Estas idas y vueltas del ya largo y tedioso tema del regreso de Francisco Álvarez Cascos a la vida política, la insistencia y recogida de firmas de sus partidarios, las reiteradas solicitudes de un Congreso Regional Extraordinario donde todos los afiliados de Asturias se decanten por uno u otra y las cartas del ex ministro a dirigentes del PP nacional en este sentido, entre otras recurrencias, me han traído a la memoria un chiste que nos contó Arturo Pérez Reverte. Con su permiso:
Va un cazador por el bosque proceloso, armado con su escopeta de un solo tiro. Viste en plan Rambo: Camuflaje, gorro verde y demás. Nacido para matar, como dicen los lejías. Avanza así por la foresta, cauto con el arma dispuesta, cuando ve a un oso que está al pie de un árbol, roncando la siesta: un oso adulto, normal, pardo. De infantería. Al verlo nuestro cazador se acerca de puntillas como el gato "Silvestre", apunta el chopo y desde tres o cuatro metros de distancia le arrea un escopetazo. Y le falla. Al oír el tiro, el plantígrado abre un ojo, mira al cazador, abre el otro ojo, se levanta sacudiéndose las ramitas de pino y las hojas secas de la pelambre, y le dice: "Chaval, has tenido mala suerte. Soy un oso gay, o sea, maricón. Y no me gusta que me disparen a la hora de la siesta. Así que, para escarmentarte, ven aquí, que te voy a poner los pavos a la sombra". Y dicho y hecho; el oso agarra al cazador, y zaca. Lo sodomiza.
El cazador se toma el asunto con muy poca deportividad. "¡Venganza!", grita cuando corre al pueblo mas cercano, que casualmente es Eibar. Llega, entra en una armería y pide un fusil mataosos de cinco tiros. Echa atrás el cerrojo y con mano airada mete los cartuchos. Clac, clac, clac, clac, clac. Se va a enterar, piensa tomando de nuevo el camino del bosque. Se va a enterar. Avanza así nuestro intrépido y vengativo cazador ente los árboles, el fusil dispuesto para la sarracina, los ojos inyectados en sangre, y al fin divisa al oso maricón que está de espaldas, entretenido con un panal de rica miel al que da golosos lengüetazos, ajeno a la tragedia que se cierne sobre su vida. El caso es que se aproxima con sumo tiento el cazador, apuntando a la osuna cabeza. No quiere fallar, así que se acerca más, y más y más. Está a un metro, y el oso sigue a lo suyo. Entonces. Con una risa locuela, resuelto al escabeche, el cazador grita de nuevo "¡Venganza!" Y aprieta cinco veces el gatillo. Bang, bang, bang, bang, bang. Le pega cinco tiros como cinco sartenazos al oso. Y el muy gilipollas falla los cinco. Entonces el oso se vuelve despacio, con mucha flema, y se lo queda mirando. "Hombre -dice- Pero si es mi amigo el escopetero". Luego se acerca, sonriente. "Pues ya sabes chaval -dice-. Yo Tarzan, tú Jane. Cinco tiros son cinco ñaca-ñacas. Ven, mi vida". El cazador intenta largarse pero el oso, que es muy ágil aunque no lo parezca, da una especie de salto de ballet y lo trinca. Luego se lo calza cinco veces, una detrás de otra. Cling, cling, cling, cling, cling.
Imagínense ahora a ese cazador volviendo al pueblo -esta vez camina ya con cierta dificultad- camino de la armería. Ese cazador que entra en la tienda gritando "¡Venganza!" como un descosido. Esa ametralladora que compra "¿Cuántos tiros le pongo?", pregunta el armero. "Doscientos", responde. Imagínense luego a ese cazador camino del bosque con la ametralladora colgada, poniéndose alrededor de los hombros y del cuello, con manos temblorosas por la cólera, las cintas de reluciente munición. "¡Venganza!". Y ahora imagínese ese bosque donde canta el mirlo, o lo que cante, y donde las ardillas, asustadas y tímidas en sus ramas, ven pasar al cazador con cara de jinete del Apocalipsis. "¡Venganza!", Grita de nuevo el Rambo. Llega así hasta el oso; que es un oso maricón, si, pero culto, y en ese preciso instante se encuentra leyendo una autobiografía de José Maria Mendiluce, sin más, a un palmo de su cabeza, le dispara la cinta entera. Ratatatatatatatá. Doscientos tiros uno detrás de otro, sin respirar. Y falla los doscientos. Entonces el oso lo mira, chasquea la lengua, cierra el libro, y se levanta despacio, como con desgana. Luego se acerca un poco mas al cazador, que se ha quedado de pasta de boniato, le pasa un brazo peludo por los hombros y le pregunta, en tono confidencial: "Venga, colega. Sé sincero... ¿Tú aquí no has venido a cazar, ¿verdad?".
El cuento es también aplicable a otro tipo de insistencias. Piensen cuáles pueden ser y extraigan ustedes mismos la moraleja, aunque Duke tiene la impresión de que el osado cazador seguirá intentando cepillarse al oso tranquilo.
Imágenes obtenidas de Google
Va un cazador por el bosque proceloso, armado con su escopeta de un solo tiro. Viste en plan Rambo: Camuflaje, gorro verde y demás. Nacido para matar, como dicen los lejías. Avanza así por la foresta, cauto con el arma dispuesta, cuando ve a un oso que está al pie de un árbol, roncando la siesta: un oso adulto, normal, pardo. De infantería. Al verlo nuestro cazador se acerca de puntillas como el gato "Silvestre", apunta el chopo y desde tres o cuatro metros de distancia le arrea un escopetazo. Y le falla. Al oír el tiro, el plantígrado abre un ojo, mira al cazador, abre el otro ojo, se levanta sacudiéndose las ramitas de pino y las hojas secas de la pelambre, y le dice: "Chaval, has tenido mala suerte. Soy un oso gay, o sea, maricón. Y no me gusta que me disparen a la hora de la siesta. Así que, para escarmentarte, ven aquí, que te voy a poner los pavos a la sombra". Y dicho y hecho; el oso agarra al cazador, y zaca. Lo sodomiza.
El cazador se toma el asunto con muy poca deportividad. "¡Venganza!", grita cuando corre al pueblo mas cercano, que casualmente es Eibar. Llega, entra en una armería y pide un fusil mataosos de cinco tiros. Echa atrás el cerrojo y con mano airada mete los cartuchos. Clac, clac, clac, clac, clac. Se va a enterar, piensa tomando de nuevo el camino del bosque. Se va a enterar. Avanza así nuestro intrépido y vengativo cazador ente los árboles, el fusil dispuesto para la sarracina, los ojos inyectados en sangre, y al fin divisa al oso maricón que está de espaldas, entretenido con un panal de rica miel al que da golosos lengüetazos, ajeno a la tragedia que se cierne sobre su vida. El caso es que se aproxima con sumo tiento el cazador, apuntando a la osuna cabeza. No quiere fallar, así que se acerca más, y más y más. Está a un metro, y el oso sigue a lo suyo. Entonces. Con una risa locuela, resuelto al escabeche, el cazador grita de nuevo "¡Venganza!" Y aprieta cinco veces el gatillo. Bang, bang, bang, bang, bang. Le pega cinco tiros como cinco sartenazos al oso. Y el muy gilipollas falla los cinco. Entonces el oso se vuelve despacio, con mucha flema, y se lo queda mirando. "Hombre -dice- Pero si es mi amigo el escopetero". Luego se acerca, sonriente. "Pues ya sabes chaval -dice-. Yo Tarzan, tú Jane. Cinco tiros son cinco ñaca-ñacas. Ven, mi vida". El cazador intenta largarse pero el oso, que es muy ágil aunque no lo parezca, da una especie de salto de ballet y lo trinca. Luego se lo calza cinco veces, una detrás de otra. Cling, cling, cling, cling, cling.
Imagínense ahora a ese cazador volviendo al pueblo -esta vez camina ya con cierta dificultad- camino de la armería. Ese cazador que entra en la tienda gritando "¡Venganza!" como un descosido. Esa ametralladora que compra "¿Cuántos tiros le pongo?", pregunta el armero. "Doscientos", responde. Imagínense luego a ese cazador camino del bosque con la ametralladora colgada, poniéndose alrededor de los hombros y del cuello, con manos temblorosas por la cólera, las cintas de reluciente munición. "¡Venganza!". Y ahora imagínese ese bosque donde canta el mirlo, o lo que cante, y donde las ardillas, asustadas y tímidas en sus ramas, ven pasar al cazador con cara de jinete del Apocalipsis. "¡Venganza!", Grita de nuevo el Rambo. Llega así hasta el oso; que es un oso maricón, si, pero culto, y en ese preciso instante se encuentra leyendo una autobiografía de José Maria Mendiluce, sin más, a un palmo de su cabeza, le dispara la cinta entera. Ratatatatatatatá. Doscientos tiros uno detrás de otro, sin respirar. Y falla los doscientos. Entonces el oso lo mira, chasquea la lengua, cierra el libro, y se levanta despacio, como con desgana. Luego se acerca un poco mas al cazador, que se ha quedado de pasta de boniato, le pasa un brazo peludo por los hombros y le pregunta, en tono confidencial: "Venga, colega. Sé sincero... ¿Tú aquí no has venido a cazar, ¿verdad?".
El cuento es también aplicable a otro tipo de insistencias. Piensen cuáles pueden ser y extraigan ustedes mismos la moraleja, aunque Duke tiene la impresión de que el osado cazador seguirá intentando cepillarse al oso tranquilo.
Imágenes obtenidas de Google
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