viernes, 28 de enero de 2011

DOLOR EXTREMO


Nadie debería de sobrevivir a sus hijos. Esta es la ley de la naturaleza. Pero desgraciadamente, todos los días tenemos noticias de personas jóvenes que infringen esa norma natural y, sin una enfermedad previa y declarada, se van de nuestro lado dejándonos atribulados y repletos de interrogantes. ¿Por qué él o ella?, ¿hay algo que hubiéramos podido hacer?, ¿por qué no aprovechamos más su compañía?, y tantas otras preguntas que nadie puede respondernos, que a muchos les hace refugiarse en la fe y a otros renegar de ella. Es el dolor extremo, ninguno lo supera. Muchos de ustedes son conocedores de que, quien esto escribe, ha perdido a un hermano en estas circunstancias. También a nuestro amigo Piris, a quien recordamos aquí en cada aniversario. Por tanto hemos pasado por ello y fuimos testigos de lo acaecido en los entornos familiares. Hablamos con conocimiento de causa y, aunque no es nuestra costumbre ponernos trascendentes y, además, siempre hemos evitado eso de alabar las virtudes y minimizar los defectos de aquellos que se marcharon sin avisar, no hablaremos de ello sino de quienes se quedan encogidos y golpeados por el destino. De la familia más próxima, de su compañera y sus hijos, de los hermanos y los padres.

La semana pasada falleció en Langreo un hombre como una viga, alto, fuerte, joven, lleno de vida. En su velatorio tuve la ocasión -triste ocasión- de hablar con su padre y, como todos los padres que han pasado por esto, estaba en una nube, sin creérselo aún, hundido y machacado por un millón de mazas. Ayer, seis días después de aquello, me lo encontré paseando y estaba exactamente igual. Sin saber en qué refugiarse, sin entender lo ocurrido, preguntándose mil cuestiones y confiando en que el transcurso del tiempo vaya restañando la inmensa herida abierta en su corazón. Me dice que ahora el tiempo no pasa, los días se convierten en interminables, las noches en un calvario. Cuando antes no veía pasar ese tiempo. Era un suspiro. Y yo, que he sufrido lo mismo, no se qué decirle. Tampoco encuentro explicaciones. Pero le he dicho que creo que no hay que buscarlas porque así es nuestra conformación biológica, al menos eso pensaba en aquel momento. Pero, ¿de qué le sirve mi observación? Seré bocazas. Me confiesa que tenía previsto un viaje con su esposa para dentro de unos meses y que no sabe qué hacer…

Los hechos luctuosos, sobre todo los inesperados, siempre interfieren en los proyectos. Un hijo se va y deja una familia rota de un dolor que no cesa por lejos que uno esté. Sin embargo, dada la recurrencia de las personas y los lugares, el alejarse de ellos favorece la distracción, el quitarse por unos momentos del alma el insoportable sufrimiento. No debéis sentiros culpables por marcharos unos días. Si ello supone un bálsamo, una ayuda para comenzar a superar vuestra desgracia debéis de hacerlo sin recelo a lo que podamos decir los demás. Nosotros estamos para acompañaros y, en la medida de nuestras posibilidades, serviros de pañuelo para cuando nos necesitéis. ¿Qué más podemos hacer? Solo daros un abrazo fraternal.

Imágenes de Google

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