martes, 29 de julio de 2014

POTENCIA Y APETENCIA

Una cosa para cada edad

En una de esas mutuas introspecciones que Duke y yo hacemos todos los días, sentados en una terraza tomando un cafelito y al lado de un hombre ya de setenta y tres damas de parecida edad, una de las cuales parece ser su esposa. Hablan los cuatro de diversas cosas, pero nosotros dos no estamos a lo que ellos tertulian. Estamos en nuestra misma mismidad, como dice una buena amiguina mía. En esto oigo una frase que dice el varón del grupo: “Cuando hay apetencia ya no hay potencia”. Luego permanezco un poco atento, no mucho, y evidentemente estaban hablando de eso, de la edad, de lo que antes podían hacer y ahora no pueden, por mucho que quieran. De las comidas, las salidas, la actividad diaria… En fin, de que no es lo mismo tener treinta que setenta tacos. Claro que no. Y en éstas a Duke le vino a la quijotera un viejo chiste que, no hace muchos días, habíamos visto en la web de un amigo de esto del deporte de correr (no lo entiendan en el sentido que no es): Un anciano de 90 años va al médico para un chequeo rutinario. El doctor le pregunta cómo se siente. “Nunca estuve mejor, mi novia tiene 20 años, está embarazada y esperamos un hijo”, le contesta. El galeno piensa un instante y le dice. Le voy a contar una historia. Un cazador que nunca se perdía la temporada de caza, salió un día tan apurado de casa que se confundió cogiendo el paraguas en vez de la escopeta. Cuando llegó al bosque le salió al paso un oso enorme. El hombre levantó el paraguas, apuntó y disparó. ¿A que no sabe qué pasó? No, respondió el anciano. Pues que el oso cayó muerto a los pies del cazador. ¡Imposible!, dijo el nonagenario, alguien más debió de haber disparado. “Pues, claro hombre, ahí quería llegar yo”.
Como ustedes saben, la realidad supera siempre a la ficción. No es cuestión baladí. Siempre nos apetece algo que no podemos tomar porque no podemos hacerlo. O no deberíamos. Unos pasteles a quien padece diabetes, unos chorizos a quien tiene el colesterol en casa dios, o un cubalibre a quien ya tiene el hígado encebollado. Por no hablar ya de lo que todos ustedes están pensando desde el principio, de aquello de las chicas o los chicos, que ellas también tienen malos e impuros pensamientos. ¡A que sí, né! Lo de matar un oso con paraguas no pasa sólo en los chistes, no. Siempre hay alguien que vela por nosotros y cuida de que no nos excedamos en asuntos que no nos competen. En mi caso, es Duke quien me frena. “Tú a escribir lo que yo te diga”.

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