domingo, 22 de febrero de 2015

NIÑEZ (y 2)



Recuerdos de la infancia (continuación)

Me gustaba soñar con las cosas que haría al día sigui
"Ví cómo la burra me cobijaba...". (Ilustración de Marta Beiro)
ente. “Mañana, luego de abrevar el ganado, recogeré los huevos del gallinero. Luego iré a limpiar las regatas de la llamarga, para ello tendré que arreglar el mangu de la fesoria; de ahí subiré al pueblo a esperar al panadero, me entusiasma verlo aparecer subido a lomos del enorme macho de cansino andar y con las piernas metidas en el escaso espacio que dejan libre las dos banastras repletas del pan de tahona. A lo mejor me deja subir al animal y dar una vueltina; una vez en casa iré a la corraleta para extraer una jarra de vino del pellejo y si la abuela no merodea por allí chuparé las últimas gotas. Después de comer iré al pueblo por las latas vacías que ha de traer la lechera, a ver si mi madre me envía en ellas las chirucas que me prometió por aprobar mis exámenes; a la tarde, si hace bueno, aparejaré la burra y montaré en ella para dar un paseo por el monte, de paso cortaré algunos palos de avellano para hacer un arco y unas flechas y, cuando vuelva, me mudaré para ir a la fiesta del pueblo”. Con estos sueños pasaba la noche y por fin el gallo cantaba anunciando que había amanecido. Mientras los mayores ordeñaban me quedaba arronchado en la cama unos instantes hasta que, inevitablemente, se oía el cotidiano “ya está bien, Marce”. En algunas ocasiones el despertar deparaba alguna sorpresa: ¡Parió la Pinta! Nunca entendí cómo era que la cigüeña siempre llegaba por la noche a traer el xatu. Otras veces el raposu había visitado el gallineru y había dejado a las desplumadas supervivientes con la histeria propia de las de su género. La faena comenzaba y algunos de mis sueños se iban cumpliendo. Pero aquel día me hice un lío con el pellejo y se me derramaron varios litros de vino y a la tarde, cuando ya había cortado algún palo para el arco, cayó una tremenda tormenta y, perplejo, vi cómo la burra, sin mas techo que su albarda y sus orejas, me cobijaba, soportando estoicamente el chaparrón. Y como no hay mal que cien años dure, el chubasco se alejó y todo quedó preparado para la fiesta, que no quería perderme, pero… ¿cómo caray me las apañaría con les madreñes que habían llegado en las latas de leche vacías? Aún las conservo en recuerdo de aquellas vacaciones veraniegas en La Nisal, en la casa del corredor que ya no tiene Bruja Chupasangres.

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