A la voz de “pueden sus señorías colocarse el pinganillo” pronunciada por Javier Rojo, Presidente del Senado, comenzó el pasado martes un episodio más del esperpento nacional. Fue el catalán Ramón Aleu el primero en utilizar una lengua cooficial para defender una moción en la cámara alta desde que en el pasado abril se aprobase la reforma del Reglamento Cameral conforme a la que, en adelante, se podrá hablar en el Senado en cualquiera de las lenguas patrias que pasan de ser oficiales a nivel regional para serlo también al nacional. Una muestra más del mareo de la perdíz y de las maniobras de distracción a que nos tienen acostumbrados nuestros políticos en tiempos de vacas flacas. Seguimos sin entender cómo es posible que en un país con una lengua común, la segunda más utilizada en el mundo, para entenderse en el parlamento se tengan que utilizar otras por muy oficiales que sean en sus respectivas comunidades autónomas. No nos entra, oigan. Nos parece muy bien que en España existan otras lenguas y que se hablen, pero creemos que deben de utilizarse en sus regiones y parlamentos respectivos no en la sede de la soberanía de la nación, cuya lengua es el español. Y eso no lo dice Duke, lo dice la Carta Magna. ¿Que es una forma de reafirmar el ámbito de territorialidad de la cámara?, vale. ¿Que ello denota el plurilinguismo y la riqueza cultural de nuestro país?, vale. Lo que no nos vale es que un asturiano, un andaluz, un extremeño o un madrileño en Madrid, para entender lo que dice un catalán, un gallego o un vasco tengan que ponerse unos cascos en la quijotera como si estuvieran en la ONU o en el parlamento europeo. Por ahí no entramos.
Y lo que menos nos gusta de este vodevil es que, para llevar a cabo esta reforma, se tenga que contar con la presencia de siete traductores y se gasten dos millones de las antiguas pesetas por sesión en este paripé. Doce mil euros, que dicho sea de paso, para estos sobraos son el chocolate del loro, que supondrían el sueldo anual de un mileurista, la solución económica de muchos pequeños municipios -ahí está la verdadera cooperación territorial-, o muchos platos de comida para aplacar el hambre que tantos y tantos españoles tienen que estar pasando en la actualidad merced a la brillante gestión económica de sus representantes. Senadores que no van allí a representarles ni a solucionar sus problemas sino a hacer el pijo. A jugar a políticos y políticas, a cobrar y a figurar.
Si ya se entienden mal en condiciones normales, esto es hablando español, -por no decir que no se entienden-, difícilmente lo van a conseguir hablando en otras lenguas. Y en los tiempos en que vivimos lo más importante es que los políticos se entiendan para sacarnos de esta crispación, de esta crisis económica y de valores y, en definitiva, para que se huya de la artificiosidad y todo vuelva a la lógica de lo normal. Así empezaron en Babel y, aún sin pinganillo, así les fue.
Imágenes de Google
No hay comentarios:
Publicar un comentario