sábado, 3 de julio de 2010

GLORIOSO TROPEZÓN



Ocurrió hace unos años. Fue una de esas anécdotas que hacen sonrojar hasta la suela de los zapatos y, evidentemente tenía que pasarme a mí. Lo contaré en tiempo real, tal y como sucedió. Créanme que no me invento nada. Es invierno y acaba de finalizar la primera edición de Operación Triunfo que gana aquella chica gordita de Graná que posteriormente nos deleita con aquello de Yurop Livin of Celebreison, o como coño se diga. Y viene a una gran superficie la finalista más aclamada de todos los concursantes a presentar y firmar su primer disco, su ópera prima donde estaba aquella de “Atrévete”. Mi hija quinceañera tiene una especial predilección por ella y, como no, por su romance con el otro finalista. El de los rizos. Insiste y me ruega que la lleve a verla. “Papi, llévame a ver a Chenoa”. ¿Qué es lo que un padre no está dispuesto a hacer con tal de ver feliz a su hija? Pues eso, que me atrevo -como dice su canción- y para allá me voy con mi hija y una amiguita, ilusionadas por ver a su estrella favorita. Para inmortalizar el histórico momento pido una cámara digital porque tengo la mía algo chunga y con toda seguridad no sacará nada del evento. Su dueño me recomienda que tenga mucho cuidado con ella. “Descuida, la trataré con delicadeza”, le aseguro.

Ya en el Centro, mientras dejo a las niñas aguardando en la cola ya provistas con el disco de la cantante, doy unas vueltas, miro distraídamente alguna tienda y tomo un café. Pasa cerca de una hora, y aburrido, decido acercarme para ver que ya están cerca de la cabecera de la cola, a punto de subir al escenario, donde veo a Chenoa dando besos a sus fans y soportando sonriente los flash de un sinfín de cámaras que disparan desde todos lados. Mi hija, nerviosa -con el corazón desbocado-, me pide la cámara. “Ni hablar, no es nuestra y solo la uso yo. Os acompaño”, le digo. Hablo con el guarda de seguridad que, a pie de la tarima, da paso a la gente para acceder a la firma y me permite subir con las dos niñas para hacerles las fotos. Tres escalones, tres. Subo tras ellas cámara en mano y cuando llegó al último peldaño tropiezo en él y me voy de morros contra el entarimado, justo delante de la cantante. La cámara a tomar por saco, a seis metros de mí. Chenoa y su manager salen detrás de la mesa para ayudar a levantarme, junto al guarda que me había franqueado el paso. “¿Se ha hecho usted daño?”, me dice Chenoa preocupada, al tiempo que el otro guarda, una chica, me entrega la cámara. “No ha sido nada”, le contesto mientras pienso en el ridículo que acabo de hacer. Pero ya que estoy allí, y en esas circunstancias, le pido un beso y una foto, como no podía ser de otra forma, y le doy la puñetera cámara a la chica de seguridad que me la había devuelto para que me haga la foto con la diva. En ese preciso instante alguien entre el público preguntó: “¿Quién es esa chica tan guapa que está con Duke?”. Aunque solo haya sido por unos segundos, me convertí en una celebridad. Y alcancé la gloria.

Imágenes obtenidas de Google

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