viernes, 3 de abril de 2015

MARACAS DE MACHÍN



Gente pa tó

Aún no se si lo soñé pero fue todo un espectáculo. Estaba sentado al sol en la terraza de un bar, mirando a no se dónde y pensando en no se qué. Había mucha gente y los camareros no daban abasto. Y en ésas aparece una gitana. De aquí o de Paraguay, pero gitana sin duda, para que me entiendan. Los demás éramos de aquí, todo lo más lejos de Gijón, pero blancos, o casi. Como de treinta algunos años, desgreñada, vestida con descuido y una bolsa como la de Mary Poppins. La chache se para y empieza a caminar entre las mesas a pedir limosna. Casi nadie le da. O nadie, más bien. Y, de pronto, se pone a gritar. Me tenéis hasta el coño, aúlla en castellano perfecto. Idiotas, subnormales, racistas. Y la gente deja sus cosas y de charlas para mirarla, unos sonríen y otros muestran su sorpresa. Patedefuás todos. Pero los que están cerca de ella ni se atreven a mirarla, porsi. Miran al horizonte. Y la piba, dale que te pego. Miserables, cabrones, hijos de…, remacha. Está como las maracas, pienso. Las de Machín, evidentemente. Un chico que está con su novia le pide cortés que se tranquilice. Y la majara le contesta “los que no estáis tranquilos sois el montón de cabrones que estáis aquí tocándoos los… Payos de mierda” (de ahí que supuse que era gitana). Como la individua no afloja se acerca un camarero que le pide por favor que se vaya. “Lárgate tú, imbécil, gilipollas…”, y otras lindezas. El chico la mira a ella y luego a todos, se pone como un tomate y desaparece, mientras la pava se caga en los presentes y todos sus muertos, y los paseantes en la calle empiezan a pararse como si de una verbena se tratara.
Al poco llega el camarero acompañado de un uniformado guarda de seguridad de un banco cercano. Un Rambo de dos metros y noventa kilos que le dice educadamente que circule, que está molestando a la gente. Y la gitana, brazos en jarras, le replica “y si no me sale del c…, ¿me vas a pegar con la porra?, hijo de…, racista, etcétera”. Y el pobre hombre hace lo del camarero, se aparta de allí, hablando por el boquitoqui como si estuviera pidiendo refuerzos al Séptimo de Caballería. De paripé. “Vaya ruina”, debe de estar pensando. Hasta que la intrusa se cansa de gritar a la tropa y se va escupiendo a los coches allí aparcados. Y Duke me susurró: “Así está el panorama, jefe. Pero la cosa tiene su punto”.
 

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