martes, 23 de marzo de 2010

HAY QUE MORIRSE



No quiero herir susceptibilidades. Así es que, como en las pelis clasificadas, quien no quiera entrar que se quede afuera. La elección es de ustedes. Luego no me paren por la calle para decirme que Duke no habría debido de hablar de esto, o que se ha vuelto majareta. Es precisamente Duke quien inspira estas consideraciones apocalípticas. Porque no pasa un día, ni una hora, en que éste, que es quien le da a la tecla, no se pregunte metafísicamente qué sería de él -yo en este caso-, sin su musa. Lo hablo muchas veces con mis colegas de paseo, que también tienen su mascota, musa, o como quieran llamarla y me dicen que sería impensable tener “otra” más, cuando la actual llegue a faltarles. Y eso llegará. Yo no quiero ni pensar en el momento en que Duke me falte. Pero tampoco me preocupa porque en ese momento ya no estaré aquí.

No es una fanfarronada, ni nada que se parezca a ello, pero tengan ustedes por cierto que, en lo referente a esto de la muerte y sus circunstancias, ambos hemos visto y sufrido mucho. No hemos estado en Vietnam, ni en Haití; tampoco en el World Trade Center, ni en la Estación del Pozo. No somos cercanos a familias marcadas para siempre por la fatalidad, aunque en cierta forma nos sentimos así -alguna vez lo hemos manifestado aquí- y, de lejos, a todos nos conmueven las vilezas de los asesinatos de esta comarca conocidas por todos, y todas y cada una de las muertes insospechadas o esperadas que, cada poco, nos sorprenden. No voy a entrar en detalles, pero tengan por seguro que hemos visto cosas que nadie desearía ver, y supongo que aún nos quedan muchas más. Hasta este punto estarán todos expectantes por saber a dónde queremos llevarles, porque ya saben que Duke es un pozo de sorpresas.

Si un tío, o una tía, tiene un cáncer diagnosticado, no es sorpresivo que un día nos digan que Fulanito o Menganita acaba de morirse, es normal. Triste y fatídico, pero normal. Lo que no es normal es que a Fulano o Mengana les toque tener ese bicho. Si a Citano le da un infarto fulminante, no diagnosticado evidentemente, es sorpresivo pero también es normal: es la muerte natural desde que se inventó la humanidad. Naturalmente, ahora -con lo que sabemos- se llama infarto, parada cardiorrespiratoria, fibrilación ventricular, o la madre que lo parió. Lo que siempre ha pasado y seguirá pasando, pero menos. Las muertes que antes no sucedían y ahora sí -y no son las naturales- son las debidas a las drogas, al alcohol, al exceso de velocidad, a la violencia de género, y de génera, y a cosas tan variadas como los aplastamientos en los campos de futbol o las cornadas en fiestas etílicas como los San Fermines, entre otras muchas. Ésas son muertes inaceptables y, como tales, insospechadas pero, si cabe, más lógicas y evidentes que aquéllas a las que hemos llamado naturales. Morirse es natural. Hay que morirse. Y, en este punto, no entraremos en disquisición con pastorales eclesiásticas. Uno se muere, de lo que sea, y a otra cosa. ¡Qué pena!, ¡Qué tragedia!, decimos todos cuando acompañamos a las familias en su dolor. Pero, al final, quienes lo sufren son esas familias. A los dos días siempre nos volvemos a ver los mismos en el Tanatorio, diciendo otro tanto de lo mismo con referencia a otro difunto y a otra familia. Cuando nos toque nos gustaría que la gente dijera: “era un tío cojonudo y divertido. Y Duke igual que él”.

Imágenes obtenidas de Google

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