martes, 20 de julio de 2010

LA POMADA


Hay personas que no se resignan a pasar desapercibidas. Hubo un día en que fueron próceres de algo, se retiraron, o las retiraron, y no soportan apartarse de la vida social. Quieren seguir estando en todos los actos y en todos los saraos, que se las reconozca y se las rinda la correspondiente pleitesía. Están encantadas de haberse conocido. Siguen creyéndose el ombligo de la sociedad o el centro de un pequeño universo cuajado de estrellas ya apagadas o a punto de desaparecer. Es el Crepúsculo de los Dioses, la Caida del Imperio Romano, el Regreso de la Momia o algo muy parecido a este cinematográfico ejemplo.

¿Les suena de algo un tal Michael Schumacher o Lance Armstrong? Son los casos más recientes de dos deportistas de élite que habiéndolo ganado todo en su vida profesional y habiendo sido los paradigmas de sus deportes respectivos, tras unos años en el dique seco decidieron volver para reverdecer viejos laureles. Volvieron y no lo hicieron en olor de multitudes, como reza la expresión popular (loor sería la correcta), sino que su aura ya estaba oscurecida por la de otros que vinieron a ocupar su lugar: léase Alonso y Hamilton o Corredor y Schleck. Y la triste consecuencia de esa reentrada -por la puerta de atrás- es un discurrir sin pena ni gloria por las colas de las formaciones, viéndose adelantar por otros y con la lengua fuera porque uno ya no es el que era. Ninguno de los dos citados tomó ejemplo de un Caballero del Deporte: un tal Don Miguel Induraín que, cuando comprobó que su gran corazón ya no soportaba aquel esfuerzo, puso pie en tierra y terminó su vida profesional justo un año después de haber ganado su último Tour. Y qué decir de los últimos años del Pelusa que, después de arrastrase por juzgados y calabozos, de igual forma lo hizo por los campos con obscena ostentación de sus kilos y de su indignidad. La misma que arrastra ahora desde el banquillo.

Son estos simples y flagrantes ejemplos de lo que ocurre en la vida cotidiana con tanta gente que, habiéndoseles pasado el arroz hace tiempo, persisten en el empeño de continuar en la pomada cuando ya no tienen nada que decir y menos que aportar o aquellos otros que deciden volver porque no se resisten a permanecer en el anonimato, tan cruel para ellos. Son los Marujita Diaz o Sara Montiel de nuestra sociedad, aquellos que tras presidir cualquier entidad de medio pelo se ven sustituidos por nuevas personas, nuevas ideas y no soportan permanecer callados y dejarles trabajar sin tener que alzar la voz y dar la nota discordante. Es una pena que estas personas no dejen a la sociedad renovarse y seguir creciendo con nuevos criterios. Quizás hasta que no les pongan una calle o les hagan un monumento no se den por satisfechos. Su ego les apodera, su falta de humildad les delata.

Imágenes obtenidas de Google

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