martes, 14 de abril de 2015

COMPRA, PAISA



Estereotipos de turistas

Hay un buen ejercicio visual, interesante cuando estás de viaje y con poco que hacer. Sentado, por ejemplo, en la terraza del bar frente al museo Guguenheim,  bajo el reloj de la Puerta del Sol, o en la Plaza del Obradoiro. En cualquier lugar donde transiten grupos de turistas dirigidos por un guía. El asunto consiste, observando comportamientos y aspectos de los individuos, en establecer de lejos su nacionalidad. Hay grupos con los que no se falla nunca. Cuando se tiene el ojo adiestrado, un primer vistazo establece la nacionalidad de cada lote. Hasta de lejos, cuando podía confundírseles con adolescentes bajitos, a los japoneses se les reconoce porque siguen al guía, nunca tiran nada al suelo ni se suenan los mocos, fotografían todo desde el mismo sitio y al mismo tiempo. Además, todos llevan los ojos como si acabaran de levantarse. Identificar a los ingleses es fácil: son los que no hablan otro idioma más que el suyo y llevan una lata de cerveza en cada mano a las nueve de la mañana. Con respecto a los gringos, se distinguen por sus conversaciones a grito pelado sobre el precio del maíz en Oklahoma y en hacerse los simpáticos y colegas con los camareros, vendedores y otros indígenas de los países que visitan, como si les temieran y a la vez les despreciaran. Si ven ustedes a una rubia sonriente haciéndose una foto en Salóu entre dos camareros con pinta de macarras, que le soban cada uno una teta, no tengan duda. Es norteamericana. Lo de los alemanes está chupáo. Rubios, con pavas grandotas, caminando agrupados y en orden prusiano, explicando a sus vástagos: “Mirad, hijos míos, este pueblo lo quemó el abuelito en el 41 y  este barrio lo limpió de judíos en el 45.
Pero los inconfundibles somos los españoles, que hasta los negros nos conocen y saludan: “Hola, Pepe, compra barato, barato”. Somos los que afirmamos que frente a un Ribera del Duero, los de Burdeos son como el Don Simón de tetrabrick; los que fotografiamos todo en los sitios donde está prohibido hacer fotos; los que dejamos al guía hablando sólo mientras hacemos esas fotos, bebemos una birra o hacemos un pis en el árbol más grande del parque. Y los que, cuando el pobre guía logra reunir al grupo para seguir la excursión, llegamos de comprar postales y mantecadas de Astorga y con cara de expertos, delante del palacio de Gaudí, preguntamos: “¿Y esto qué es?”.                   

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