Una aventura en la Costa del Sol
Era Viernes Santo de 1978, un día como hoy en la Costa del
Sol, poco después de que Lapierre y Collins publicaran aquel best seller que
habíamos leído casi todos los estudiantes. Queríamos sentirnos “Hijos de
Torremolinos” y para allá nos fuimos en el viaje de Ecuador de carrera. El
programa era sencillo y evidente: playa y discoteca. Ligue por el día y ligue
por la noche, si se podía. Y en estas estaba con una compañera en un rincón de
aquella playa, a la que se accedía por una empinada cuesta, cuando a cien
metros diviso a tres varones caminando a orilla del mar en nuestra dirección.
El arenal estaba casi desierto por lo que, a medida que se acercaban, no me
resultó difícil identificarlos. Dos amigos de Lada y otro de Sama que habían
juntado cuatro duros y cruzaron la península en el utilitario de uno de ellos
para hacerme una visita de cortesía y, de paso, chafarme el íntimo momento.
¡Joder, qué casualidad. Ya echaba de menos a estos cabrones!, comenté a la
chica. Hombre, Marce, ¿cómo tú por aquí?, dijeron al unísono. Pues nada, que
estábamos esperando a ver si veíamos algún conocido y de pronto aparecen tres,
repuse airado. Como si no os viera lo suficiente allá arriba. Se quedaron con
nosotros, cenamos los cinco juntos y, al final, me secuestraron con
premeditación, alevosía y el beneplácito de la chica que me dijo “no te
preocupes por mí y atiende a tus amigos”. Tras la cena nos fuimos a ver
Torremolinos “la nuit”, pero de aquella estaba todo cerrado y no había forma de
tomar una copa en ningún lado, así que paseamos en busca de lo imposible hasta
que topamos con una taberna abierta y petada de parroquianos, como no podía ser
de otra forma. Entramos en el lugar y pedimos cuatro finos. Tío Pepe, para más
señas. Como si pidiéramos petróleo. No nos entendían porque el lugar era de los hijos de la Gran Bretaña
que no querían saber nada con la santa festividad. Un cartel de considerables
dimensiones rezaba “Only speaking inglish” (sólo se habla inglés). ¡Hay que
joderse! Se lo pedimos en bable, español, castellano y farfullense, pero nada.
Hasta que el pollo nos enseñó una botella de Dry Sack que bebimos a la salud
del menda. Allí nos quedamos hasta la medianoche en que empezaban a abrirse los
sitios donde daban jerez de Jerez, no de Londres. Pero esa ya es otra historia,
no apta para estas fechas. Se la contaré otro día.
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