También fetideces.
La
seducción que despliega el olor es implacable: se instala en
nosotros y sella su poderío en los tejidos de la memoria (copirrí
de Duke).
Lo
que se ve se describe con una imagen, lo que se oye con palabras.
Aquello que se toca, lo que se paladea y lo que se huele, ¿tiene
descripción? ¿Cómo describir un olor? Patrick Süskind, novelista
alemán, logró plasmar un sinfín de aromas en las páginas de su
obra “El Perfume” de forma que su lectura nos impregna, página
tras página, de fragancias y sensaciones olfativas: almizcle,
sándalo, pachulí, rosa, jazmín, madera, romero…, y un largísimo
etcétera que no tendría cabida en esta breve columna. ¿Se lo
imaginan? Claro que no, por eso la dificultad descriptiva de que
hablaba al principio. Sin embargo estoy convencido de que los humanos
tenemos memoria olfativa, todos sabemos a qué huele una rosa aunque
no sepamos describirlo, y también todos tenemos muchos recuerdos
olfativos que nos transportan a nuestra niñez y, casi siempre,
rememoran tiempos pasados: el olor a hierba, a café recién tostado,
a lluvia, a pan de pueblo… ¿Qué fragancias recuerdan ustedes?, a
vuelapluma vienen a mi mente muchas: la de un coche nuevo, ¿o no
huele a nada?, la de aquellos lápices de colores y gomas de borrar
que utilizábamos en la escuela, la de la leche en polvo que nos
daban y la recién ordeñada, el regaliz, el cuero, las tiendas de
ultramarinos de antes... Nuestra madre también es una fragancia
grabada en la memoria.
Hay
olores que no están al alcance de todo el mundo, por precio, como es
el No.I Imperial Majesty creado por pedido de la Reina Victoria de
Inglaterra y puesto a disposición de los pasajeros de primera clase
del Titanic, perfume del que tan solo medio litro cuesta la friolera
de 260.000 dólares (mas de treinta millones de pelas); o
inalcanzables por ubicación como pueda ser el olor a
acetilsalicílico que desprende la planta Bayer de Lada cuando
descargan los camiones cisterna, se lo recomiendo a quienes padezcan
dolor de cabeza. Sin embargo hay fragancias que, por desgracia, sí
están al alcance de todos. Es el olor de quienes no se lavan, de
aquellos que no practican con regularidad el aseo diario. Es el
conocido “eau de sobac”, el perfume preferido por los guarros(as)
que pululan por ahí y, en ocasiones, se acercan a nosotros
ufanándose del extraordinario desodorante que se ponen. Seguro que a
todos nos ha tocado gozar de la incomparable compañía de alguno de
estos individuos molestos, insalubres, nocivos y peligrosos. En el
autobús, en el super, en las salas de espera…, generalmente en
lugares de los que no puedes huir y en los que, inevitablemente,
todos se miran entre sí a fin de descubrir al portador de la esencia
de los limones salvajes del Caribe, algo muy parecido a lo que ocurre
cuando alguien se tira un pedo en el ascensor. Lo que ocurre es que
un pedo no es más que una manifestación de protesta y, hay veces
que aún siendo muy estentórea también lo es pacífica. Al
contrario, los efluvios y fluidos corporales de estos personajes no
avisan, sino que se desploman como una losa sobre tu pituitaria y te
ahogan, te asfixian y te destrozan los sentidos, todos, incluido el
sentido común.
Este
humanoide que se aberroncha contra la molicie, el abandono, la
suciedad y la inmundicia no es un desconocido para nadie, todo lo
contrario, tiene gran notoriedad sin ser anunciado en las campañas
publicitarias afrancesadas. ¡Aquí huele a muerto!, exclama alguien.
Y, como quien no quiere la cosa, otro alguien hace mutis por el foro.
Deberían de multarle y, sobre todo, exigirle un mínimo de limpieza
para vivir en sociedad. Y hablando de memoria olfativa, Duke
recuerda a todos los “malolientes”, se aleja de ellos y les tiene
fichados. Él ha sido quien me ha propuesto hablar de algo tan
indescriptible. ¿Cómo no?
Marcelino
M. González
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