¿Que hay huelga en la construcción?, nada, el país sigue adelante. ¿Que la hay en cualquier otro sector?, todo lo demás seguirá funcionando, algo peor pero funcionará. Otra cosa muy distinta es la huelga que ayer tuvo lugar en este país. Estamos hablando de tres millones de servidores públicos, de la sanidad, de la educación, de la justicia, de la seguridad…, en definitiva, de todo lo que permite moverse a la Administración estatal, autonómica y local. También a la periférica y a las empresas públicas. Una huelga que, de ser haberse seguido de forma mayoritaria, habrá paralizado el país y que, aunque algunos digan que sería el termómetro que mediría el éxito de una futura huelga general, a nuestro modesto entender tendrá más importancia que ésta en lo que a la actividad se refiere. Y creemos que los sindicatos esperan impacientes a su incidencia para decidirse a convocar la general que previsiblemente se hará el 30 de este mes, cuando medio país se va de vacaciones, y lo hacen con la boca pequeña porque no las tienen todas consigo pese a que insistan en la amenaza por las medidas que el gobierno ha tomado con respecto a la economía y por la reforma laboral que acabará imponiendo con otro decretazo, dado que tanto a ellos como a la patronal parece que no les va nada en el tema y llevan negociando, tomando copas o contando chistes, más de dos años sin que hayan avanzado ni medio metro, según cuentan y reconocen amabas partes.
Por fin ha llegado el momento de saber qué es lo que piensan los funcionarios, como personas físicas que son, y cómo piensan que va a afectarles el tijeretazo que han decidido el ejecutivo y sus cómplices de CiU, UPN y Coalición Canaria. Lo de ayer fue el primer asalto. Una reválida en toda regla para la gestión del gobierno socialista y también de las grandes centrales sindicales, y lo fue en un doble sentido, en el de la propia gestión y en el de la legitimidad para seguir representado al país por un lado y a los trabajadores por otro. Es evidente que esa legitimidad la tienen desde el momento en que han sido elegidos y mientras sus electores no digan en las urnas lo contrario, pero la legitimidad para gobernar y representar hay que ganársela día a día con hechos y criterios, cumpliendo las promesas y el programa que les ha llevado en su momento a donde están, y no dando tumbos e inventando medidas para salir del paso. Por tanto la incidencia y el éxito de la huelga de funcionarios de ayer nos dirá hasta qué punto los españoles desaprueban a sus representantes políticos y sindicales y en qué medida se hacen necesarias ya unas elecciones generales.
Ayer tuvimos que posponer nuestras gestiones en Hacienda, en Tráfico, en la Seguridad Social o en la Consejería o el Ayuntamiento de turno. La experiencia nos dice que, casi siempre que han ocurrido cosas similares, las manifestaciones de los responsables de las valoraciones del seguimiento y la incidencia van en el sentido de quitar polvo a la huelga, como ha ocurrido. Sin embargo se nos antoja que en esta ocasión la cuestión es tan importante y perentoria que las cosas se presentarán de una forma bien distinta. Y no es para menos. Nunca, en nuestro recuerdo democrático, el país estuvo en una situación tan grave y se vio tan desnortado y abandonado como en el momento actual. Aunque Duke lo ponga en duda y no nos gusten estas movidas, a lo mejor lo de este martes mereció la pena.
Por fin ha llegado el momento de saber qué es lo que piensan los funcionarios, como personas físicas que son, y cómo piensan que va a afectarles el tijeretazo que han decidido el ejecutivo y sus cómplices de CiU, UPN y Coalición Canaria. Lo de ayer fue el primer asalto. Una reválida en toda regla para la gestión del gobierno socialista y también de las grandes centrales sindicales, y lo fue en un doble sentido, en el de la propia gestión y en el de la legitimidad para seguir representado al país por un lado y a los trabajadores por otro. Es evidente que esa legitimidad la tienen desde el momento en que han sido elegidos y mientras sus electores no digan en las urnas lo contrario, pero la legitimidad para gobernar y representar hay que ganársela día a día con hechos y criterios, cumpliendo las promesas y el programa que les ha llevado en su momento a donde están, y no dando tumbos e inventando medidas para salir del paso. Por tanto la incidencia y el éxito de la huelga de funcionarios de ayer nos dirá hasta qué punto los españoles desaprueban a sus representantes políticos y sindicales y en qué medida se hacen necesarias ya unas elecciones generales.
Ayer tuvimos que posponer nuestras gestiones en Hacienda, en Tráfico, en la Seguridad Social o en la Consejería o el Ayuntamiento de turno. La experiencia nos dice que, casi siempre que han ocurrido cosas similares, las manifestaciones de los responsables de las valoraciones del seguimiento y la incidencia van en el sentido de quitar polvo a la huelga, como ha ocurrido. Sin embargo se nos antoja que en esta ocasión la cuestión es tan importante y perentoria que las cosas se presentarán de una forma bien distinta. Y no es para menos. Nunca, en nuestro recuerdo democrático, el país estuvo en una situación tan grave y se vio tan desnortado y abandonado como en el momento actual. Aunque Duke lo ponga en duda y no nos gusten estas movidas, a lo mejor lo de este martes mereció la pena.
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