Las navidades de antes
En nuestro paseo de ayer nos cruzamos con una
anciana acompañada de un hombre de mediana edad. Muy juntos. Ella le llevaba
cogido del brazo y él tenía su mano libre sobre la de ella, que asomaba por su
costado. Pensé, sin miedo a equivocarme, que se trataba de madre e hijo y
comencé a dar vueltas a la triste situación por la que muchos de nuestros
mayores pasan en estas fiestas eminentemente familiares. Hoy en día se han comercializado de tal forma
que han perdido la magia del recogimiento, del calor familiar, del amor por
nuestros mayores. De las conversaciones intrascendentes, de los chistes y
anecdotario de los concurrentes, nietos, padres, tíos, sobrinos y abuelos. Y
cuñaos. En estos tiempos que corren se ha trasmutado la esencia de la navidad y
ello nos ha llevado a olvidarnos de los viejos, de los que están solos en casa
o en una residencia. En definitiva de quienes se sienten más tristes porque han
perdido a su compañero o compañera, o porque están enfermos, o se consideran un
estorbo. Nuestros ancianos que han pasado por más navidades que nosotros y nos
las han hecho disfrutar sembrando la impronta de la celebración familiar, casi
ya olvidada. La bata y las zapatillas, el calor del hogar, aquellas cocinas de
carbón, el árbol y el belén, los villancicos… ¿Dónde han quedado los
villancicos? Quizás hayan quedado donde la tradición, donde el pavo y el
turrón. Tal vez por eso haya perdido apego a estas fiestas, como muchos de los
de mi edad. Porque son momentos en que uno recuerda a los que ya no están y
siente que no volverá a tener en su alma y su corazón aquella alegría hasta que
los niños no vuelvan a llenar la casa con sus juegos y sus risas. Momentos en
que la vida se renueva. Los de infantería que ya estamos en primera línea somos
los que hemos de luchar por conservar o recuperar las viejas costumbres que
hemos heredado de nuestros padres y abuelos. Aquellas entrañables reuniones
familiares haciendo sobremesa tras las celebraciones, y trasnochando hasta las
tantas sin que se vaya ni el gato. En tiempos en los que todos felicitamos a
todos y deseamos y nos desean lo mejor, lo que probablemente no hayamos hecho a
lo largo del año que se va, y no haremos en el que llega, Duke quiere recordar
la soledad de los abuelos. Y su tristeza. ¡Cuánto los necesitamos! Vaya para
todos ellos nuestro cariño y nuestro mensaje de amor. Alguien nos lo devolverá
cuando seamos viejos.
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