sábado, 17 de enero de 2015

F600



Lo grande de antes

Cuando yo era un rapacín y tovía andaba en pantalones cortos de aquellos por onde asomaben les ñalgues y los calzoncillos de Oceán (esto ye pa ponevos en situación) había una chabola tirando pa La Nisal, poco más arriba de Pelabraga (menuda paradoja), a la que llamaben “La Casa los siete pisos”, en clara alusión a su tamaño. Desde Lada, a menudo subía a ver a mis abuelas y siempre reparaba en aquella caseta donde, según la vecindad, vivía toda una familia, algo que yo no acababa de entender que fuera posible, aunque lo cierto es que muchas veces vi entrar y salir de ella a niños de mi edad y cada vez estaba más convencido de que allí sí vivía alguien. En sus alrededores siempre había cosas apiladas sin orden, y cada día eran distintas. De aquélla era muy raro ver vehículos a motor por la incipiente carretera, sólo alguna moto y bicicletas que eran el medio de viajar al trabajo que tenían escasos vecinos. El resto en el coche de San Fernando. Para el suministro se valían de mulas y burros que acarreaban las compras del mercado de los lunes en Sama. Aquella chabola permaneció allí durante algunos años hasta que quedó deshabitada y se calló.
Por entonces, aquella empinada cuesta empezó a verse transitada por los primeros coches. Gordini, Cuatro Cuatro y, sobre todo, Seat 600, el Ferrari de los años sesenta, y al igual que con la Casa de los siete pisos mi mente infantil no alcanzaba a comprender cómo era posible que en aquel pequeño cubículo pudieran entrar cinco personas o más. Hasta que empezamos a ir a la playa los domingos y a cargarlo de papás, mamás, abuelos, guajes y cestas con comida, con toallas y bañadores, sombrillas y la biblia en verso. Era igual que las chisteras de los magos donde cabía de todo. Además gastaba lo que un mechero, era fiable, aerodinámico y veloz. No en vano sólo tardaba en llegar a Gijón hora y media o dos, por la carretera Carbonera, con la obligada parada en Bendición, que parecía ser la única gasolinera de Asturias. Eso creía yo, al menos.
Aquella fue la célebre Fórmula 600 de las décadas de los sesenta y setenta que llegó casi hasta nuestros días dejándonos reliquias que aún se ven por las carreteras y atesoran algunos coleccionistas. Sin embargo quedan aún familias que sólo tienen para guarecerse corralas como aquella que a mí me sorprendía tanto en mi niñez.

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