jueves, 4 de mayo de 2017

SUEGRAS Y MELONES

Septiembre de 2013.



Para aquellos que piensen que nada tienen que ver unas con los otros, vean lo que sucedió hace años a un amigo recién casado de lo que fui testigo finalista, más por desgracia que por suerte. En la placidez de un sábado otoñal cualquiera, pijama, tálamo matrimonial y, pongamos por caso, “La casa de la pradera” (sólo es para hacer pareado).
Entra en la habitación la churri y le dice, “cariño, a mamá le apetece melón…”. Se le pusieron los ojos como los mismos. ¿Y yo qué tengo que ver con los caprichos de tu madre?, preguntó, oliéndose la respuesta. “Nada, ya sabes que afuera de la Plaza de Abastos hay un puesto al aire libre…, ¿por qué no te acercas?, de paso tomas un café”. A estas alturas del matrimonio ya saben ustedes que una sugerencia de la mandakari es igual que una orden del sargento, máxime si acabas de licenciarte de aquella puñetera mili que hicimos algunos. Pues nada, que el infeliz se viste, coge su “Cirila” y se va en busca del preciado fruto desde tres kilómetros arriba del puesto melonar del que está ausente su titular (¿nos volveremos poetas?). En su espera, toma un café, y otro acompañado de la copa de Fundador, hasta que por fin aparece el melonero a quien compra un hermoso ejemplar para su amada suegra. Llega a casa, entrega el mandado, se vuelve a poner el pijama y de regreso al catre a ver lo que quedaba de la peli del pequeño de Bonanza. Feliz en su reposo sabatino se sirve otra copa, soñando con un sábado tranquilo a pie de la Primera.
Nueva interrupción: “Cariño, mi madre dice que el melón está verde, que si…”. Mi amigo vuelve a vestirse echando sapos y culebras en pensamiento, pero callado como un ahogado (esto ya deforma). Sale del dormitorio, coge el melón y lo arroja por la ventana al mismo tiempo que dice: “Ahora ya puede comerlo, está maduro”. Y se marcha de casa, tal cual. Nos llama a otro amigo y a mí y escupe una orden: “Nos vamos a Gijón”. Y para la villa de Jovellanos nos fuimos los tres en la Cirila por aquellos altos de Gargantada y La Madera que, por entonces, con ese coche suponían arrastrar el focicu por el asfalto si ibas a más de sesenta. Más copas en Gijón, Parque del Piles y otros emporios de la diversión y vuelta a casa, tomando las curvas de dos en dos. Cada mochuelo a su olivo. Y cuando él llega al suyo se encuentra el melón espachurráu encima de su cama y a la mandakari durmiendo con su madre. Se acostó en la alfombra.


Marcelino M. González


No hay comentarios:

Publicar un comentario