miércoles, 13 de agosto de 2014

VIÑETAS

Los problemas de los canes

Con esto de las cacas de los perros repartidas por las aceras de la población hay para todos los gustos. Desde quienes piensan que todos los amos hacen lo mismo, esto es dejarlas en el lugar de la deposición, pasando por quienes les da lo mismo porque, evidentemente, son aquellos que no tienen el civismo de recogerlas, hasta quienes saben que son solo unos pocos los que están en este último grupo, el de los guarros que no llevan la correspondiente bolsita de plástico, o si la llevan ye pa pañar castañes. Como en todos los aconteceres de este mundo hay gente pa tó. Pero es que también la hay entre aquellos que no tienen mascota. Los hay a quienes le gustan los perros, a quienes sólo le gusta alguna raza determinada y también los hay que los odian de forma furibunda, sean de la raza que sean. De igual modo hay gente a quien molesta que ladren. Supongo que no querrán que hablen o rujan, maúllen o barrunten, o que sean mudos. Desde el inicio de los tiempos todos los perros emitieron ladridos, como desde siempre han tenido necesidades fisiológicas. A no ser, claro está, que el can sea tan educado que sólo defeque en la taza del inodoro, se limpie el solito y tire de la cadena, y ladre cuando se le de la palabra, como si estuviera en el Congreso de los Diputados.
Estas tontas evidencias vienen a cuento de que hay gente que aprovecha los paseos con su mascota para hacer la compra y, a tal efecto, dejan al animal fuera del super o de la tienda sujeto a una verja o cualquier objeto hábil para ello. Yo también lo hago con Duke en alguna ocasión. Pero mi platerín me espera callado y tranquilo hasta que salga, tarde lo que tarde. Sin embargo otros no paran de ladrar desesperadamente hasta que su dueño o dueña salgan de comprar y/o dar al palique con el primero o primera que se encuentran. Y a veces con el segundo. En estos casos no tengo la menor duda de que el animal se siente solo o abandonado. Es normal que se queje, y en ocasiones es una auténtica molestia para quienes están cerca de él. Pues el caso es que, a raíz de uno de estos episodios, escuché como alguien decía que los perros no deberían de estar en la ciudad sino en el monte, o libres en una finca. “Y si quieren pasearlos por las aceras que paguen viñeta”, concluyó. Lo que, desde aquí, traslado a nuestros munícipes por si consideran oportuno recoger la sugerencia de este ciudadano. Por mi parte postulo una viñeta para aquellos que hablan demasiado, gritan y vociferan. Y si alguien se da por aludido peor para él.

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