De azulín.
Nada de niquis ni camisetas de esas que traen leyendas por
delante y por detrás. Yo siempre uso camisas de manga larga por aquello de usar
los gemelos que me regalaron cuando me licencié y, sobre todo, porque traen un
bolsillo en la parte izquierda que sirve para todo, oiga. Para el móvil, el
boli y los papeles doblados donde anotar las ideas de Duke. Tendré treinta o
cien camises con el bolsu esi, casi tóes azules y de to les marques. Pues el
casu ye que el otru día la mandakari trájome una de color rosa con rayina
blanca. “Pa que cambies un poco, que parez que siempre andes de uniforme”, me
dijo. Y como la ropa hay que estrenala los domingos, fue lo que hice, al
siguiente púsela con unos pantalones chinos y el mi Panamá. El móvil, el
papelín y el boli en el bosu. Taba como un cromu, orgullosu de la nueva imagen
de modernidá. Pasaron unes hores entre paseo y algún culete que otru, charlas
con Luisinacio y Maripuri y, cuando ya iba de retirada, la gente decíame por la
calle que me notaben algo raru. Yo les regalaba una sonrisa y seguía ufano
hasta que eché mano al boli para anotar no se qué y veo que tiene el capuchón
del revés. Saco los dedos entintados y observo un repegón azul del tamaño de un
frixuelu en el bolsu. ¡Gonsumadre!, ya decía yo que el rosa taba hechu pa les
moces, lo nuestro ye d’otru color. Así que no podía faltar el toque de mi
distinción. ¡Ahora, ¿a ver cómo lo expliques a la santa, macho?! Decidí que
nada de explicaciones, que con algo se podía quitar, menos con lejía. Así que
consultelo con una amiga que ye muy apañá pa estes coses y díjome que-í llevara
la camisa. En una hora, frota que te frota, quitó la mancha con una pasta de leche
con bicarbonato, pasoí la plancha, “et voilà”, nueva. Desde entonces uso bolis
de seguridad de color rosa para que no se note si se descargan por un descuido.
Pero, créanme, mejor los niños de azul y las niñas… guapas de cualquier manera.
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