jueves, 31 de diciembre de 2009

DOCE

Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Me los se de carretilla desde mi más tierna infancia, cuando en primero de bachiller estudiaba Historia Sagrada. Eran los hijos de Jacob, cada uno de los cuales daría nombre a las doce tribus de Israel. También fueron doce los discípulos de Jesucristo; los del patíbulo, la inolvidable película bélica de Robert Aldrich; los hombres sin piedad, el drama judicial de Sydney Lumet; los monos de Terry Guilliam; los trabajos de Hércules, según la mitología antigua y los doce hermanos de los, a su vez, hermanos Grimm. ¿Será acaso el doce un número cabalístico?, porque doce son los meses del año y doce las causas que el marketing moderno ha creado para cada uno de ellos; “Oviedo doce siglos” es la iniciativa promovida por el Ayuntamiento de Oviedo y la Fundación Gustavo Bueno para conmemorar diversos hitos históricos de la ciudad. El 12 de octubre se celebra nuestra Fiesta Nacional y, en fin, DOCE es el Diario oficial de la Comunidad Europea. Doce ejemplos de “doce”. ¿Alguien da más?

Pero hoy, último día del año, el número “12” nos interesa por distintas y evidentes razones. A principios del pasado siglo se instauró en nuestro país la costumbre -que hoy se mantiene- de tomar las doce uvas en la noche de fin de año, coincidiendo con los doce tañidos de la campana del reloj. Los espabilados comerciantes de aquella época, ante una abundante cosecha de uva, decidieron colocar los excedentes de esta forma. Y eso que aún no se había inventado el Marketing. Quienes logren ingerir las doce uvas al tiempo que suenan las campanas se verán colmados de riqueza, salud y prosperidad en los doce meses del año que entra. Son las uvas de la suerte y, aquí en España, estamos convencidos de que realmente es así. Tradición, que llamamos.

Tonterías que nos colocan, pensaba yo. Porque resulta que siempre tuve grandes dificultades para terminar las doce, de manera que, cuando sonaba la última campanada, tenía la boca llena a rebosar y solo había podido comer las tres o cuatro primeras. Así es que en la pasada Nochevieja decidí tomarlas exprimidas. Disponía para ello de un excelente Reserva de Marqués de Pola del Tordillo de 2001 que agoté en doce sorbos. No habían pasado doce minutos de 2009 cuando quien suscribe había despegado y estaba ya en órbita. ¡Qué colocón! Empecé a repartir besos y abrazos a diestro y siniestro: “Belid año duevo”, decía a todos, sin darme cuenta de que me patinaba la lengua, se me nublaban los sentidos y había perdido de vista a toda mi familia. Obnubilado, como estaba con el reserva, había salido de mi casa en bata y zapatillas a celebrar el Año Nuevo con quien fuese y a compartir otra botella del Marqués que llevaba bajo el brazo. Cuando eran las cuatro de la mañana y había dado buena cuenta del espiritoso néctar me detiene en plena calle una pareja de Municipales que piden que me identifique. Como pueden imaginar no llevaba documentación alguna. Con la alegría que llevaba encima les dije, “soy el Barqués de Bola del Dordillo. Invido a uda donda”. “Y nosotros somos los Intocables de Elliot Ness, de la Brigada Antialcohol”, me respondieron, al tiempo que me cogían de los brazos y me introducían en un coche patrulla. Los agentes me conocían, sabían que no era marqués, sino Duke, y al cabo de un rato ya estábamos frente a mi casa con la mandakari esperando a la puerta con los brazos en jarras. “Aquí lo tiene señora, sano y salvo. Aunque algo perjudicado”, “Feliz Año Nuevo”, y se despidieron.

Con estos antecedentes y dados los resultados de la analítica del pasado día de los Inocentes, para hoy, además del cupón, tengo uvas de dieta, peladas, sin pepitas, y la puerta de casa cerrada a cal y canto. ¿Qué le voy a hacer? Sean prudentes y ¡Feliz 2010!

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