Voz cibernética: “Bienvenido a Telebable. Si desea información sobre nuestros productos pulse “1”. Si se trata de una avería pulse “2”. Si es por otro motivo, por favor, espere”. Espero. De nuevo la misma voz: “Nuestros operadores están todos ocupados. En unos momentos atenderemos su llamada. Manténgase a la espera”. Comienza a sonar una música insulsa y desconocida. Si por lo menos pusieran a Chenoa… Este es el principio de lo que ocurre cuando uno llama al servicio de Atención al Cliente de una de esas compañías suministradoras de servicios que se vale de un ejército de operadoras y operadores clónicos que preguntan más que un sacamuelas y no te sacan del apuro, ni resuelven tus dudas. Es lo que me sucedió cuando, hace unos días, tuve que hacer una reclamación.
Después de esperar dos minutos soportando la dichosa música se pone una chica, en vivo y en directo. “Buenos días, mi nombre es Xiana, ¿en qué puedo ayudarle?”. Le cuento la milonga: que soy cliente de la compañía, que tengo contratado Internet, que he hecho un test de velocidad y que va más lento que el caballo del malo. Me pide mi D.N.I. Se lo doy. Mi nombre y apellidos. Se los doy. “Aguarde un momento por favor”. De nuevo la puta música. “Disculpe por haberle hecho esperar, le paso con los servicios técnicos, buenos días”. Más música y tras otro par de minutos se pone un tío con voz de vicetiple: “Buenos días, mi nombre es Filiberto, ¿en que puedo ayudarle?”. Empiezo a impacientarme y a cabrearme. Vuelvo a contarle lo mismo que a su compañera y vuelve a pedir mis datos personales. “Pero bueno, ¿es que quien me atendió antes no le ha pasado mis datos?, le digo. “Disculpe señor, pero tengo que comprobarlos de nuevo”. Vuelvo a dárselos. “Espere un momento por favor…”. Aparto el teléfono de mi oído y me cago en to lo que se menea. Llevo veinte minutos y estoy como al principio, sin soluciones, con un rebote monumental y con la musiquita martillándome la cocorota. “Disculpe por la espera, ¿me puede decir cuál es su sistema operativo?”. Tengo el Güindous esi, le contesto. “¿Windows Vista o XP? Mira chaval, ¿a mi qué me cuentes?, el güindous joder, ¿o hay más de uno? Y entramos en un diálogo para besugos: Filiberto (sus papis se lucieron con el nombre) que si bla, bla y bla, bla, y yo sin enterame de ná de ná. Al final resulta que tengo el Windows no se qué, y yo sin sabélo. Me orienta en una serie de pasos, que si pica aquí, un clic allá, doble clic en el botón derecho y la madre que lo parió, sin tener ni puta idea de lo que estoy haciendo. “Ahí tiene que salirle este mensaje -tal y tal- y un icono con forma de pera, compruébelo”. Mira rapaz, aquí no salen ni peres, ni melones, y ya tais tocándomelos con tantu clic, tanta pestaña y tantes hosties, así que ye mejor que lo dejemos. Ta luego. Después de más de media hora pa ná, cuelgo enrabietado. Va a ser que lo nuestro no ye la tecnología.
Imágenes obtenidas de Google
Después de esperar dos minutos soportando la dichosa música se pone una chica, en vivo y en directo. “Buenos días, mi nombre es Xiana, ¿en qué puedo ayudarle?”. Le cuento la milonga: que soy cliente de la compañía, que tengo contratado Internet, que he hecho un test de velocidad y que va más lento que el caballo del malo. Me pide mi D.N.I. Se lo doy. Mi nombre y apellidos. Se los doy. “Aguarde un momento por favor”. De nuevo la puta música. “Disculpe por haberle hecho esperar, le paso con los servicios técnicos, buenos días”. Más música y tras otro par de minutos se pone un tío con voz de vicetiple: “Buenos días, mi nombre es Filiberto, ¿en que puedo ayudarle?”. Empiezo a impacientarme y a cabrearme. Vuelvo a contarle lo mismo que a su compañera y vuelve a pedir mis datos personales. “Pero bueno, ¿es que quien me atendió antes no le ha pasado mis datos?, le digo. “Disculpe señor, pero tengo que comprobarlos de nuevo”. Vuelvo a dárselos. “Espere un momento por favor…”. Aparto el teléfono de mi oído y me cago en to lo que se menea. Llevo veinte minutos y estoy como al principio, sin soluciones, con un rebote monumental y con la musiquita martillándome la cocorota. “Disculpe por la espera, ¿me puede decir cuál es su sistema operativo?”. Tengo el Güindous esi, le contesto. “¿Windows Vista o XP? Mira chaval, ¿a mi qué me cuentes?, el güindous joder, ¿o hay más de uno? Y entramos en un diálogo para besugos: Filiberto (sus papis se lucieron con el nombre) que si bla, bla y bla, bla, y yo sin enterame de ná de ná. Al final resulta que tengo el Windows no se qué, y yo sin sabélo. Me orienta en una serie de pasos, que si pica aquí, un clic allá, doble clic en el botón derecho y la madre que lo parió, sin tener ni puta idea de lo que estoy haciendo. “Ahí tiene que salirle este mensaje -tal y tal- y un icono con forma de pera, compruébelo”. Mira rapaz, aquí no salen ni peres, ni melones, y ya tais tocándomelos con tantu clic, tanta pestaña y tantes hosties, así que ye mejor que lo dejemos. Ta luego. Después de más de media hora pa ná, cuelgo enrabietado. Va a ser que lo nuestro no ye la tecnología.
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