miércoles, 31 de mayo de 2017

¡AYUDA!

Cuando fuí transgénico.



Terminaba de cenar un yogur y, unos minutos mas tarde, ví un anuncio en la tele que proclamaba sus beneficios: “ayuda a mejorar el tránsito intestinal...”, decía; “y tan solo en catorce días”, concluyó. Regresé a la nevera y, con ansia, me comí el contenido de los cinco envases que quedaban del pack. Me hubiera comido catorce, uno por día, pero desgraciadamente mi esposa ignoraba el estado de mis tripas cuando fue al supermercado. Total que, al día siguiente, aún me quedaban tres días para salir de dudas y desentrañar la certeza de esa panacea de yogur, cuando se me declara una gastroenteritis. Me puse diarréico perdido, vamos. “Pero bueno, ¿haces caso a todo lo que ponen en la tele?”, me dice mi médico de cabecera. Avergonzado, me voy del dispensario con una dieta a base de arroz hervido y unos polvos que tengo que tomar con no sé cuantos litros de agua. “Y nada de yogures”, me dijo el galeno antes de irme. El caso es que llevo dos días comiendo arroz como si fuera un chino y bebiendo una pócima que sabe a rayos, amén de mis visitas al excusado. ¡Malditos bífidus!.
Pero es que ahora me doy cuenta que, desde hace ya dos meses, estaba tomando -también para cenar- una margarina o mantequilla, o lo que diablos sea eso que se unta, que, también según la tele, ayuda a eliminar el colesterol, y me planteo si no habrá sido ese “pringue” lo que me provocó el estreñimiento. Voy de nuevo al baúl del frío y, cabreado, cojo el tarro de la dichosa mantequilla y lo tiro a la basura, y con él un envase de jamón york contra los triglicéridos, una botella de vino sin alcohol y unos botes de crema catalana “sin azúcar”, entre otros productos estrella que mi mujer siempre tiene en la nevera. Satisfecho por mi hazaña alimentaria, abro una lata de callos de esas que traen todas las bendiciones y, olvidándome de las prescripciones médicas, me la meto entre pecho y espalda con un buen trozo de pan y media botella de rioja. Pasan tres horas y, ¡válgame el cielo!, ¡qué retortijones!. ¡Ay, qué dolor de tripa!. Otra vez al váter, vómitos y mas diarrea, y para mas inri mi mujer pica en la puerta y me pregunta dónde está la puñetera margarina. “La tiré a la m..”, le contesto. La santa se va a la nevera de investigación y, cuando salgo del cuarto de baño, me monta un pollo que no les quiero ni contar. “Yes un burru, ¿pienses que vives solu en esta casa'”. Total que llevamos dos días enfadados y no me cuece ni el arroz. Y mis hijos partiéndose el culo de risa. Papá, ¿quies esti chorizu baju en grasa y colesterol?, me dijeron todavía hoy.
Y entre el enfado con mi Santa y los problemas intestinales, estoy que no quepo en mí, así que he vuelto a fumar. Fíjense cómo estaré que esta tarde subí a un tren de cercanías con un cigarrillo entre los labios y el revisor, inspector o como se llame, me indicó con signos ostensibles que estaba prohibido. Fuera de mí, le llamo “pringao” y le digo a gritos que si voy a hacer caso de todos los carteles y anuncios que veo a lo largo del día, estoy “arreglau”. El resultado es que, dos estaciones mas allá, sube al tren un señor con aspecto serio que, tras identificarse, me hace bajar del tren y me lleva a un cuartelillo. En estas estoy mientras espero por un abogado. Duke se queda hoy sin pasear, ¡maldita sea mi suerte!

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