Playa sólo para féminas
La noticia me trasporta a mi infancia y juventud, cuando en
este país gobernaba aquel hombre bajito con sombrero y bigotín. Cuando no había
informática ni telefonía móvil, cuando jugábamos a la peonza, a las chapas y a
las canicas y, sobre todo, cuando los niños estaban separados de las niñas, los
chicos de las chicas y las parejas iban acompañados de una carabina, esto es de
un vigilante o vigilanta que, tras ellos, se aseguraba de que las manos
estuvieran quietecitas y los labios supieran muy bien las palabras que se
pronunciaban. Eso quedaba para después del casorio. El corteje era otra cosa,
los sexos no se mezclaban, no se olían, no se sentían, más bien todo lo
contrario. Se ignoraban. Eran tiempos en los que, en la escuela, los educandos
y las educandas estaban en aulas distintas y, en ocasiones, separadas por un
piso. Eran tiempos, al menos los míos, en que las Escuelas Públicas de Lada
(que, reformadas, aún existen) tenían un director y una directora: Don Nicolás
y Doña Amalia. Él para los niños y élla para las niñas, como no podría ser de
otra forma. Y los recreos tenían lugar a horas distintos para ellos que para
ellas. Con tan sólo ocho o nueve añitos. Luego llegó el bachiller y, aún siendo
unos mozalbetes, siguió sucediendo otro tanto de lo mismo, si bien las
costumbres fueron relajándose y ya asistíamos a clases en las mismas aulas y
salíamos juntos al recreo. Eso sí, rigurosamente separados unos de otros y bajo
las atentas miradas de los maestros. Y en El Frailín había que andarse con
mucho cuidado.
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