sábado, 9 de agosto de 2014

¡QUÉ CUADRO!

Lo que hacemos los técnicos

Las cosas que nos suceden a nosotros son dignas de figurar en un Guinnes de chapuzas y desastres domésticos, hasta el punto de que es preferible que no nos pidan nada o, en todo caso, llamemos a los profesionales del ramo, a quienes saben y cobran por saber. Sábado pasado por la mañana, mi mujer, preparada para pasar un día de playa, me encomienda una serie de recados, ir al super y todo eso (con el peligro que llevo a esos lugares) y colgar un cuadro en el salón. El lienzo que, por cierto, representaba una idílica y relajada estampa familiar ya había sido presentado en la pared de destino y también marcadas las señales donde debía de colgarlo, todo con el visto bueno de la mandakari. “¿Ahí?, ¡pues ahí”. Se marcha y me organizo. Voy al super, arreglo la casa un poco y decido dejar el cuadro para después de la comida ya que tenía todos los utensilios y herramientas dispuestos para tal menester. Aunque no lo creáis yo soy muy curiosu. De manera que, todo en orden y despreocupado, doy un largo paseo con Duke y tomo unos culetes con un amigo.
Tras la comida y limpieza de cacía, me dispongo al cuelgue. Chupáo. Se que estará en diez minutos. Luego echaré una siestita veraniega. Tomo el taladro con la broca adecuada, apunto, disparo y agujero listo. Taco y alcayata. Ya está uno. ¡Lo que hacemos los técnicos! Tomo de nuevo el taladro, apunto, disparo y oigo “Cataclock, clock, clack…”. ¡Hostia!, a través del agujero veo claridad. Al otro lado de la pared está un cuarto de baño, así que voy corriendo y me encuentro con un ladrillo y el azulejo pegado a él rotos en pedazos esparcidos por la bañera. ¡Vaya cristo!, ¿y ahora qué hago yo? “Tranquilo, piensa -me dice Duke- ya te ha pasado otras veces”. Cierto, tengo repuesto pero no tengo cemento rápido y todo está cerrado, así que echo mano de un remedio casero. Harina y agua hacen una pasta aceptable, no sólo para bizcochos. Así que lo coloco todo con una buena dosis de la milagrosa pasta, tapo con ella el buracu del salón y, en blando, introduzco el taco. Espero dos horas, alcayata y cuelgue. Limpio todo, paseo vespertino, culete y vuelta al dulce hogar de matecada donde la mandakari me espera con los brazos en jarras y cara de mala hostia. El cuadro desprendido y rasgado, y la bañera llena de cascotes y toda rayada. ¡Qué cuadro! Para encima la santa sin harina pa la tarta. Poco más y nos cuelga a los dos.


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