miércoles, 16 de julio de 2014

PROBE DE MÍ

Nos vamos a Pamplona
 
El añu que vien corro los Sanfermines, ¿vienes conmigo?, le decía el viernes pasado a un amigo a través de este invento diabólico de “guasap”. Sí, me dijo, pero no hay güevos. Y le contesté, lo que no hay son otres coses como aquello de los años, la forma física y demás, pero corremos de los primeros quince o veinte metros y, cuando echemos el resuellu, metémonos en un portal y ya ta, podemos presumir de haber estáo allí, le contesté. Pues vamos, acordamos ambos. ¡Ay, amigu!, pero ayer sábado, cuando ví el telediario y miraba pa la montonera que se lió a la entrada de la plaza con los güeyos como los del Bretón esi que paecen los de un camaleón, que solo parpadea -o zarramica, como decimos en Lada- cada hora y media, quedé tan acojonáu que mandéi otru guasap al mi amigu diciendo-i. “Oye, que de lo hablao ayer ná. Que tienes razón, non tengo g…”. El caso es que, pensándolo bien, siempre me gustaron los toros y, por ello, tuve serias zapatiestas con mucha gente, sobre todo con amigas. Y siguen gustándome, sobre todo el rejoneo. Me parece de una plasticidad absoluta. Pero, de igual forma, siempre pensé que yo nunca me pondría delante de los cuernos de un bicho de esos de seiscientos quilos, ni aunque los tuviera de chocolate. Hasta que se me ocurrió la barbaridá del viernes. Y hoy, domingo, cuando leen la columna de Duke pensamos que eso de los encierros y los Sanfermines está muy bien, pero tendrían que regularlo de otra manera. Por ejemplo, nada de alcohol entre los mozos (y les moces) para lo que habría que soplar antes de correr; y en vez de toros de la ganadería de Manolín el de les Lanches que suelten burrinos de cualquier otra ganadería, aunque, mirándolo bien, d’esos ya hay muchos sueltos por ahí. Y no digo na si, en su lugar, se les ocurre soltar cabras, o cabrones.
Total que, en definitiva y concluyendo, esa tradición pamplonica trae mucha gente y aporta mucha pasta a la hostelería navarra, pero no deja de ser una locura alentada desde todas las instituciones. Si le gustaba mucho a Hemingway y a Ava Garner, también les gustaba el morapio y, no por ello, debemos de emborracharnos todos. El ambiente y la fiesta es una cosa. Los dos o tres minutos interminables que dura el espectáculo son otra, muy seria. No es lo mismo ser torero, un profesional que lo gana y está preparado para ello, que un loco que se carga de cazalla para saltar delante de esas bestias con astas de metro y medio. Decididamente, no vamos.

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