Nada nuevo bajo el sol.
Cuando estamos en el segundo día de la Sesión extraordinaria
del Congreso que debate la moción de censura contra el presidente del gobierno por
el grupo parlamentario de Podemos y algunos de sus satélites, y sabemos que
Rajoy no ha acudido en esta ocasión después de haber cargado a sus espaldas con
las réplicas, dúplicas y tríplicas a los intervinientes, podemos afirmar sin
miedo a equivocarnos que, aún sin finalizar, la moción resultó un espectáculo
infumable, tedioso y reiterado en las consideraciones del candidato y su número
dos, a la sazón su santa. Lo único que resultó emocionante en todo el vodevil
allí representado fue la inseguridad que despertó en los que allí estuvieron, y
quienes pudieron verlo por la tele, acerca de cuándo terminaría el insufrible
coñazo que, emulando a los discursos del desaparecido Fidel Castro, se desplomó
como una losa sobre los diputados, de manera que unos dormitaban, otros jugaban
al gilisaga y algunos hacían apuestas sobre la duración del tostón. Al final
fueron 130 y 150 minutos los que se gastaron los dos podemitas para decirle a
Mariano que era el Presidente de los corruptos, y poco más. Algo inaudito y desconocido
en los anales de nuestra historia democrática. Sin que el candidato hiciera una
seria y plausible presentación de su programa de gobierno porque evidentemente
era conocedor de que su moción estaba destinada al más absoluto fracaso. Sin
embargo creemos que en su presentación había intenciones inconfesables de
desdibujar al partido socialista y postularse como el único partido opositor al
gobierno. Y aprovechando que ya estaba allí reconocer su error de hace un año
al haber desaprovechado la oferta de Pedro Sánchez para formar gobierno. Pero
será difícil que ese tren vuelva a parar en la misma estación, bien sabe el
maquinista de que no va a llenar sus vagones. Rajoy se divirtió: “Señoría está
usted destrozando el discurso de su compañera de escaño”.
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