sábado, 20 de marzo de 2010

VALE UN GÜEVO MÁS EL I.V.A.


Dicen los gallegos que ellos no creen en brujas, pero “habélas, haylas”. Y vaya si las hay. Proliferan como los conejos. No hay más que ver muchas cadenas de televisión nacionales, regionales y locales, o leer los breves de cualquier diario o revista para comprobar que el “arte” de la adivinación se ha convertido en un crematístico negocio para brujos, adivinos, quiromantes, tarotistas, operadoras de telefonía y la madre que lo parió. Un simple mensaje SMS, que vale un güevo más el IVA, te puede desvelar en un periquete tu futuro amoroso, económico, laboral, y hasta cuánto te queda de esta “perra vida”. También puedes saber todo eso si llamas a un fijo, que cuesta el otro güevo y el impuesto, que suele ser una línea 800, 902 ó 905, u otras traicioneras, y en la que -después de pulsar el “1” si quieres saber de amor, el “2” si de salud y “*” si la música en Pravia- te pueden mantener en espera medio verano y una primavera hasta que el listu o la lista de turno se pone al aparato y te pregunta si eres rubio o moreno, de qué color tienes los ojos, si eres Tauro o Virgo y qué fue lo que comiste a mediodía, que te huele el aliento hasta por teléfono. Esto es lo que sucedió hace años a un vecino de Pola del Tordillo (ya saben), hecho que quedó registrado en el libro de entradas del Paraíso.

Estaba Pedro aburrido a las puertas del cielo (aquel día había tenido poco curro) cuando se le presentaron tres almas a un tiempo. Antes de franquearles la entrada al Edén, el portero celestial les preguntó cómo la habían palmáo para, de paso, tomarles la filiación. El primero contó: “Yo soy albañil, y esta mañana, después del bocadillo, viendo un programa en la tele, llamé para saber si sería feliz con mi mujer. La adivina me contestó que mi mujer me era infiel, y que yo tenía más cuernos que una manada de búfalos. Olvidándome de mi trabajo y furioso me fui a casa inmediatamente y la encontré desnuda en medio del salón. Me armé con un bastón y, frenético, me puse a registrar toda la casa, cuando en un dormitorio oigo unos golpes. Me asomo y, tras la ventana, veo a un tío que está picando en el cristal con los nudillos. Abro la ventana y le muelo a palos hasta que se cae, con tan mala suerte que va a parar contra el toldo del bar de abajo. Furibundo, cargo la nevera encima de mi espalda y la arrojo por la ventana encima del Casanova, con tan mala suerte que se me enreda el cable en una pierna y me voy detrás del electrodoméstico. Y aquí me tiene”. El segundo relató: “Yo tengo una empresa de limpieza de fachadas y me va bien. Esta mañana, limpiando en un quinto piso, me caí del andamio y pude sujetarme al alféizar de una ventana del cuarto. Toqué en ella para que alguien me ayudara, cuando sale un tío que empieza a atizarme garrotazos. Me caigo y tengo la suerte de hacerlo sobre un toldo. Aliviado por la lona providencial, miro hacia arriba cuando veo que se me viene encima una nevera y el tío del garrote detrás de ella. Y aquí estoy”. Por último, el tercero dice: “Yo soy repartidor de butano, y esta mañana estaba con un ligue en su casa cuando oímos abrir la puerta. La mujer dice: “Mi marido. Rápido, escóndete, aunque sea en la nevera”. Eso fue lo que hice, y de repente me encuentro aquí, a las puertas del cielo”.

No es mera coincidencia, sino los efectos colaterales de una simple llamada telefónica. Y también de la ignorancia de muchos que, en sus apuros, siempre esperan milagros del destino. Todo causado por esos depredadores y trepas que, valiéndose de la inocencia y la necesidad, van siempre a hacer caja y a enriquecerse de la forma más fácil y sencilla.

Imágnes obtenidas de Google

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