Ingenios y fracasos
Al fin y al cabo eran unos simples estudiantes, y los fines
de semana de por entonces dejaban los libros en reposo y se dedicaban a lo de
toda la juventud aquella de finales de los años setenta, a ligar. O cuanto
menos a intentarlo. Eran aquellos tiempos de las discotecas y de la fiebre del
sábado noche, algunos aún lo recordarán. Y como aquellos dos gatos golferas
tenían sendos “planes” que habían elaborado el sábado anterior querían
rematarlo en éste con aquello del “yes very well”, de manera que para
asegurarse del éxito de la aventura nocturna recurrieron a su común amigo el
mancebo de la farmacia para que les proporcionara el elixir del amor. Como lo oyen.
La viagra femenina de aquellos tiempos que, decían, despertaba en las féminas
el ardor erótico festivo. La pastilla afrodisíaca que, según la leyenda urbana,
las convertía en verdaderas máquinas amatorias. Le pidieron cuatro, dos por
cabeza, con la aviesa intención de echarlas en las bebidas de las chicas cuando
llegara el momento oportuno en aquel piso de Oviedo, propiedad de los padres de
uno de ellos, y que en más de una ocasión utilizaban de picadero.
Cayendo la tarde las vieron en la discoteca donde habían
quedado. Bailaron y tomaron alguna copa para acto seguido, ya a la noche, irse
los cuatro en el coche de uno de ellos para el palacio del amor. Todo se iba
desarrollando conforme a lo previsto, y llegó la hora señalada. Ya en el piso,
y ellos solícitos y cariñosos, les sirvieron unas bebidas donde previamente
habían disuelto aquellas píldoras en que habían depositado sus esperanzas. ¡Al
ataque!, pensaron ellos, frotándose las manos. Era el momento definitivo, pero
pasaban los minutos y aquello no surtía el efecto deseado. Es más, corrieron
treinta minutos (fue lo único que corrió) y las damas se habían dormido como
lirones. Hasta tal punto que no había forma de despertarlas. Estaban
anestesiadas como para una extracorpórea. Todo su gozo en un pozo. Su amigo les
había dado pastillas para dormir y se estaría muriendo de risa, el muy cabrón.
Ahora tenían el problema de sacarlas de allí, llevarlas a sus casas y esperar a
que despertaran. Menudo marrón. Al final las envolvieron en unas mantas y para
el coche de vuelta a Langreo. Cuando ellas despertaron, ellos eran los
dormidos. Todos regresaron de doblete. ¡Jo, qué noche!
No hay comentarios:
Publicar un comentario