La aviación norteamericana desarrolló un dispositivo para probar la resistencia del cristal del parabrisas de los aviones. Consistía en un tipo de cañón que disparaba un pollo muerto al cristal del avión. El tiro era exacto y reproducía la velocidad con que un ave puede impactar en un avión en pleno vuelo. Si el parabrisas resistía la prueba del impacto del pollo, entonces soportaría la colisión con un pájaro en vuelo real. El dispositivo funcionó perfectamente en todas las pruebas que se efectuaron allá en los Estados Unidos.
Estudiosos, lumbreras del Gobierno español que estaban desarrollando una locomotora para el AVE se interesaron por el cañón de los pollos, pensando aplicar la idea al parabrisas del nuevo tren. Al primer tiro el pollo reventó el cristal frontal del tren, rompió el cuadro de instrumentos, perforó el asiento del ingeniero, hirió a dos técnicos y voló hasta el fondo de la locomotora, estrellándose contra la pared y haciendo un agujero profundo en la chapa. Los ingenieros españoles quedaron completamente asustados de aquel sorprendente y violento resultado. Documentaron la escena con detalle, hicieron fotos digitales, grabaron declaraciones y testimonios oculares, elaboraron documentos técnicos, y enviaron toda la información a EE.UU. preguntando qué habían hecho mal. Los técnicos americanos estudiaron con detalle la documentación recibida y respondieron con un e-mail seco y directo: “Descongelen primero el pollo”. Hasta aquí la noticia tal y como la relató en su día Luis del Olmo. Lo que no contó el ilustre berciano fue lo acaecido con posterioridad al correo americano.
El ministro del ramo llamó a capítulo a los responsables españoles del experimento, interesándose por la procedencia del pollo, su peso, si había estado alimentado con pienso o era ave de corral y por otros detalles importantes del asunto. A continuación creó un gabinete “a quo” formado por los titulares de Ciencia e Investigación, Medio Ambiente y Sanidad, y después de intensos debates en sede ministerial se votó una propuesta del de Fomento conforme a la que debía de enviarse una nota de protesta a la embajada americana. Para ello requirieron la presencia del titular de Asuntos Exteriores, quedando redactada la nota diplomática como sigue: “En relación al asunto referenciado, este Gobierno quiere dejar constancia de que las pruebas realizadas en nuestro país lo han sido con el más exquisito cumplimiento de los manuales enviados al efecto. Así mismo, tras estudios pormenorizados y consultados técnicos agrícolas, se ha llegado a la conclusión de que, dado que los pollos no vuelan, el proyectil recomendado no fue el apropiado al experimento, para el que se debería de haber usado un gavilán o una paloma. Por todo ello pedimos la debida reparación de los daños y perjuicios ocasionados por el pollo-bala, así como la correspondiente indemnización a los miembros de este gabinete que han tenido que abandonar sus vacaciones para estudiar un tema de tanta gravedad y enjundia”. A día de hoy está por saber la reacción yanki.
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Estudiosos, lumbreras del Gobierno español que estaban desarrollando una locomotora para el AVE se interesaron por el cañón de los pollos, pensando aplicar la idea al parabrisas del nuevo tren. Al primer tiro el pollo reventó el cristal frontal del tren, rompió el cuadro de instrumentos, perforó el asiento del ingeniero, hirió a dos técnicos y voló hasta el fondo de la locomotora, estrellándose contra la pared y haciendo un agujero profundo en la chapa. Los ingenieros españoles quedaron completamente asustados de aquel sorprendente y violento resultado. Documentaron la escena con detalle, hicieron fotos digitales, grabaron declaraciones y testimonios oculares, elaboraron documentos técnicos, y enviaron toda la información a EE.UU. preguntando qué habían hecho mal. Los técnicos americanos estudiaron con detalle la documentación recibida y respondieron con un e-mail seco y directo: “Descongelen primero el pollo”. Hasta aquí la noticia tal y como la relató en su día Luis del Olmo. Lo que no contó el ilustre berciano fue lo acaecido con posterioridad al correo americano.
El ministro del ramo llamó a capítulo a los responsables españoles del experimento, interesándose por la procedencia del pollo, su peso, si había estado alimentado con pienso o era ave de corral y por otros detalles importantes del asunto. A continuación creó un gabinete “a quo” formado por los titulares de Ciencia e Investigación, Medio Ambiente y Sanidad, y después de intensos debates en sede ministerial se votó una propuesta del de Fomento conforme a la que debía de enviarse una nota de protesta a la embajada americana. Para ello requirieron la presencia del titular de Asuntos Exteriores, quedando redactada la nota diplomática como sigue: “En relación al asunto referenciado, este Gobierno quiere dejar constancia de que las pruebas realizadas en nuestro país lo han sido con el más exquisito cumplimiento de los manuales enviados al efecto. Así mismo, tras estudios pormenorizados y consultados técnicos agrícolas, se ha llegado a la conclusión de que, dado que los pollos no vuelan, el proyectil recomendado no fue el apropiado al experimento, para el que se debería de haber usado un gavilán o una paloma. Por todo ello pedimos la debida reparación de los daños y perjuicios ocasionados por el pollo-bala, así como la correspondiente indemnización a los miembros de este gabinete que han tenido que abandonar sus vacaciones para estudiar un tema de tanta gravedad y enjundia”. A día de hoy está por saber la reacción yanki.
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