domingo, 15 de febrero de 2015

Zzzzz...



Ingenios y fracasos


Al fin y al cabo eran unos simples estudiantes, y los fines de semana de por entonces dejaban los libros en reposo y se dedicaban a lo de toda la juventud aquella de finales de los años setenta, a ligar. O cuanto menos a intentarlo. Eran aquellos tiempos de las discotecas y de la fiebre del sábado noche, algunos aún lo recordarán. Y como aquellos dos gatos golferas tenían sendos “planes” que habían elaborado el sábado anterior querían rematarlo en éste con aquello del “yes very well”, de manera que para asegurarse del éxito de la aventura nocturna recurrieron a su común amigo el mancebo de la farmacia para que les proporcionara el elixir del amor. Como lo oyen. La viagra femenina de aquellos tiempos que, decían, despertaba en las féminas el ardor erótico festivo. La pastilla afrodisíaca que, según la leyenda urbana, las convertía en verdaderas máquinas amatorias. Le pidieron cuatro, dos por cabeza, con la aviesa intención de echarlas en las bebidas de las chicas cuando llegara el momento oportuno en aquel piso de Oviedo, propiedad de los padres de uno de ellos, y que en más de una ocasión utilizaban de picadero.
Cayendo la tarde las vieron en la discoteca donde habían quedado. Bailaron y tomaron alguna copa para acto seguido, ya a la noche, irse los cuatro en el coche de uno de ellos para el palacio del amor. Todo se iba desarrollando conforme a lo previsto, y llegó la hora señalada. Ya en el piso, y ellos solícitos y cariñosos, les sirvieron unas bebidas donde previamente habían disuelto aquellas píldoras en que habían depositado sus esperanzas. ¡Al ataque!, pensaron ellos, frotándose las manos. Era el momento definitivo, pero pasaban los minutos y aquello no surtía el efecto deseado. Es más, corrieron treinta minutos (fue lo único que corrió) y las damas se habían dormido como lirones. Hasta tal punto que no había forma de despertarlas. Estaban anestesiadas como para una extracorpórea. Todo su gozo en un pozo. Su amigo les había dado pastillas para dormir y se estaría muriendo de risa, el muy cabrón. Ahora tenían el problema de sacarlas de allí, llevarlas a sus casas y esperar a que despertaran. Menudo marrón. Al final las envolvieron en unas mantas y para el coche de vuelta a Langreo. Cuando ellas despertaron, ellos eran los dormidos. Todos regresaron de doblete. ¡Jo, qué noche!

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