domingo, 17 de julio de 2011

UN PASEO POR LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS


DE ÁLBUM DE FIESTAS DE SANTIAGO APÓSTOL- 2011


Aún no ha amanecido. He pasado la noche en vela, nervioso, como si algo fuera a suceder de forma inminente e irremediable. Duke duerme plácidamente, nada perturba su sueño, ni siquiera mis preocupaciones. Tras reiteradas vueltas decido que es momento de salir a la calle. Apenas son las cuatro de la madrugada, y así lo hago, en silencio, como si tuviera la experiencia de un viaje astral.

Ingreso en el exterior como quien entra en un hormiguero en plena y laboriosa actividad. La calle hierve de gentes que van y vienen, unos cargados con bolsas de compra, otros formando tertulias en las esquinas. Todas las tiendas están ya abiertas, todas sin excepción con gentes que compran y curiosean. Ni un solo bajo cerrado. Nada se alquila, nada se vende, nada se traspasa. Se ven florecientes comercios cuyos escaparates lucen en todo su esplendor. Como aquellos que lo fueron: El Mapa, El Nalón, El Colmado, Ridruejo, Castaño, Escudero, La Salá y muchos otros que contribuyeron a la prosperidad de la villa. Parecen tiempos pasados. Aquellos en los que el aspecto de los edificios, las casas y los comercios respondía a la personalidad de sus dueños y no a la de los arquitectos. Hay tanta luz que parece una espléndida mañana de primavera. Muchos niños juegan en la calle, su jolgorio realerta mis sentidos. Quiero absorber todo y comienzo a caminar, sin prisas, con promesa de eternidad. Mi presencia en la ciudad pasa inadvertida. Nadie me sigue, nadie me ve..., pero todos me sienten.

Como casi siempre comienzo por el parque Dorado. El paseo central del parque que ya no era un paseo por uno de esos grotescos fenómenos especulativos en que se había ido convirtiendo en un campo hormigonado y en el que, realmente patricio solo quedaba el palomar y los monumentos a Dorado y Luis Adaro y en el que todo lo demás, incluyendo hermosos árboles centenarios, se lo había engullido las brillantes ideas de los consistorios llamados democráticos, que también se habían tragado algunas partes de la ciudad. Ese paseo repleto de rosales trepadores, donde nacieron tantos amores, acompaña, sin molestar, a la foresta. Y aún en estío, sus enormes árboles ya se han desprendido de sus ocres ropajes, sin embargo el suelo no muestra el más mínimo resto de las hojas muertas. No se ven papeles, colillas..., no hay vestigios de suciedad. La educación y el civismo han regresado a la ciudad. Las pintadas y los graffiti han desaparecido del quiosco de la música y de los servicios públicos.

Al final del campo, donde la depuradora del Triana, huele a jazmín, y no a cloaca. Desde allí observo a un Policía local que, amable, asiste a una anciana a cruzar la calle y, cuando lo ha hecho, caballeroso, saluda al modo militar. Me he percatado de que no lleva arma alguna. Cruzo hacia el paseo del río y, desde el puente de la Maquinilla, observo que sus abundantes aguas bajan limpias, como lo está el fondo. Las isletas y la vegetación que la avulsión ha provocado con el tiempo ya no existen. Y sus riberas inmaculadas resaltan la incomparable belleza del cauce. He llegado a una altura del paseo donde habitualmente hay un par de losetas sueltas que siempre sorteo, porque tras la lluvia en más de una ocasión he acabado con pantalones y zapatos empapados, y las he visto asentadas. Incrédulo las tanteo para comprobar que, efectivamente, lo están. Prosigo mi camino y, entre otras cosas, observo que las farolas están limpias y todas con luz; el césped recién segado y primorosas las flores de temporada. Las papeleras vaciadas, los bancos limpios y en su sitio, las barandillas del paseo recién pintadas.

Continúo mi camino y, a cada paso, no dejo de salir de mi asombro: La nueva pasarela ya no tiene tablones sueltos y las telas de araña de los puntos luminiscentes se han marchado con sus fabricadoras. Los bancos de madera han sido barnizados, al igual que los pasamanos de la pasarela.

Salgo de los paseos para entrar en la carretera. El abundante tráfico discurre tranquilo, no se oye un claxon, ni un escape libre. Los peatones se saludan cordialmente. Todo es placidez, nada enturbia la tranquilidad de la mañana santiaguina, salvo mis dudas. Compro el periódico y, perplejo, leo en primera página: "Zapatero y Rajoy, junto a sus esposas, sorprendidos de copas en Madrid La Nuit".

Vuelvo a casa con la esperanza de dormir un rato y todo está como cuando la abandoné dos horas antes. Sin embargo Duke, aunque dormido, parece desasosegado. Por cierto, pienso, en mi turné no he visto ningún animal, mejorando lo presente. Quizás estén donde los satisfechos. Me acuesto y al poco, rendido, me duermo profundamente. Sueño reparador.

Antes de que suene el despertador, Duke comienza a gruñir y a darme en la cara con su pata. Son poco más de las siete y me incorporo. Duke, despeinado, me mira con reprobación y me dice: "¿Pero es que aún no te has dado cuenta de qué día es hoy?".

¡FELICES FIESTAS!

Ves cosas y dices, "¿por qué?". Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo "¿por qué no?"
George Bernard Shaw


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