domingo, 28 de mayo de 2017

LA LEYENDA DE POLA DEL TORDILLO



DE OÍDU


Tengo un amigu que ye músicu, o al menos parezlo. Digo que lo parez porque, a veces, cuéntame coses en “do”, yo entiéndoles en “re”, ármase la de dios y dizme que soy un burro musical. Ye el dirigidor de un grupo coral. La verdad es que yo no sé por qué llamen “coral” a unos cuantos paisanos que se junten pa cantar tonaes que ya sabemos todos, como aquella de “Axuntábense”, o aquella otra de “Vas por agua a la fuente de la aurora”, o la de “Fuiste al Carmín de la Pola”, les del chigre, pa que me entiendan. Ahora como en los chigres no dejen cantar porque piensen que estás borrachu, si estás en una coral y vas encorbatáu, entonces sí. Sí pués cantar, y además invítente. Por eso se debe de llamar así, porque viste. Debe ser la hostia cantar en una coral de eses, y si yes el diretor, la rehostia. A lo que iba, esti amigu míu debe de ser músicu de los buenos porque sabe leer los papeles que yos ponen delante. La partitura, me parez que-y llamen los entendíos. Pero tengo otru amigu que toca la guitarra sin que lu dirija nadie. Él dirígese solu. Y toca bien, tien gusto el cabrón. Pues eso, que el profesional y el aficionau son amigos míos de los de la tertulia sidril, con muyeres, güeles y fíos. Y Duke y yo, que no tenemos ni puta idea de música, pero cantamos alguna de vez en cuando, quedamos alucinaos cuando oímos conversar a estos Voncarayans. Que no nos enteramos, vaya, aunque pongamos cara de enteraos.
Esti verano llamáronlos pa tocar en la famosa romería de Pola del Tordillo y marcharon p’allá acompañaos de un órgano, esi instrumento diabólicu que lo toca tó, y una guitarra. Esuvieron tres hores cantando por habaneres, rumbes, cumbies, jotes, sevillanes, asturianes y tordillenses. Y los del pueblu encantaos. Quedaron tan contentos en el pueblu que el alcalde invitolos a cenar. A cuerpo de rey los trató la muyer del alcalde. Pa entrar en materia, y mientras terminaba de preparar la cena, algo pa picar, media docena de chorizos de casa de esos picantinos, tortos con picadillo, mediu quesu cabrales ya untáu, tacos de casín y jamón…, y un vino cosecheru pa moríse. Llegó el primer platu, una fabada como pa ocho. Chorizos, morcilla, llacón, uñes…, el gochu casi enteru. Los mis amigos flipaben. Segundu platu, pitu caleya. Solo y faltaba el pescuezu. Con patatinos, arbeyos y pimientos. Riquísimo. Postre, arroz con leche en platu hondu, frixuelos rellenos de avellanes, bartolos de la casa, casadielles y tarta de manzana. La muyer ni se sentó a la mesa, no paraba de traer y llevar platos pa la cocina. ¿Quedasteis con fame, fíos?. No cociné más. ¿Fríovos un par de güevos y unes rajes de adobu pa caún?. Los mis amigos miráronse uno a otru con cara de pijos. No señora, quedamos bien. Todo estaba riquísimo, dijeron al unísono. ¿Dónde está el servicio?, preguntó el de la coral. Aquí no tenemos, dice la alcaldesa, hacémoslo detrás de casa, en el monte. Pues con su permiso, señora. Y se van los dos apretando las nalgas. Ya afuera, se agachan ambos entre los matorrales a diez metros uno de otro, y allí permanecen durante más de quince minutos haciendo los honores a la opípara cena de sus anfitriones. Pasado ese tiempo el director, que siempre lleva la batuta, dice al guitarrista “¿Trajiste papel?”. Y, en un postrero esfuerzo, éste contesta: “No. Yo cago de oídu”.
Entre los músicos llaman papel a la partitura, y entre los paisanos normales a esto que les acabo de relatar llamámoslo “fartura”. No volvieron a comer en dos días y eliminaron del mapa a Pola del Tordillo. Por eso no está, no se molesten en buscarlo.

POLA DEL TORDILLO CONFIDENCIAL


No hace mucho que les contamos que ciertos músicos, tras una gran comilona, habían borrado del mapa a este pueblo. Pero créanme que existe. Está situado en las estribaciones de la Sierra de la Torda y tiene diez casas, cuatro de ellas deshabitadas. En total viven allí catorce tordillenses, aunque uno de ellos lleva muriéndose más de una década y, como diría el inefable del bigote, aún está trabajando en ello. Seguro que se llevará a los otros por delante. Siendo tan pocos, no necesitan Alcalde, pero lo tienen a perpetuidad, para ser modernos y para que les lleve todos los días el pan y La Nueva España. A Pepe, el alcalde, le llaman Excelencia, como si fuera el embajador de algo. Y él, aún estando orgulloso por el tratamiento, ha decidido que todos le llamen Exce, para abreviar y no dar el cante. Es la primera decisión que tomó al acceder al cargo. Su esposa se llama Lola y es una matrona recién salida de un cuadro de Boticcelli. A Pola del Tordillo no ha llegado la luz, ni el teléfono, ni el agua corriente. Tampoco la carretera, y lo de la crisis se la trae al pairo. Carecen de iglesia y cementerio, no les hacen falta. Son felices a su manera y no les falta tiempo para entretenerse. Viven transgénicamente, sanos y sin problemas.
Una mañana de otoño, hace un año por estas fechas, apareció en el pueblo un hombre menudo, con gafas, traje y corbata, que portaba un abultado maletín. Salvo el opositor a difunto, todos salieron a recibir al forastero que no tardó en presentarse: Buenos días, soy Críspulo Solchaga, subinspector de Hacienda, dijo, y les entregó su tarjeta. Se miraron unos a otros, sin decir ni mú. El funcionario continuó: desde hace cinco años, por estas fechas, ha venido por aquí compañeros de nuestra Delegación con la misión de catastrar sus fincas y sus casas para ultimar el inventario municipal. Es extraño que ninguno de los cinco haya vuelto al trabajo. Parece como si se los hubiera tragado la tierra. Este año me toca a mí esa labor que ya lleva un buen retraso. Sean ustedes tan amables y muéstrenme sus propiedades y las escrituras correspondientes. Antes tendrá que comer algo, intervino el Alcalde, llega de lejos y esa cuesta le habrá dejado muerto. Lola, prepara algo pa esti señor.
Excuso contarles cómo se las gasta Lola cuando de cocinar se trata (“De oídu”. LNE 12-09-09). Dos horas estuvo el bueno de Críspulo haciendo los honores a aquella pantagruélica comida, y media más descargando parte de ella tras la casa. Aunque no sabía nada de música, el inspector sí iba provisto de papel. Había toreado en plazas similares a aquella. Tras la toilette, como dicen los de la capital, el infeliz se quedó transpuesto y mal acomodado en un pequeño pajar. La noche calló sobre Pola del Tordillo. Se oía el canto del cuco, mal presagio.
El del Catastro no despertó hasta poco después de amanecer. Cubierto de paja y con sus ropas arrugadas se encaminó a la casa de Exce y, asombrado, contempló cómo Lola ya le había preparado el desayuno. Cuando terminó con él, dijo en tono jocoso: “Esto es demasiado, señora. Parece como si me estuvieran cebando como a un cerdo”. A la mujer se le escapó una sonrisa ladina. Eso es precisamente lo que estoy haciendo, replicó. En ese mismo instante el pobre infeliz reparó en cinco maletines que reposaban ordenados encima de una alacena y, aterrado, se dio cuenta que el suyo sería el sexto.
Estaba a punto de llegar San Martín. Ahora que lo pienso, ya sé de qué estaban hechos aquellos chorizos picantinos que comieron mis musicales amigos. La vida sigue discurriendo plácidamente en Pola del Tordillo en espera de la séptima visita inspectora.

UN CLUB SOCIAL MUY PECULIAR


Conocí a Tristán y a su esposa Soledad a principios de los años noventa en una célebre cafetería ovetense. Sentados en un rincón de la barra discutían con vehemencia acerca de algo que, por su apariencia, debía de ser muy importante. Yo, cargado de libros, tan solo había entrado a tomar un café y me situé cerca de ellos, pero no logré ni tan siquiera adivinar el tema de debate. Cuando estaba a punto de irme, ella me interpeló y me dijo “disculpe, ¿podría usted dirimir una cuestión? Mi marido y yo estamos hablando de literatura, en concreto de “Santuario” de William Faulkner. ¿Sabe usted si Faulkner fue premio Nobel?”. Creo que sí, contesté, posiblemente a finales de los cuarenta… Sin pretenderlo, entré en la tertulia y durante casi una hora hablamos de su técnica narrativa y de su influencia en los escritores contemporáneos como Onetti o Vargas Llosa. Fue aquélla una conversación pasional y emocionante. Soledad era visceral e intensa, lo contrario de Tristán, más taimado e introvertido. Trabamos una hermosa amistad y volvimos a vernos en multitud de ocasiones, siempre con interesantes temas sobre los que hablar, hasta que un día, hace tres años, ella se enamoró de un poeta y se marchó con él a la India. Tristán no pudo soportarlo y se enrocó en sí mismo para, al cabo de muy poco tiempo, marcharse de Oviedo a Pola del Tordillo, donde nadie supiese más de él. Tanto la quería. Solo nosotros supimos siempre del paradero de Tristán Benítez. Esa es la razón por la que todos los meses voy a este pueblo. Visito a mi querido amigo, le llevo algún libro, como con él y conversamos durante horas. Sólo mis visitas le sacan de esa tremenda soledad en la que Sole le dejó, de esa tristeza que tiene Tristán. Qué bromas gasta el destino, ¿verdad?
Llegó a Pola del Tordillo hace poco más de dos años, y allí se instaló haciéndose pasar por viudo. En el fondo no mentía porque su corazón guardaba la ausencia de su esposa. Podría decirse que con mi amigo llegó un poco de civilización al pueblo cuyos vecinos llevaban años completamente asilvestrados. Fundó el club social en un anexo de su propia casa y, aunque al principio solo lo utilizábamos en mis visitas, poco a poco algunos de los tordillenses fueron entrando por el aro y comenzaron a parar en él. Primero lo hicieron Milagos, la eterna soltera, sin duda con motivos inconfesables y también irrealizables, Angela la hija y enfermera del medio muerto Argán, y también su pretendiente, Perfecto; al poco tiempo entraron Juanito y Juanón, a decir de muchos, una pareja un tanto sospechosa, y al final lo hizo Exce, el alcalde, porque evidentemente no podía quedar al margen de lo que allí pudiera cocerse. Los siete restantes aún se resisten a acercarse un poquito a la cultura, a la escasa cultura que se puede respirar en el Folner, que así se llama el club, en honor a William y a aquel primer encuentro en el café ovetense.
Como único mobiliario, el club dispone de una alargada mesa, catorce sillas, dos arcones, una lámpara de aceite colgada del techo y varias estanterías repletas de libros, la gran mayoría de filosofía y teología. Hasta tal punto había llegado el afán introspectivo de Tristán. La sala, cómo no, está presidida por un gran retrato de W. Faulkner que regalé a mi amigo en mi primera visita. Dentro de unos días, como todos los meses, iré al Tordillo y espero que alguien más se haya incorporado a las tertulias del Folner. En esta ocasión, además de algunas obras de Hesse para Tristán, llevo varias de Estefanía y de Corín Tellado para el resto. A ver si, de una vez por todas, los tordillenses se aficionan a la lectura.
Seguiremos narrándoles los sucedidos de este pueblo, pero -insisto-, no quieran saber dónde está. No lo encontrarán.

CRÓNICA EN ROSA


En Pola del Tordillo no están precisamente muy contentos por haber salido en La Nueva España. Sobre todo después de haberse descubierto dónde habían ido a parar los inspectores del catastro. Así es que, si no fuera porque mis visitas son esporádicas y siempre les llevo algo que les saca de su monotonía rural, estarían más tranquilos si me declararan “persona non grata”. El caso es que hace unos días fui a ver a mi amigo Tristán y las casas estaban cerradas a cal y canto. Sólo estaba abierto el Folner, su club social. Allí estaba él, acompañado tan solo de Juanito. Discutían acaloradamente acerca de la dudosa legalidad que tendría un matrimonio homosexual entre este último y su compañero Juanón que fuese oficiado por Exce, el alcalde. Tristán, el más cultivado de los tordillenses, mantenía que Exce no era competente para la celebración porque no había sido elegido conforme a las normas y su cargo no constaba en Delegación de Gobierno, luego el matrimonio no tendría validez y no podría inscribirse en registro alguno. Juanito, sin embargo, sostenía lo contrario. Exce había sido elegido alcalde por aclamación popular, se había declarado competente y hasta había colocado las proclamas a la puerta de su casa que, a todos los efectos, era el consistorio. Juanón y él se querían y, puesto que el Gobierno Zapatero lo había legalizado, no había impedimento alguno para la celebración nupcial. Al fin y al cabo vivían en un pueblo desconocido, ellos mismos lo eran y no veía a quien o quienes podían perjudicar con el casorio. Por otro lado, su futuro esposo estaba divorciado hacía años, cuando había descubierto que le tiraba más el pescado que la carne, y de aquel matrimonio tenía un hijo, ya talludito, que había seguido su senda. Un día había llegado a casa con un vestido de volantes, diciéndole a su madre que quería ser “bailaora”. Su ex, harta de tener abierta la puerta del armario, decidió cerrarla para siempre y le echó de casa. Con un par de güevos. Así es que Floro, que así se llamaba el zagal, se iría a vivir con Juanón que, por este motivo, quería casarse para darle una madre al “Baras” de su hijo.
Quería intervenir en la disputa pero, en realidad, no sabía qué partido tomar. Por un lado, la prudencia de Tristán aconsejaba no celebrar aquel enlace, no fuese a suceder que un obispo cualquiera se enterase y excomulgara a todo el pueblo. Últimamente los obispos andan muy revueltos pregonando cosas como eso de “estar en pecado público”, como si eso fuese distinto a pecar en privado. Pero por otro lado, la pretensión de los “Juanes” no era para nada desorbitada ya que, además de quererse -que es lo fundamental-, la cuestión era legítima y el oficiante tenía autoridad para ello, al menos en cuanto al Tordillo se refiere. Así lo manifesté, pero mi intervención de poco sirvió en el debate. Eso de no inclinarse por alguna alternativa y permanecer en la ambigüedad nunca solucionó nada.
Al final fue Exce quien determinó que la decisión ya estaba tomada y todos los trámites ultimados para el evento que habría de celebrarse al cabo de un mes. Al alcalde no le convenía perder parroquianos porque si no los casaba él se irían a otro lado. Estaban decididos. La cuestión quedó zanjada durante escasos minutos porque, poco más tarde, se acercaron por el Folner Angela, la hija del mediomuerto, y Milagros la eterna soltera que, plenamente convencidas y con los brazos en jarras, manifestaron a los allí presentes que ellas también querían contraer matrimonio. ¿Estamos en un pueblo de libertades, o no?, concluyeron. Exce, que apareció poco después arrascándose la cabeza, comunicó a todos que las dos bodas se celebrarían en la misma fecha. Ese fue el instante en que Tristán decidió marcharse de Pola del Tordillo. No quería permanecer viviendo en un sitio donde todo parecía almodovariano. Yo le di la razón y aquel día nos fuimos juntos. Pero Pola del Tordillo quedará para siempre grabada en mi memoria.

Publicados en septiembre, octubre y noviembre de 2009


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