Lo inesperado
Nunca hemos creído en fantasmas pero haberlos
haylos, créannos. Y si no digan ustedes cómo califican estas cosas que nos
pasan a Duke y a mí. En vísperas de Nochebuena y casi en la oscuridad, por aquello de las restricciones luminarias que
nos han puesto de una sí y otra no, paseábamos mi amigo y yo por el fluvial,
bajo el puente que une los dos distritos más poblados de Langreo, que no los
más importantes, cuando de repente se incorpora al paseo un tío corriendo,
vestido con mallas, gorro de lana, forro polar y esa bufanda que en el ejército
llamábamos braga y que en ese instante se estaba colocando hasta poco más abajo
de sus ojos de manera que era lo único que se veía de su rostro. ¡Joder, que
susto! Yo que iba escuchando el “Aleluya” de Leonardo quedé tan encogido que se
me cayeron los auriculares, momento en el que creí apreciar un “hola” de los
labios tapados del corredor que debió de reconocer a Duke o a mi sombrero, no
se. Y yo respondí al presunto saludo con
otro “hola”, al tiempo que recordaba aquella peli de “No me grites que no te
veo”. Duke echó a correr tras él creyéndole sospechoso de algo o viéndole muy
dispuesto y con muchas prisas para atracar un banco o una tienda de chuches,
vaya usté a saber.
Proseguimos nuestro paseo por lo oscuro sin
más incidencias fantasmales y acto seguido, ya entrados en población salmerona,
nos disponíamos a visitar al abuelo. Serían las ocho de la tarde y caía un
fastidioso orbayu, instante en que sonaba “Rain” de Dana Glover en mis cascos
musicales. Paradojas que tuvo la tarde, como la que ocurrió a continuación.
Abro la puerta del portal que en esos momentos estaba a oscuras, casi como Sama
entera, y le doy al interruptor, instante en que aparece ante nosotros la mujer
misteriosa vestida de oscuro, con altos tacones, gafas de sol y el paraguas
abierto. Terminaba de bajar la escalera y nos dimos las buenas tardes. Vuelco
del corazón, ladrido de Duke y nueva caída de auriculares. Terminó de llover en
mis pabellones auriculares. ¡Caray, qué día llevamos!, de aquí para casa y se
acaban los sustos y las apariciones fantasmagóricas, porque sólo nos faltaba ya
tropezarnos con Papá Nöel o los Reyes Magos. En media hora concluimos la debida
visita y nos vamos a casa. Al doblar la esquina nos encontramos a un hombre con
barba, rastas y un saco al hombro. Seguro que en casa hay brujas, Duke.
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