miércoles, 17 de mayo de 2017

VEGUÍN Y LAS REDES SOCIALES

De octubre de 2015.



Hace unos días, charlando con un par de amigos ya maduros, se acercó al grupo un tercero que les informó de que en Internet circulaban fotografías de paisajes y paisanajes de Veguín y que en muchas de ellas estaban ambos hermanos, además de muchas otras personas que son y fueron muy conocidas en la localidad, sobre todo Tino Casal. Los brothers se quedaron de piedra. No comprendían cómo podía ser posible aquello. Se lo expliqué. Mirad, vosotros tenéis una foto, aunque sea antigua, la escaneáis y metéis en el ordenador a través de un programa y luego, si estáis en una red social, le dais al ratón y la foto ya está a disposición de todo dios que esté en esa red, y pa los del Valle de Tudela también vale, ¿capisci? Yo no entiendo na de eses coses, dijo uno. Voy a decí al guaje que lo busque, replicó el otro.

Wikipedia, premio Princesa de Asturias de este año, dice que las redes sociales son estructuras compuestas de grupos de personas, las cuales están conectadas por uno o varios tipos de relaciones, tales como amistad, parentesco, intereses comunes o que comparten conocimientos. Y yo corregiría a la Wiki: son grupos de personas y personos conectados por Internet (la red de redes) que en la mayoría de los casos no tienen más relación que esa. No son amigos, ni parientes, ni siquiera colegas. Ni colegos. Eso sí, en el Valle de Tudela conócense todos. Para que nos entendamos. Supongan que Internet es el proceloso océano y nosotros unos aguerridos pescadores que salimos a faenar en busca de la parrocha. Los usuarios. Echamos la red -la de pescar, se entiende- y en menos de lo que dura un parpadeo, caen en ella bonitos, lubinas, merluzas, tiburones, conejos, jabalíes y leones. Menos parrochines y truches del Nalón, de todo oigan, hasta mondas de plátano y otras basuras impropias de la mar océana. O sea.

Yo estoy probando en una de estas redes y estoy asustáu. Tol mundo quier ser amigu tuyu. Empiecen a salite mensajes en el ordenata diciendo: “Rogelito Paniagua quiere ser tu amigo en Caralibru”. Y claro, tú, pa no hacéi un feo a Rogelito -que no tienes ni puta idea de quién ye- aceptas, das un clic al ratón y ya estás ficháu. Por Rogelito y los cinco mil seiscientos dos amigos y enemigos de esti puntu que, cuando me pongo a mirar, resulta que ye sexador de pitos cerca del Machupichu. ¡Hay que jodese! Porque ye que en to los pecés de los amigos del peruanu esi sale un mensaje que diz: Ahora Rogelito es amigo de Marcelino González, José Ramón Palicio, Angel Ortea y trece personas más. Luego llega otru y diz: Me gusta. Pa echar la pota. Así que unos días más tarde, cuando empiezo a dominar un poco el asuntu esti, borro a Rogelito y a la tropa que hay detrás d’él. Ya no soy amigu tuyu, macho, de Palicio y Ortea sí. Porque resulta que en estes coses de la red hay un muro. Sí coño, un muro. No ta hechu por la cementera de Veguín, pero ye un muro. Y ahí pués poner lo que te salga de los cataplines. En el tuyu o en el de un amigu. Pues poner fotos y vídeos, y decir les mayores tonterías que se te ocurran. Poner a caldo a Rajoy, a Pablo Iglesias o al alcalde de Oviedo. No pasa ná. Otros ponen en el muro esi una noticia que acaba de salir en el New York Times, como si fuésemos gilipollas y lo del Box, o Santa Eulalia, no leyeran los periódicos americanos. Bueno, esperad un poco que acaba de salime un mensaje en el IPhone 6 con airbag y salida de incendios incorporáos.

Esa ye otra. El Smartphone, los Apple, las tablet y la de su madre, unos teléfonos móviles llenos de tecles y más funciones que la Saez de Santamaría, que ya decir. No ye bastante con el ordenador, no. Si tienes uno d'esos paratos cada vez que a alguien de los que tan apuntáos en la tu lista i da por escribir alguna memez, o poner una foto del últimu ligue -que suele coincidir con la última bolinga-, cada vez que pasa eso, suénate el móvil pa contátelo en vivo y en directo. Y si tienes muchos amigos en la red, como Rogelito, el teléfono no para de sonar. No te deja tranquilu ni pa sentate en el excusado. Esta vez sonome pa avisar de que ahora Maripuri ye amiga de Mariloli, Maripili, y la neña del tanga a cuadros, y pa invitame a jugar al Gilisaga. Que esa ye otra, la de los juegos en grupo. ¡Manda güevos! Porque, ojo, como ahí entra quien quier, uno ponse como i da la gana. Como El guerrero del antifaz, Pretty Woman, o Belén en paro busca casa en Olloniego. Y pon la foto que-í gusta, normalmente la de un modelo o una modela. O no la pon, pa dejanos con la duda.

Después, cuando uno entra ahí pa ver les últimes novedáes de la tropa, resulta que casi siempre aparéz el careto del mismu tío, o tía. Dando un enlace (link que lu llamen) con un periódicu de Guadalajara -que también tién periódicos-, notificando al personal que está de vacaciones en Anieves o poniendo una foto de un gatu estrapalláu en la carretera de Entrepeñas. Luego, detrás de eses publicaciones, lleguen los más de quinientos y picu amigos que tién y empiecen a decir que yos gusta, y que ye el mejor, y que lo pase bien en Anieves, y que a ver cuándo pon una foto de la madre que lu parió. Y to eso sale en el mi ordenador y en el móvil, de manera que ya estoy de redes hasta los güevos, con perdón. Voy a empezar a borrar a to los que usen esto pa entretenese y tocar los cataplines al personal. Y sobre to a mí, que soy el que más me importa.

Así que, voy a darme de baja de esta red para meterme en otra distinta. A ver cómo funciona. Lo hago, e inmediatamente, me llega un mensaje de bienvenida. Luego peticiones de amistad. Otra vez todo el mundo quiere ser mi amigo, incluído Rogelito y las Maris. Elijo a media docena y empiezo a analizar la cuestión. Idem de lienzo. Prácticamente aquí están los de allí, menos Pailicio y Angel Ortea. O viceversa. Y tal y como entré, salí. Al final toda esta aventura de las redes sociales me ha dado mucho que pensar. En los tiempos que corren, cuando uno no conoce ni a su vecino de puerta, cuando las gentes ya no se saludan por las calles y todo ha quedado despersonalizado, en definitiva, en los tiempos de la comunicación en los que nadie se comunica con nadie, nos pasamos horas y horas frente a las pantallas de los ordenadores o de los móviles de última generación, buscando compañía de personas desconocidas que nos den un poco de palique porque las tertulias de sobremesa o de los bares, o simplemente la charla en la esquina de la calle han pasado a mejor vida. Y he sacado una conclusión: “Los amigos de mis amigos no tienen por qué ser amigos míos”. O casi todos.

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