lunes, 26 de junio de 2017

AL DIABLO CON LA CORBATA

Hubo tiempos en que mi corbata fue mas importante que mi propia persona. Cada noche, con mi examen de conciencia y mis previsiones para el día próximo a manecer, el lugar introspectivo mas importante lo ocupaba la toma de decisión acerca del modelo que adornaría mi camisa: Azul o roja; lunares, lisa o rayas; ¿discreta?; nudo windsor; ¿ocultará el último botón?...Todo dependía de mi estado de ánimo y mis proyectos del día siguiente. De nada servían mis peleas nocturnas porque la decisión siempre se tomaba tras el desayuno. Con el tiempo simpre usé corbatas discretas con doble nudo, nunca lisas y siempre anudadas de forma que la camisa no mostrara sus botones. Al fin y al cabo es para lo que sirve una corbata. Había analizado minuciosamente las corbatas de quienes habitualmente las utilizaban: los políticos, presentadores de televisión, actores, S.M. El Rey.... La que a mí me satisfacía era distinta a todas, completamente diferente: sin tener un cuello regio me gustaban sus nudos, no sus colores; no siendo mediterráneo, sino puro celta, me llenaba el porte y los colores de las de Zaplana, pero no sus nudos desalineados. Una simple mirada a la vestimenta de cualquier personaje bastaba para saber cuál era la importancia que éste le daba al complemento, y a sí mismo como personaje. Y así verdaderos profesionales perdían parte de su valor como tales por su dejadez utilizando ese complemento o, al contrario, por sus excesivos escrúpulos y refinamientos en su elección y acicalado. Lo mío fue una obsesión, un verdadero culto a la Corbata. Hasta que, por ello, Duke me perdió el respeto.

Me había resistido a usarla, aún cuando hacía tiempo que había cumplido la mayoría de edad, y pese a las insistencias de mis mayores y de mi círculo de amistades. Llegada esa hora, las chicas ya podían vestirse de largo y, en consecuencia, salir con chicos, y de nosotros no cabía menos que esperar, como signo de madurez, el que anudáramos entorno a nuestro cuello el complemento opresor que certificaría, en adelante, nuestra pertenencia al grupo de los “incipientes hombres del futuro”. Sin embargo, pese a tan halagüeñas perspectivas, las corbatas me daban repelús y grima. Me veía camino del patíbulo, con un pañuelo negro sobre mis ojos, una pesada soga presionando mi yugular y las sienes a punto de reventar. Coceptuaba su uso como el mas claro símbolo del decadente capitalismo, como el mas flagrante emblema de ser miembro del “Grupo”, de la “Manada”...Eso es, “La Manada”. Mi prehistoria fue corbatofóbica.

Y un buen día fijé mis ojos en una hermosa mujer que, habiendo pasado por su puesta de largo, me exigió lo propio. Al tiempo, ya en círculos universitarios, debías uniformarte para no estar marginado. Un examen oral te aportaba parte del aprobado si acudías trajeado. Y así sucesivamente: nada sin corbata. Todas las actividades sociales siempre debía de ir acompañadas de la mas adecuada. Si en un determinado momento te la desanudabas tenías que hacerlo con clase como si fueras un Robert Redford cualquiera en el papel de Woodward en “Todos los hombres del Presidente”, ya saben el asunto del Watergate. Llegué al punto de no permitir que nadie eligiera una corbata para mí y de buscar mis corbatas en lugares remotos y fuera de toda lógica. Sin embargo, pese a su mal gusto, admiraba a J.M. Carrascal por su atrevimiento y desenfado, pese a que siempre supe que nunca desluciría un traje con semejantes horrores. ¿Por qué esa paradoja?.

Tuvo que venir Duke y explicarme el motivo y el porqué me había perdido el respeto. “Mira Jefe, me dijo, tus corbatas no son mas que tus espectativas de triunfo, tus estados de ánimo, tus cacaos mentales, tus presunciones, tus orgullos, tus ambiciones y tus envidias. Salvo esto último, puedes tenerlo absolutamente todo, y mas, sin que para ello debas de emparejarlo con una corbata mas o menos bonita, mejor o peor puesta. Déjate de pasear corbatas y paséame a mí, que soy quien realmente te propongo buenas cosas. Póntela solamente cuando tengas algo muy importante que decir”.

Sepan ustedes que Duke es mi oráculo particular, por eso siempre hago caso de sus proposiciones y, aunque resulte extraño, me permito escribirlas y, ambos, tenemos la enorme suerte de verlas publicadas. De ahí que hoy, dada la suma importancia de lo que tenía que decirles, me vean encorbatado con nudo windsor y sin que se vea un solo botón de mi camisa. Al fin y al cabo es para lo que sirve la corbata.

Marcelino M. González

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