El Teatro de ventas es un sistema inventado por el marketing moderno que consiste en una simulación de las acciones intervinientes en la compra-venta como forma de desinhibir al personal. Esto sería más o menos lo que en un equipo comercial, tutelado por un monitor, supondría que un miembro de ese equipo hiciera el papel de vendedor y otro el de comprador, ante la presencia del resto que, al final, opina sobre los papeles interpretados por los protas. Lo que hacíamos cuando éramos pequeños y montábamos un minitenderete en la calle para vender a nuestros colegas las canicas o los cocinetes que nos habían dejado el año anterior por reyes. Por supuesto esto era más serio, porque de lo que se trata en el primero de los casos es de vender contra viento y marea; da igual que afirmes que el juego de ollas que tratas de vender tiene dirección asistida o que no necesita aceite, ni gasolina. Todo consiste en engatusar al presunto comprador hasta que, rendido ante la evidencia y con el boli en su mano, firme el contrato sin percatarse de que no necesitaba una olla sino un juego de cuchillos.
Es lo mismo. El role playing llevado a la política es un mítin en el que los “vendedores” y “vendedoras” de turno y turna, presumen de los buenos y guapos que son, de lo feos y perversos que son sus adversarios; prometen cosas inconcebibles y, como en lo mercantil, llegan a asegurar que devolverán “su dinero” si sus clientes no quedan satisfechos con el producto. Y, menos esto último, se lo creen todo. ¿Devolver el voto?... Ni fartucos de sidra: “Lo que se da no se quita”, que dice el refrán. Así es que, diecisiete días antes de unas elecciones, una pléyade de “rolesplayings” de estos salen a las calles de nuestros pueblos y ciudades imbuidos de convicciones más que dudosas y animados por himnos al efecto que para sí hubieran querido Hitler o Alejandro. Salen a vender y a venderse, a chinchar a sus contrarios todo lo que puedan (si pueden joderles, mejor) y a decir que ellos mismos también tienen dirección asistida, airbags laterales, suspensión inteligente y lo que haga falta. Sin ponerse colorados y coloradas. Y luego vamos los de los medios y lo contamos, con imágenes, música épica y la madre que lo parió. Además gratis, porque lo dice no se qué ley.
Y uno mismo que ya, desde allá por el mes de junio de 1977 d.C., está hasta las cañerías de este teatro y de los cómicos que lo representan, piensa que, también en virtud de alguna ley, a los políticos debería de serles implantado un chiip en el que, por un simple escaneado, pudiera saberse todo su curriculum, si son de donde dicen ser o del enemigo, si verdes, rojos, azules o mediopensionistas, si estudian o trabajan y, en definitiva, donde quedara constancia del programa con el que se han metido en la historia para que luego no nos engañen y nos digan aquello de “donde dije digo, digo Diego”.
Imágenes de Google
Es lo mismo. El role playing llevado a la política es un mítin en el que los “vendedores” y “vendedoras” de turno y turna, presumen de los buenos y guapos que son, de lo feos y perversos que son sus adversarios; prometen cosas inconcebibles y, como en lo mercantil, llegan a asegurar que devolverán “su dinero” si sus clientes no quedan satisfechos con el producto. Y, menos esto último, se lo creen todo. ¿Devolver el voto?... Ni fartucos de sidra: “Lo que se da no se quita”, que dice el refrán. Así es que, diecisiete días antes de unas elecciones, una pléyade de “rolesplayings” de estos salen a las calles de nuestros pueblos y ciudades imbuidos de convicciones más que dudosas y animados por himnos al efecto que para sí hubieran querido Hitler o Alejandro. Salen a vender y a venderse, a chinchar a sus contrarios todo lo que puedan (si pueden joderles, mejor) y a decir que ellos mismos también tienen dirección asistida, airbags laterales, suspensión inteligente y lo que haga falta. Sin ponerse colorados y coloradas. Y luego vamos los de los medios y lo contamos, con imágenes, música épica y la madre que lo parió. Además gratis, porque lo dice no se qué ley.
Y uno mismo que ya, desde allá por el mes de junio de 1977 d.C., está hasta las cañerías de este teatro y de los cómicos que lo representan, piensa que, también en virtud de alguna ley, a los políticos debería de serles implantado un chiip en el que, por un simple escaneado, pudiera saberse todo su curriculum, si son de donde dicen ser o del enemigo, si verdes, rojos, azules o mediopensionistas, si estudian o trabajan y, en definitiva, donde quedara constancia del programa con el que se han metido en la historia para que luego no nos engañen y nos digan aquello de “donde dije digo, digo Diego”.
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