lunes, 5 de abril de 2010

OBVIEDADES Y GILIPOLLECES


Durante unos días me he perdido allá por donde las estrellas. He escapado de las prisas, la política y la crísis. He olvidado mi vida con todos los ingredientes que la envuelven y la sustancian, mi pasado y mi futuro, mis ilusiones y esperanzas, mis fracasos y temores. Desde un rinconcito del universo veo el mundo, desde afuera. Y en ese tiempo ha habido momentos que han supuesto una vida entera y segundos convertidos en tesis existenciales. Como una gran serpiente multivertebrada que se arrastra ante mis impávidos ojos, desde ese rincón veo pasar a los jinetes del apocalipsis con su séquito de horror e injusticia, la miseria, la guerra, el subdesarrollo, la enfermedad, la degradación del medioambiente, la superpoblación. Busco algo sano y limpio, y no lo encuentro. Acierto a distinguir con meridiana precisión al egoísmo y a la vanidad que han invadido la faz y las entrañas de la tierra. El yoísmo y la presunción (el mejor coche, el piso más grande, el más listo y el más guapo) han contaminado a la humanidad entera. Veo los árboles pero no atisbo el bosque, ¿dónde está la respuesta? Prosigue la sierpe mostrándome la vértebra de la envidia que tiene un aspecto maltrecho, artrósico e insano. Creo que, en el fondo, la visible lesión es debida a problemas posturales pues la incomodidad de querer ver en todo momento lo que hace, dice y piensa el vecino, da lugar a malformaciones que luego traen consigo dolor y malestar. Continúo sin encontrar explicación.

Ante mí se ha arrastrado el monstruo y me ha enseñado todas las cosas horribles del mundo. Todos nos hemos preguntado el por qué de todas ellas, el por qué del sufrimiento, de la miseria, de la maldad, de la muerte.... Desde afuera he comprobado que el por qué de todos esos conceptos está en la propia palabra que los define de forma que cuando se dice que algo ha sido “arrasado” a nuestra mente acude la imagen de un lugar donde nada crece y nada se mantiene vivo o en pie. En definitiva las palabras han sido creadas como compañía inseparable de los conceptos y de los objetos o hechos conceptuados y viceversa. No es lógico que ante la palabra “montaña” en nuestra mente se dibuje la imagen del Mar Cantábrico y, mucho menos, que cuando vemos una mujer hermosa asociemos esa imagen con la palabra “engendro”. Sí es lógico que ante lo primero veamos el Naranjo de Bulnes y ante lo segundo la palabra “belleza”. Y es que si todos nos hemos preguntado alguna vez acerca de el por qué de las cosas malas, es normal que también nos preguntemos sobre el por qué de las cosas buenas: ¿por qué la belleza, el amor, la ternura, la amistad...?, ¿por qué una puesta de sol, la aurora boreal, una lluvia de estrellas...?, ¿por qué la paella, el cocido, la fabada...?. Pues la respuesta está en la propia palabra. De no ser así las llamaríamos de otra forma.

Me imagino a usted, amigo lector, perplejo ante esta retahíla de obviedades y gilipolleces que acaba de leer. Estamos completamente de acuerdo con usted, pero es que eso demuestra lo dicho hasta ahora: Si estas cosas no fueran escritas, no existirían las palabras “obviedad” y “gilipollez”. ¿Estamos? Por otro lado, expresiones tales como “los árboles no dejan ver el bosque”, “tener la venda en los ojos”, “estar ciego”..., no vienen a significar mas que la expresión de una distorsión en la paridad palabra-concepto, concepto-palabra. El jamón no está en una piara de cerdos, aunque el grupo contenga muchos. El jamón está colgado del gancho, curándose de la indigestión de bellotas que ha tenido su dueño.

De cualquier forma sería conveniente bajarnos de ahí, donde las estrellas, y poner los pies en tierra, no sea que al estar en ese “rinconcito del universo” nos tilden de lunáticos.

Imágenes obtenidas de Google

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