Pongámonos en situación. Una plácida mañana de domingo en vísperas de la festividad de Santiago Apóstol y un paseo por mi parque Dorado en compañía de mi platerín. Todo es nuestro. En las inmediaciones de la pajarera se asan a la estaca una veintena de corderos, bajo la carpa los preparativos para el condumio y la degustación del néctar de los sidreros. A las doce y media está programado el concierto de la laureada Banda de Música de Langreo. Caminamos tranquilos y cada poco nos paramos a conversar con amigos y conocidos que, como nosotros, pasean curioseando.
Se habla del gentío asistente al Pregón de la tarde anterior y también de la brillantez del discurso y la emoción del pronunciante, nuestro querido Dioni, cuando se refirió a su abuelo Paco “El Cajero”: “No era conocido así por ser empleado de un banco, no. Lo era porque vendía ataúdes. Cajas para los muertos”, explicó, provocando la sonrisa y los aplausos entre el público asistente. Se habla de José Ramón González, el entrañable “Monxu”, venido de allende los mares desde su Puebla (México) residencial a su Sama natal después de cincuenta años de ausencia obligada merced a los ya lejanos tiempos del oprobio, a lo que se refiere explícitamente Esther en su intervención. Se habla de su felicidad en el retorno y de su agradecimiento a Langreanos en el Mundo que hicieron posible el regreso durante unos días colmados de actos, agasajos y atenciones a su persona y a la de su nieto que le acompañó. Se habla de fiesta.
Comienza el concierto y la gente va concentrándose entorno al quiosco. A medida que va trascurriendo, hay más parroquianos deleitándose con las piezas tradicionales y las de nuevo cuño. Suena “Jazz Suite”, el vals de Dmitri Shostakovich que sirvió a la banda sonora de Eyes Wide Shut, última película del genial Stanley Kubrick. Maravillosa interpretación de nuestra Banda, así lo acuerdo con Ceferino Sanfrechoso y su hijo José Antonio, venido de Madrid para estar con su padre en esta celebración langrena. Mientras se quita las gafas y limpia una lágrima, Ceferino me dice que aún recuerda la interpretación de la Banda dirigida por el maestro, y compositor de la misma en 1925, Pascual Marquina, de “España Cañí”, “la bailamos justo aquí, donde ahora estamos”.
Me encuentro con Florentino, el audaz y activo re-presidente de Langreanos en el Mundo, y mientras hablamos del discurso de Dioni y la emoción de Monxu, irrumpen en el concierto los “Leopardos del asfalto”. Aunque no se lo crean, los que allí estábamos, desagradablemente sorprendidos -cuanto menos quién les habla-, pudimos observar y sufrir el desfile y atronador rugido de los motores de las Harley. El director ordenó a los músicos detenerse, mientras se escuchaban los acelerones de la parada motorista. Y se volvió hacia el público, indignado en su mayoría, y hacia los intrusos que tardaron cinco minutos en marcharse e ir a otro lugar a dar su concierto de pistones, cilindradas y trajes de cuero. Bien es cierto que la parada estaba programada, pero no allí. Los de la Banda tardaron otros cinco minutos en reanudar el concierto y, no habiendo que lamentar más que la molesta interrupción, todo continuó como si nada.
Siempre nos pareció bien la integración de la novedad con la tradición. De no ser así el mundo no prosperaría de ningún modo. Sin embargo esto es como el agua y el aceite, no pueden mezclarse. O como diría la Botella: “manzanas y peras…”.
Lunes de Santiago. Mercado, misa y procesión. Un emocionado sacerdote, que concelebra el acto religioso con Arzobispo diocesano y algunos sacerdotes más, agradece al pueblo de Sama su contribución a la restauración del templo, mientras los que están afuera, a la espera de la salida del Santo, comienzan a abrir sus paraguas. Santiago hace su aparición bajo el pórtico de la iglesia y arrecia la lluvia. Los soldados de la escuadra de gastadores, su coronel y el arzobispo llevan tocado. Las damas no corren la misma suerte. Reina y Damas de Honor, Alcaldesa y demás procesionarios, regresan empapados al templo, tras soportar estoicamente el intenso orbayu. A la tarde la gira y a la noche llegó Soraya que se encargó de poner fin a las fiestas. Pero ese ya es otro cantar.
Cuadernos estivales-V
Se habla del gentío asistente al Pregón de la tarde anterior y también de la brillantez del discurso y la emoción del pronunciante, nuestro querido Dioni, cuando se refirió a su abuelo Paco “El Cajero”: “No era conocido así por ser empleado de un banco, no. Lo era porque vendía ataúdes. Cajas para los muertos”, explicó, provocando la sonrisa y los aplausos entre el público asistente. Se habla de José Ramón González, el entrañable “Monxu”, venido de allende los mares desde su Puebla (México) residencial a su Sama natal después de cincuenta años de ausencia obligada merced a los ya lejanos tiempos del oprobio, a lo que se refiere explícitamente Esther en su intervención. Se habla de su felicidad en el retorno y de su agradecimiento a Langreanos en el Mundo que hicieron posible el regreso durante unos días colmados de actos, agasajos y atenciones a su persona y a la de su nieto que le acompañó. Se habla de fiesta.
Comienza el concierto y la gente va concentrándose entorno al quiosco. A medida que va trascurriendo, hay más parroquianos deleitándose con las piezas tradicionales y las de nuevo cuño. Suena “Jazz Suite”, el vals de Dmitri Shostakovich que sirvió a la banda sonora de Eyes Wide Shut, última película del genial Stanley Kubrick. Maravillosa interpretación de nuestra Banda, así lo acuerdo con Ceferino Sanfrechoso y su hijo José Antonio, venido de Madrid para estar con su padre en esta celebración langrena. Mientras se quita las gafas y limpia una lágrima, Ceferino me dice que aún recuerda la interpretación de la Banda dirigida por el maestro, y compositor de la misma en 1925, Pascual Marquina, de “España Cañí”, “la bailamos justo aquí, donde ahora estamos”.
Me encuentro con Florentino, el audaz y activo re-presidente de Langreanos en el Mundo, y mientras hablamos del discurso de Dioni y la emoción de Monxu, irrumpen en el concierto los “Leopardos del asfalto”. Aunque no se lo crean, los que allí estábamos, desagradablemente sorprendidos -cuanto menos quién les habla-, pudimos observar y sufrir el desfile y atronador rugido de los motores de las Harley. El director ordenó a los músicos detenerse, mientras se escuchaban los acelerones de la parada motorista. Y se volvió hacia el público, indignado en su mayoría, y hacia los intrusos que tardaron cinco minutos en marcharse e ir a otro lugar a dar su concierto de pistones, cilindradas y trajes de cuero. Bien es cierto que la parada estaba programada, pero no allí. Los de la Banda tardaron otros cinco minutos en reanudar el concierto y, no habiendo que lamentar más que la molesta interrupción, todo continuó como si nada.
Siempre nos pareció bien la integración de la novedad con la tradición. De no ser así el mundo no prosperaría de ningún modo. Sin embargo esto es como el agua y el aceite, no pueden mezclarse. O como diría la Botella: “manzanas y peras…”.
Lunes de Santiago. Mercado, misa y procesión. Un emocionado sacerdote, que concelebra el acto religioso con Arzobispo diocesano y algunos sacerdotes más, agradece al pueblo de Sama su contribución a la restauración del templo, mientras los que están afuera, a la espera de la salida del Santo, comienzan a abrir sus paraguas. Santiago hace su aparición bajo el pórtico de la iglesia y arrecia la lluvia. Los soldados de la escuadra de gastadores, su coronel y el arzobispo llevan tocado. Las damas no corren la misma suerte. Reina y Damas de Honor, Alcaldesa y demás procesionarios, regresan empapados al templo, tras soportar estoicamente el intenso orbayu. A la tarde la gira y a la noche llegó Soraya que se encargó de poner fin a las fiestas. Pero ese ya es otro cantar.
Cuadernos estivales-V
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