jueves, 4 de marzo de 2010

NO ME FUMES


No hace mucho les contábamos en una de nuestras columnas sabatinas que en el futuro fumar sería un placer por idénticos motivos que lo es comerse una lata de caviar, cien gramos de angula o beberse una botella de Dom Perignon. Eso es, por el precio. Desde entonces ha vuelto a incrementarse en un par de ocasiones y se ha anunciado por la ahora ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, que a lo largo de este año se prohibirá fumar en todos los lugares públicos, lo que supone, si al final se lleva a cabo, que todos los hosteleros que en su día tuvieron que invertir una pasta en adecuar sus locales para cumplir la por entonces nueva normativa, lo habrán hecho en balde, poco menos que habrán tirado su dinero, en algunos casos entorno a los cinco millones de las antiguas pesetas. Y lo habrán tirado por dos razones. La primera es que, evidentemente, no les servirá de nada la adecuación en el momento que se prohíba fumar en todos los establecimientos públicos, y la segunda es que, desde aquellos momentos en los que invirtieron e hicieron los arreglos hasta los actuales, muchísimos hosteleros, por no decir una gran parte de ellos, se pasaron la normativa por el arco del triunfo. Me cuenta un amigo que, hace unos días, se fue a comer con un compañero a un establecimiento del Valle del Nalón en cuyo comedor había un cartel de esos que prohíben fumar o dicen “espacio libre de humos”. Siendo ambos no fumadores no tardaron en darse cuenta de que el cartel estaba allí solo de adorno. En ese momento, cuando además ya habían pedido su comida, decidieron marcharse a comer a otro lado porque no se podía respirar, según me dicen. Y les creo porque no en vano yo mismo, que soy fumador, en alguna ocasión he notado su fastidio cuando enciendo un cigarrillo delante de ellos. Mi amigo me contó esta anécdota de una forma un tanto recriminatoria, como queriéndome decir que los fumadores somos unos maleducados y no respetamos los derechos de los abstemios. Evidentemente le contesté, y le dije que dentro de una y otra especie haylos y haylos. Maleducados e intolerantes, y más aún, según mi estadística particular, los que en algún momento fueron fumadores. Rematé mi réplica opositora diciéndole que en ambos casos (en el de los fumadores y en el de los que no lo son) la libertad de unos se acaba donde empiezan los derechos de otros, siempre y cuando esos derechos estén claramente establecidos.

Lo cierto es que, siendo fumador como lo soy, no dejo de pensar -y cada vez estoy más convencido- que la prohibición que está por llegar es una forma más de conculcar los derechos de los ciudadanos. Dentro de poco nos señalarán con el dedo cuando vayamos por la calle: “mira ese que fuma”. En definitiva quién no quiera respirar los humos de los fumadores tiene la elección clara: no entrar en ese lugar, exactamente igual que otros no quieren entrar en otros sitios porque huele a “aceitizo” o a compañerismo, o no quiere encontrarse con determinada persona, para él indeseable. Eso sí la ley hay que hacerla cumplir. Donde no se puede fumar no se fuma. Libre albedrío contra imposición.

Duke espera que cuando se instaure la prohibición, si llega a hacerse -que aún lo duda-, quienes nos la impongan no se dediquen también a maquillar el cigarrillo de Bogart, de la Dietrich o de Eastwood de forma que también estos sagrados monstruos del séptimo arte se conviertan en no fumadores. ¿Se imaginan el salón de Casablanca sin humo?

Imágenes obtenidas de Google

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