Todos los lugares tienen sus habituales. Lo mismo que un bar tiene gentes que pasan y otras que van de vez en cuando, también tienen unos pocos que van siempre, todos los días, y allí establecen su tertulia. Esto mismo es lo que pasa en las playas, en casi todas, y más en concreto en la maliayesa de Rodiles. Alguna vez les conté que no soy muy amigo de las playas, por aquello de la arena, el pringue y las quemaduras, por eso yo soy de los que va de vez en cuando porque la mandakari obliga. Ya saben. A estas alturas del verano solo he ido en dos ocasiones -tampoco el tiempo ha dado para mucho más- y tengo un blanco cuayá espectacular. Sin embargo tengo varios amigos habituales de ese arenal en el que han establecido su segundo domicilio estival. Equipados con los aperos y utensilios propios de la acampada playera, se sitúan siempre en el mismo lugar: detrás de la escalera. No les digo cual porque entonces sabrían tanto como yo y, además, empezarían a rondarles los paparazzi y demás especímenes veraniegos. Pero siempre están en el mismo sitio, se sitúan en la misma disposición y hasta ponen la sombrilla en el mismo agujero que el día anterior. Son tradicionales que te rilas. Son tres parejas y, en ocasiones, cuatro. Ellos y sus respectivas. Ellas y los prubinos de ellos.
Cuando voy a Rodiles siempre les hago una visita en su ubicación detrás de la escalera y cada vez estoy más sorprendido de su método. Antes iban provistos del cocido de casa, las lentejas, el pote o lo que tocara, y reservaban una de esas mesas-banco de madera que están en el pinar para irse a comer tras la sesión playera matinal. Ahora, como se han hecho mayores y algunos ya son felices abuelos, se han refinado y llevan canapés variados y en la misma playa almuerzan como señores que son. De esta guisa les encontré el pasado sábado, comiendo en feliz contubernio y colocados en semicírculo de tal forma que todos se ven a todos y, sobre todo, todas a todos, (¿han visto el retruécano?) de forma que pueden hablarse y oírse sin girar sus cabezas lo más mínimo. Después de la comida, cierran el círculo disponiéndose de forma parlamentaria. Y, ¿de qué parlan? Pues muy fácil, de lo que se habla en todas las playas. Ellos: “Viste, qué guayabes. Si tuviera veinte o treinta años menos iben a enterase de lo que val un langreanu” (dirigiendo sus miradas subrepticias hacia dos jovencitas que toman el sol en topless). Ellas que ven la maniobra: “Pero vosotros qué rediós miráis, ¿no veis que ye to de mentira? Tan heches de silicona”. En ese momento, donde las chicas, llegan dos Adonis de gimnasio marcando paquete y tableta de chocolate. Ellas no pueden evitarlo: “Mira Maripuri qué tarzanes, ¿viste qué traseros?, pa mí el del bañador azul”. Y ellos que tampoco pierden ripio y ven el sofoco sexual de sus mandakaris: “Pero bueno, ¿no vos parez que estáis un poco mayorines y fondones pa esos yogurinos? Donde esté un paisano de pelo en pecho que se quiten esos figurines depilaos. Además, seguro que son gays”.
En estas y similares tertulias discurre el verano detrás de la escalera. Y les he dicho que como habrá elecciones en noviembre, me voy a presentar y el año que viene me sumo al parlamento. Con mi mandakari, claro está.
Imágenes de Google
Cuando voy a Rodiles siempre les hago una visita en su ubicación detrás de la escalera y cada vez estoy más sorprendido de su método. Antes iban provistos del cocido de casa, las lentejas, el pote o lo que tocara, y reservaban una de esas mesas-banco de madera que están en el pinar para irse a comer tras la sesión playera matinal. Ahora, como se han hecho mayores y algunos ya son felices abuelos, se han refinado y llevan canapés variados y en la misma playa almuerzan como señores que son. De esta guisa les encontré el pasado sábado, comiendo en feliz contubernio y colocados en semicírculo de tal forma que todos se ven a todos y, sobre todo, todas a todos, (¿han visto el retruécano?) de forma que pueden hablarse y oírse sin girar sus cabezas lo más mínimo. Después de la comida, cierran el círculo disponiéndose de forma parlamentaria. Y, ¿de qué parlan? Pues muy fácil, de lo que se habla en todas las playas. Ellos: “Viste, qué guayabes. Si tuviera veinte o treinta años menos iben a enterase de lo que val un langreanu” (dirigiendo sus miradas subrepticias hacia dos jovencitas que toman el sol en topless). Ellas que ven la maniobra: “Pero vosotros qué rediós miráis, ¿no veis que ye to de mentira? Tan heches de silicona”. En ese momento, donde las chicas, llegan dos Adonis de gimnasio marcando paquete y tableta de chocolate. Ellas no pueden evitarlo: “Mira Maripuri qué tarzanes, ¿viste qué traseros?, pa mí el del bañador azul”. Y ellos que tampoco pierden ripio y ven el sofoco sexual de sus mandakaris: “Pero bueno, ¿no vos parez que estáis un poco mayorines y fondones pa esos yogurinos? Donde esté un paisano de pelo en pecho que se quiten esos figurines depilaos. Además, seguro que son gays”.
En estas y similares tertulias discurre el verano detrás de la escalera. Y les he dicho que como habrá elecciones en noviembre, me voy a presentar y el año que viene me sumo al parlamento. Con mi mandakari, claro está.
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