miércoles, 22 de abril de 2015

TODO UN GALÁN

Los piropos

Hacía tiempo que pensaba plasmar en estas páginas una breve historia que me ocurrió hace muy poco tiempo de la que sólo fuí espectador privilegiado, cuando, sorprendido, leo el pasado lunes, día 3, la columna que “Desde la Meseta” publicó Luis Alonso Vega, titulada “El Piropo” y, de acuerdo con todas sus observaciones, hoy me decido a contarla, no sin antes abundar algo mas en el tema..

La palabra deriva del latín “pyropus”, que, a su vez viene del griego (intrascriptible), y de su significado literal deriva su sentido coloquial como lisonja, requiebro o frase ingeniosa que se dirige a una persona, generalmente a una mujer, para adularla. Todos, desde siempre, hemos oido y estamos habituados a ellos y, sin excepción, todas habrán sido objeto de alguno. Abramos un pequeño catálogo:
Etéreos: “Qué distraidos están en el cielo que los ángeles se escapan” o “¿Qué hace una estrella volando tan bajito?”. De la construcción: “Bendita sea la madre que parió al obrero que allanó el pavimento por donde pasas, Monumento” o “Preciosa, ¡con esa mirada tan dulce me dan ganas de chuparte un ojo!”. Zafios: “Si se juntan los mares y los ríos, ¿por qué no juntar tus genitales con los míos?” o “Quisiera ser baldosa y cuando pases mirar tu linda cosa”. Picantes: “Quien fuera noche para caerte encima”. De un periodista: “Me gustaría hacerte un reportaje para penetrar en tu intimidad”. De oftalmólogo: “Quien fuera bizco para verte dos veces”. Original: “Si yo fuera tú vendría corriendo a buscarme”. A una gorda: “Si tus piernas son las vías, ¿cómo estará la estación?”. Poético: “Si amarte fuera pecado, tendría el infierno asegurado”. Y hasta para nosotros: “Bonitos pantalones, quedarían muy bien en el suelo de mi dormitorio”.
En una tertulia de café, una chica de muy buen ver mostraba a los presentes fotografías de sus vacaciones en la playa, cuando uno de los tertulianos, al verla en bikini, exclamó: “Si yo tuviera veinte años menos, un par de botelles de vino y una viagra, ives a cagáte en tu puta madre”. La chica no tuvo mas remedio que reírse. La gracia siempre puede apoderar a la grosería. Y, con esto, voy a la historia que les anunciaba al principio:

Mediodía. Una célebre cafetería de Oviedo atestada en horas de vermouth. Tres compañeros de trabajo (dos chicos y una chica) charlan en la barra, mientras, en una mesa cercana, un hombre de avanzada edad está ocupado en leer periódicos. Tiene varios, de aquí, nacionales y, cuanto menos, el Whasington Post. Viste elegante, pañuelo, gemelos y hay un sombrero encima de la silla. De vez en cuando alza la vista por encima de sus gafas y, con suma atención, observa a nuestra compañera. Los tres nos damos cuenta de las miradas del anciano y lo miramos, a su vez, pero no hacemos comentario alguno. Pasa un buen rato de intercambio de miradas y el hombre se levanta, recoje su gabardina, su sobrero y los diarios y se encamina hacia donde estamos:
  • Señores, disculpen mi intromisión. Solo quiero hacer una pregunta a su compañera. ¿Me permiten?.
Asentimos.
- Señorita llevo observándola desde que entró. ¿Su padre es escultor?
Ella, sorprendida, niega con la cabeza.
- Perdone pero su padre tuvo que ser artista para haber hecho una cosa tan linda. Discúlpenme de nuevo, ¡Buenos días!
Y llevando los dedos a la punta del sombrero, en señal de cortesía, se fue erguido como una vela. Y los tres nos quedamos mudos y ella, además, colorada como una cereza.

Cierto es que la chica es un bellezón, a parte de distinguida. Una beldad de las que llaman la atención. El hombre, muy perspicaz, había visto nuestras miradas y, sobre todo, las de ella y, con buen criterio había pensado que los tres comentaríamos su desfachatez, tildándole de “viejo verde”, y sin pensárselo dos veces nos dejó aquella joya y quedó como un verdadero caballero.
Duke debería de aprender para merecerse su nombre. Y todos deberíamos saber diferenciar entre un simple piropo y una galantería como aquélla.

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