miércoles, 3 de mayo de 2017

DICES TÚ DE MILI

De agosto de 2009.

Allí estaba yo, solo en la fría madrugada madrileña, en algún lugar de la M-30, sin saber qué hacer, porque nada había previsto. Vestido de bonito, con mi petate y mis dudas. Mis estremecedoras dudas. Un autocar, rebosante de soldaditos como yo, me había depositado allí para continuar su viaje a Valencia. Solo veo asfalto, un puente y algunos árboles. Permanezco quieto durante un buen rato, quince o veinte minutos, pensando qué hacer para llegar a una boca de Metro. Pasa un taxi y decido pararlo. “Por favor puede llevarme hasta la estación de metro más próxima”. El del coche me mira estupefacto como pensando ¿de dónde habrá salido este paleto? Y, sin articular palabra, señala con un dedo entre los árboles. Me doy cuenta en ese instante que a no más de cincuenta metros, justo tras la foresta, hay una indicación “M”. De todas formas el hombre me hace señas para que suba al coche y me lleva hasta ella. “Suerte chaval”. Parco en palabras que era él, lo que es raro en los de su profesión. Sin cobrar la corta carrera, se fue entre la bruma matutina.
Así comenzaban las aventuras y desventuras militares de quien les aburre desde esta página. En el Madrid de los Austrias y de Adolfo Suarez, con una democracia y una constitución recién estrenadas, un título en derecho aún no documentado, una novia aquí, y todas las ilusiones del mundo congeladas en un arcón hasta que esa maldita obligación para con la patria se acabase. La fortuna o mi condición universitaria, no sé, me hizo recalar en las oficinas de un batallón de tanques en el mayor cuartel de la capital para perder un año entero escribiendo oficios de estrella a estrellas y de éstas a sables. Allí estaba yo con una olivetti cuasiportátil sin otra ocupación más que ir con papeles del teniente al capitán, de éste al comandante y, tres o cuatro veces diarias, rendir cuentas al teniente coronel que era, a la postre, el baranda del castillo. Justo al lado de mi oficina estaba el bar de oficiales, con más predicamento que Casa Olivo en sus buenos tiempos, donde entraban todas las estrellas del firmamento. De alférez a coronel, allí paraban todos tres o cuatro veces al día, y allí hablaban de lo suyo, de la guerra, de sus guerras…, sin temor a que dos ignorantes camareros de la Mancha sospechasen la futurible realidad de sus conversaciones conspiratorias, sin miedo a que un escribiente letrado de Asturias se tomase en serio sus juegos de guerra. Hacía poco que habían llegado de la célebre Marcha Verde, sin haber podido escabechar a ningún moro. Ese año estuve en Chinchilla y San Gregorio con mi olivetti a cuestas, y allí conocí a dos caballeros de los ejércitos de Su Majestad, los Generales Juste y Quintana Lacaci, piezas clave en el aborto del golpe del 23-F, y éste último vilmente asesinado por los hijosdeputa en 1984. Eran el jefe de la Brunete y el Capitán General de Madrid, respectivamente.
Los que conspiraban en el bar, en mi bar, eran otros que, por lo que se ve, no tuvieron los güevos de secundar el golpe de Tejero, Millans y Armada, pero que unos meses más tarde de su fracaso, sí fueron tan imbéciles como para firmar el conocido como “Manifiesto de los 100”, que apoyaba lo que ya estaba en la negra historia de España. ¡Hay que ser gilipollas!. El general Quintana arrestó a todos y les mandó a tomar por saco. Duke conoció a muchos de ellos y, ahora, visto desde lejos se nos erizan los vellos al pensar que podíamos haber sido testigo directo de una involución histórica. ¿Nunca lo han pensado? Tenía ganas de contarlo…, quizás algún día les diga algo más.

Marcelino M. González

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