Hoy
en día se vende todo, sea lo que sea y venga de donde venga. Las
cosas mas insospechadas adquieren valores estratosféricos cuando se
trata de algo que ha sido propiedad de un personaje importante o que
ha estado en algún lugar determinado en momentos históricos. Es el
caso del célebre Muro de Berlín: el 9 de noviembre de 1989, los
berlineses llevaron a cabo la destrucción del muro, que separó a
Alemania en dos, con todos los medios que tenían a su disposición
animados por el virtuoso violonchelista, íntimo de nuestra Reina
Doña Sofía, Mstislav Rostropovitch que había tenido que exilarse
al Oeste. Los escombros resultantes de la demolición fueron
guardados como reliquias y, en muchos casos, vendidos o subastados
como si de obras de arte se tratara. Vemos alguna de aquellas piedras
y, al carecer del sello de “denominación de origen”, no podemos
menos que pensar que bien podrían proceder del antiguo Carlos
Tartiere o de la casa de mi abuela. Otro tanto ocurre con la parisina
Torre Eiffel: Hace unos años se remodeló uno de sus tramos con el
objeto de instalar los elevadores, y de tal desguace quedó un trozo
de unos tres metros de longitud que, esta semana, fue subastado y
alcanzó un valor, creo recordar, de veinte mil euros. Tampoco
llevaba denominación de origen por lo que bien podría proceder de
los Talleres del Conde. Mucho mas alto fue el precio alcanzado por
cinco vigas de madera de la Alhambra, desaparecidas hace decenas de
años. Lo mismo ocurre con los efectos personales. Hemos sabido que
un baúl rescatado del hundimiento del Titanic fue subastado en
Cristie's en mas de doscientas mil libras. Su británica propietaria,
única superviviente aún viva del naufragio, necesitada de dinero,
esperaba obtener unas diez mil. ¡Menudo pelotazo!. Con estos
antecedentes Duke se pregunta cuánto podría valer hoy el condón
utilizado por Idi Amín Dadá, el pelo extraviado de Yul Brynner o el
primer diente de leche de Rin-Tin-Tín.
Esto
ocurre con objetos que deberán de haber pasado por un laborioso
proceso de autenticación para asegurarse de la originalidad de su
procedencia, pero pasa exactamente igual con las obras de arte
(cuadros, esculturas, obras literarias). Actualmente los llamados
“Derechos de Autor” (Copyright) suponen una protección hasta el
“Mas allá” de los derechos patrimoniales y morales de aquéllos
que han dejado alguna obra artística, o algún bodrio, en muchos
casos. Efectivamente, hasta que no se alcancen los setenta años
después del fallecimiento del autor, sus herederos y caushabientes
siguen “chupando del bote” y de parte de las percepciones
dinerarias que produce la venta de la obra en cuestión. Hay obras
con Copyright, representado por una “C” inscrita dentro de un
círculo, verdaderas obras de arte, y las hay con Copirrí,
representado de idéntica forma, que son auténticas “cacas” (es
una “C” ambivalente) y, aún así, la gente las valora y, por
supuesto, las compra.
Como
dice mi musa, hay gente “pa to”. Los que leen los diarios
deportivos habrán observado que en las páginas de alguno de ellos
figura la publicidad de la “Sandwichera oficial” (copirrí) de
los dos equipos de futbol madrileños. Coleccionando unos cuantos
cupones y por un módico precio (¿?) puedes comerte un sabroso
sandwich del Real o del Atlético de Madrid. Da igual lo que lleve
dentro, lo importante es el “escudo”. Y es que esto del
Merchandising es la hostia: El reloj oficial del Real Madrid, la
toalla oficial del Barcelona, la gorra oficial del Valencia..., y la
música en Pravia. Como decía al principio todo se compra y se
vende, y mejor si tiene “copirrí”.Tengo un amigo comerciante a
quien le ha quedado en almacén una partida considerable de bragas,
de las de cuello alto, y me dice que, como ahora lo que se lleva es
el tanga, no ve manera de buscarles salida en el mercado. En
aplicación de mis escasos conocimientos de Marketing avanzado, le he
sugerido que les serigrafíe un símbolo acuático y las anuncie como
la braga oficial del equipo nacional de natación sincronizada, por
ejemplo. Como diría el ínclito ex-presidente: “Está trabajando
en ello”.
El
Culo de Silveira sí tiene Copyright, amigo Montoto, al igual que lo
tiene el Culo Monumentabilis de Úr-culo. Sin embargo hay muchísimos
otros que no merecen el oficial calificativo, como muy acertadamente
opinas. Felicidades por ello. Y con todo esto mi amigo me pregunta:
¿lo mío qué es, pedigrí o copirrí?. - Lo tuyo es “muy grave”
Duke, ¿a quién se le ocurre esta columna, sino a tí?.
Marcelino
M. González
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