy pocos días de veraneo. Ya huele a otoño. Las hojas van
desprendiéndose de los árboles y también del calendario. Pero ye igual porque
pa otoño queda San Mateo y les fiestes con mercaos medievales, los nabos, les cebolles
y los pimientos rellenos, el cabritu y la fabada, pa recuperar les fuerzes que
perdimos de tanta ensalada, gazpacho y despendole estival. Y mandar la tableta
de chocolate abdominal a tomar p’ol sacu, que ya ta bien de sacrificiu pa lucir
body en les playes que tuvieron más bruma que ningún añu anterior.
Y ye que esto de los calores, tanta fiesta y tanta murga no
va con nosotros. Duke y yo preferimos el otoño. Él porque ye cuando pue ir a la
playa sin que lu critiquen y yo porque ye el tiempu de les castañes y el
marisco, por aquello de los meses con “r”. Además en tiempo otoñal la gente va
dejando el bronceáo de Benidorm y Salóu y recuperen el blanco cuayá d’aquí del
norte. Así que tengo ganes de que Luisinacio y Maripuri vuelvan de una vez de
Sanjenjo pa ver si me cuenten cómo se les arregla Mariano pa dar eses caminates
por les caleyes gallegues con un pasu tan marcial y olímpicu que talmente parez
que lu persiguen Pedro y Pablo con la navaya entre los dientes.